Presentación: “Forasteros en flores” de Gabriel Entwistle
Por: Iván Gutiérrez M.
(Texto leido en la presentación de “Forasteros en flores”)
Forasteros en flores es el cuento muy merecido ganador del concurso Franz Tamayo 2012. Sin desmerecer el trabajo del resto de los concursantes Gabriel Entwistle logra construir un cuento con la solidez suficiente como para volar la cabeza de cualquier lector y de lejos establecerse como un único ganador. Forasteros en flores no es solamente un cuento sobre la migración y la dictadura, al contrario es un cuento sobre el encuentro, sobre la fraternidad, pero no una fraternidad endulzada, o forzada por la fascinación regional de acaparar, o emular a través del habla, del estilo o incluso de los temas el prejuicio de una sola tradición. Sino que más bien Forasteros en flores, conduce a la mirada microscópica del encuentro de lo humano desde la geografía de lo ajeno frente a las formas de sobrevivir el aburrimiento, el aburrimiento por el territorio ajeno.
El personaje principal Héctor es la constitución del sujeto normal en una situación aparentemente privilegiada, el goce de todo universitario por hacer un curso en el extranjero, pero ante esto se revela las condiciones de lo que implica cursar al extranjero. Queda en evidencia la codificación del hombre bajo un determinado horizonte de comprensión que la voz narrativa se encarga en deshilar de a poco. Ante este primer y continuo ritmo, se enfrenta con total armonía cortes de un tinte altamente poético a través de imágenes tremendamente invasoras, que nos van calando, nos van detallando el inicio de un encuentro. La administración no se responsabilizaba por extravíos. Ese mes y el próximo Héctor sólo comió una vez al día. Su amor por la literatura era asesinado por la artillería teórica. Le costó varias horas de llorar con ira, descargando puñetazos sobre el colchón y gritando obscenidades contra la almohada. Un mito sobre la Argentina que hubo oír antes de su partida resulto cierto. Allí vivían las mujeres más hermosas que jamás había visto. (…) jamás fue a la cama con alguna de ellas. Necesitaba a un amigo o algo similar a un amigo. Nabokov tenía razón al afirmar que la soledad es el campo de juego de satanás. Aunque, adicionalmente, dicho campo esconde púas de alambre entre la arena, si se está en un lugar que no se siente propio.
Es justamente al terminar el párrafo con la sentencia anterior donde se marca un nuevo ritmo, es decir se funda el encuentro con el otro; el otro cercano por la geografía de un país lejano. Entonces la identidad se reafirma por el estar afuera, por los caminos transgredidos del viaje y la cotidianidad.
La fraternidad ya está construida Héctor conoce a Eduardo ya lo conoce por el chisme, por la antesala de los comentarios de los individuos de la facultad, pero cuando el encuentro se concreta a través del diálogo el romántico vendedor extranjero de libros se quiebra, el mito se quiebra y es reemplazado por la confesión, por las anécdotas, por el paseo a través de una ciudad anónima que poco a poco, reemplaza la obligatoriedad del pasaporte por una charla cálida frente a la ventana del bus, con un almuerzo improvisado, con un departamento en el octavo piso de un edificio modesto pero lo suficientemente digno para mantener un portero, con una tarde de singani, con la transcripción de un cuento que tiene como escenario las minas, violaciones, injusticias y un discurso social facilístico, con la unión de los ajenos en el mismo octavo piso, con el surgimiento de un compromiso; el transcribir textos para un fanzine del librero. Este segundo movimiento marca un nuevo ritmo al vacío, un abismo que el lector no logra entrever porque Gabriel lo conduce con el cuidado suficiente del aceitador del mecanismo de las agujas del reloj, cosa que en el cuento se transcribe a la precisión del boxeador en los minutos finales del round.
Héctor transcribe el cuento de Eduardo confundiendo las palabras de castrado, con castrense, confusión que es del orden de lo humano demasiado humano. El cuento colapsa y toda la estructura que empezaba a solidificarse en un mismo ritmo neutral se revitaliza en el transcurso de dos oraciones. Como lector nos enfrentamos al accidente, a las consecuencias, al deterioro inmediato de un error radical. El aparente simple giro que Gabriel ejecuta nos permite en menos de una página enfrentarnos con la mejor solución que el escritor nos podía dar. El castigo del sistema desencadena una fuga paranoica, la adrenalina del trasnoche y de las vueltas en el tren, de las pesadillas de unos perros entrenados desmembrando vivo al librero sub-versivo. Todo Concluye en la comodidad del hogar y en la niebla de una historia que nunca se termina de asimilar. Estudió Derecho y heredó el oficio del padre como notario de fe pública. En su tiempo libre escribe extensos relatos que pierden sentido tras la tercera línea.
Gabriel es un narrador que nos permite viajar, logra cortar el aire y transportarnos a una verdadera convivencia de lo que nos narra. A propósito y ya para cierre de esta presentación. El año 2011 en este mismo concurso obtiene una inmerecida mención con El suplicio del oso bipolar, un cuento que reúne las cualidades suficientes para obtener mayor reconocimiento. A continuación transcribo el primer párrafo que creo yo, inicia con una ferocidad y un ritmo impresionante.
Sus palabras me mastican. Estiro los brazos desahogándome del vesicante velo matinal escarchado de lagañas. Hago lo posible por sentarme en la cama. Desayuno lo momentos que me dieron felicidad junto a ella; se arrancan, como a nosotros los niños, sepultados en memorias, jugando a ser cazadores de mariposas: hambreo.
Gracias Gabriel por dos cuentos maravillosos. Lo único que me queda es invitarlos a leer las letras de Gabriel.
Fuente: Ecdótica