Fantasía, animismo y mentira (5/5)
Por: Víctor Montoya
Por la importancia que reviste la imaginación en los niños, los psicólogos han dividido la evolución de la fantasía en etapas: la primera consiste en el paso de la imaginación pasiva a la imaginación activa y creadora; la segunda, conocida con el nombre de “animismo”, es la etapa en la cual el niño atribuye conciencia y voluntad a los elementos inorgánicos y a los fenómenos de la naturaleza. La fantasía del niño tiene tanto poder que es capaz de dotarle vida al objeto más insignificante. Por ejemplo, los de edad preescolar, al margen de personificar las funciones cotidianas de ciertos individuos del conglomerado social, pueden también personificar las letras del abecedario, decir que la letra “a” es una señora gorda y la “i” un caballero con sombrero. “La fantasía infantil”, explica el psicólogo Lawrence A. Averill, “no conoce frenos: acá acepta el mundo tal como es. Allá lo rehúsa, en otra parte lo transforma (…). En este mundo que gira alrededor de la personalidad infantil, las reglas son aburridas o superfluas, el orden, el decoro, la consideración para los demás, pensamientos secundarios de adultos”. Y, agregando, Cousinet dice: “El mundo en el cual vivimos no es el mismo que él —el niño— conoce. Los objetos no son los mismos, sino algo de ellos mismos y de cualquier otra cosa. La muñeca es una muñeca y también una pequeña niña; la silla es una silla y también un coche, un vagón de ferrocarril un vapor; el bastón es también un bastón y un caballo, el propio cuerpo es un cuerpo humano y en ocasiones también el cuerpo de una bestia. La preferida imaginación que el niño desliza en sus juegos, no es más que una confusión fácilmente observable (…). Una calabaza es una carroza, un ogro es un león o un ratón, una rata es un lacayo. Ulises es un joven o un viejo, Minerva es una diosa y una mortal. Proteo es todo lo que el niño quiere, un gato habla como un hombre, botas mágicas se adaptan a todos los pies. Es una transformación perpetua. Nada es sino que lo parece ser y las cosas sinfin y los seres pasan de un estado a otro, sin que uno pueda asirse de nada, sin que nada parezca estable, inmóvil, en este mundo irreal hecho de luz y de sombra” (Cousinet, R., 1911).
Una vez superada la etapa del “animismo”, esencialmente vinculada a los objetos y al contexto familiar, el niño ingresa a la tercera etapa, en la cual imagina a personajes sobrenaturales cuyas hazañas lo seducen y sugestionan. “Empieza a darse cuenta de la complejidad del mundo con el arribo a esta llamada edad de la imaginación, que coincide con la entrada en la ‘edad de la razón’ (…). En este momento su interés se vuelve hacia los cuentos folklóricos primitivos, llamados a veces en un sentido genérico, cuentos de hadas, que los transportan al reino de lo fabuloso” (Elizagaray, M-O., 1975, p. 30).
El niño parece un hombre primitivo que, deslumbrado por lo desconocido y maravilloso, cree que los astros son seres fantásticos dominando sobre él y a quienes se les debe rendir pleitesía como lo hacían los incas al sol y la luna. Su imaginación galopante crea personajes esotéricos; unas veces bellísimos y otras horribles; de su temor surgen las hadas y los duendes, que lo protegen y lo amenazan. Los mitos y las leyendas, en sus versiones más sencillas, le encantan y sobrecogen como al hombre primitivo. Además, en este período entra en contacto con la escuela, el maestro y la literatura, que lo conducen de la mano por un mundo lleno de fantasía y misterio. Como bien decía Claparède: “El niño deforma la verdad y se gana el epíteto de embustero, sin embargo no tiene intención de engañar, sino que prolonga una comedia de la cual él mismo es juego a medias” (Claparède, É., 1916, p. 448).
Lo cierto es que la fabulación del niño no tiene nada que ver con la mitomanía del adulto. Para el niño es normal trocar la realidad en fantasía y la fantasía en realidad; la mentira en el adulto, en cambio, es una alteración de la verdad de manera voluntaria y consciente. No obstante, desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, muchos siguen considerando al niño como un “homúnculo” (adulto en miniatura) y siguen exigiendo de él un razonamiento lógico, a pesar de que la psicología evolutiva ha demostrado que el niño tiene un dinamismo propio que lo diferencia del adulto.
Bibliografía
• Casona, A: La hora de la fantasía, Boletín 24 del Centro de Divulgación de Prácticas Escolares, Montevideo, 1942.
• Chukovski, Kornej: De los dos a los cinco, Diétskaya Literatura, Moscú, 1968.
• Claparède, Édouard: Psicología del niño y pedagogía experimental, Madrid, 1916.
• Cousinet, Roger: Les lectures des enfants, Ed. L’ Educateur Moderne, París, 1911.
• Elizagaray, Marina Alga: En torno a la literatura infantil, Ed Unión de Escritores y Artistas de Cuba, La Habana, 1975.
• Elizagaray, Marina Alga: El poder de la literatura infantil para niños y jóvenes, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1976.
• Freud, Sigmund: Psicoanálisis aplicado y técnica psicoanalítica, Ed. Alianza, Madrid, 1984.
• González López, Waldo: Escribir para niños y jóvenes, Ed. Gente Nueva, La Habana, 1983.
• Lombroso, Paula: La vita del bambini, Torino, 1923.
• Petrovski, A.: Psicología general, Ed. Progreso, Moscú, 1980.
• Sosa, Jesualdo: La literatura infantil, Ed. Losada, S.A., Buenos Aires, 1944.
• Wallon, Henri: La evolución psicológica del niño, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1980
Fuente: http://www.letralia.com/112/ensayo01.htm