Evitar los extremos: ¿rebeldía metafísica?
Por: Franco Gamboa Rocabado
La producción filosófica en Bolivia es muy escasa y precisamente por esto representa una gran alegría poder beneficiarnos del último libro de H. C. F. Mansilla: Evitando los extremos sin claudicar en la intención crítica. La filosofía de la historia y el sentido común, publicado por FUNDEMOS y co-auspiciado por la Universidad Mayor de San Andrés y la Fundación Hans Siedel.
El eje central de las reflexiones busca responder a cuestiones como: ¿tiene la historia un sentido específicamente predeterminado? ¿La modernidad revela siempre sus aristas más horrorosas como el totalitarismo y la barbarie, reduciendo toda confianza en la Razón a un ensueño que desilusiona a la humanidad y frente a lo cual no queda otra alternativa sino domesticar a la misma Razón por medio del compromiso ético? En realidad, son problemáticas que Mansilla cultivó los últimos veinte años porque su pensamiento muestra bastante lucidez sobre las múltiples contradicciones de la modernidad, erigiéndose como un teórico escéptico y vigilante de cualquier teoría de la modernización con una distinción especial: Mansilla toma posición a favor de juicios de valor en el desarrollo del conocimiento científico en las ciencias sociales, afirmando que “debemos atrevernos a juicios valorativos bien fundamentados sobre las cualidades intrínsecas de todos los modelos civilizatorios del planeta”.
Académicamente, el libro es un tributo al trabajo erudito por la exhaustiva revisión bibliográfica y reflexión desde diferentes perfiles en torno a las supuestas “leyes obligatorias” de la evolución histórica, la necesidad de una teoría crítica de la modernización, las confusiones y tretas ideológicas del debate en torno a universalismo y particularismo y un aporte sumamente necesario en las ciencias sociales y políticas latinoamericanas: el desarrollo de una teoría crítica del totalitarismo para el siglo XXI.
Las principales reflexiones de Mansilla expresan tres momentos a lo largo del libro: primero, la historia no tiene un sentido particular y mucho menos un destino sujeto a leyes trascendentales susceptibles de descubrimiento. Segundo, si el conjunto de peligros que laten detrás de la modernidad en sus diferentes expresiones tienden a entronizar la racionalidad instrumental, entonces corresponde a los intelectuales una postura comprometida con el sentido crítico, que para Mansilla se manifiesta en la admiración dentro del cosmos, en el reconocimiento de la falibilidad del saber humano y en la prudente aceptación de que cada una de nuestras vidas es transitoria y endeble, motivo por el cual deberíamos contentarnos con la obligación ética para dudar de cualquier utopía política y los embustes de líderes irresponsables. Tercero, Mansilla plantea que no estaría mal rescatar los aspectos más humanizados del mundo tradicional (por oposición a la modernidad) y de las creencias religiosas para apreciar más de cerca el valor de todo ser humano, al margen de experimentos revolucionarios que tranquilamente degeneran en masacres indescriptibles.
En un análisis del pensamiento de Mansilla que realicé en junio del año 2004, afirmé que sus libros: “Los tortuosos caminos de la modernidad”(1992), “La cultura del autoritarismo ante los desafíos del presente”(1991), “Tradición autoritaria y modernización imitativa”(1997) y “Espíritu crítico y nostalgia aristocrática”(1999), transmiten las tesis del efecto perverso; es decir, posiciones pesimistas que giran en torno a la futilidad de toda propuesta de cambio revolucionario o intento de transformación duradera; y las tesis del riesgo que caracterizarían a la política y filosofía postmodernas, donde Mansilla se identifica con una nostalgia por la aristocracia libre de perturbaciones malintencionadas.
Si bien ratifico estas afirmaciones, luego de leer “Evitando los extremos”, observo cómo Mansilla quedó profundamente decepcionado, como muchos también lo estamos, con los atroces resultados teóricos y prácticos del marxismo. Mansilla establece algo que los científicos sociales nunca deberíamos olvidar: “el marxismo como doctrina institucionalizada prescribió un modo lógico y un modo histórico de comprender la evolución humana: mientras el primero, basado en los inalterables principios y modelos de la dialéctica materialista, persiste en su validez a través de las edades a causa de su carácter abstracto, purificado de los hechos aleatorios de la esfera empírica, el modo histórico puede producir fluidamente conocimientos, teoremas e hipótesis en torno a los asuntos humanos que pueden ser superados por el desarrollo efectivo de los mismos, sin que esto afecte en lo más mínimo el modo lógico (…) Este conocido programa ha mostrado ser una enorme contribución a la dogmatización del error y al establecimiento de una estrategia intelectual que se inmuniza frente a toda crítica”.
El marxismo fue uno de los edificios teóricos más notables de la modernidad y como tal, responsable no solamente de los fracasos de toda utopía política, sino de haber cercenado el sentido común con una oferta nebulosa y vanamente inhumana, pues el materialismo histórico y dialéctico constituyeron una secularización revolucionaria pero pagando el alto costo de transformarse en una teología autoritaria materializada en los regímenes marxistas-leninistas de la desaparecida Unión Soviética, Corea del Norte, Cambodia, China, Cuba y los fallidos movimientos guerrilleros en Nicaragua, El Salvador, Colombia o el terrorismo sanguinario del extinto Sendero Luminoso en Perú.
La historia no tiene ni tendrá nunca un sentido predeterminado pues no existe ningún demiurgo que sopla sus leyes de cumplimiento obligatorio, pero tampoco tiene la Razón ninguna fórmula de transformación y progreso que la humanidad pensó encontrar desde el nacimiento del Iluminismo. No hay destino ni sentido absolutos, pues tanto el socialismo, que para Mansilla era un proyecto de modernización acelerado, como las sociedades opulentas del capitalismo contemporáneo prometen bienestar a todos pero generando “inexorablemente una destrucción equivalente. Para ello – afirma Mansilla – la única solución viable es volver al principio clásico de la moderación: algo que es fácil de enunciar y difícil de llevar a cabo”.
Si la sociedad industrial y los procesos de globalización quieren evitar los extremos, la entropía social, la crisis ecológica y demográfica, así como la democracia alienada y convertida en farsa tecnológica manipulada por los medios masivos de comunicación, entonces lo más recomendable es propugnar un equilibrio, es decir, apuntar hacia los términos medios utilizando el sentido común guiado críticamente que según Mansilla exhibe una “distancia frente a todos los intentos por modificar radical y racionalmente el mundo y la historia, sopesando los resultados poco promisorios de los experimentos revolucionarios del siglo XX”.
A lo largo del libro, Mansilla critica las ideologías post-modernistas que representan esfuerzos desordenados para los cuales “existe una variedad tan inmensa de valores axiológicos y modelos de organización social, que resulta imposible hacer comparaciones y menos aún establecer jerarquías y gradaciones entre ellos”. Para Mansilla, los post-modernistas son oportunistas capaces de tolerar por comodidad “cualquier régimen despótico y cualquier práctica autoritaria” disfrazando su irresponsabilidad con el ropaje del relativismo ético y teórico.
Esta dura crítica se estrella posteriormente contra los intentos de modernización imitativos que caracterizan al Tercer Mundo y específicamente a nuestra América Latina. Mansilla considera que si también fracasó la confianza en la revolución y el progreso en el mundo en desarrollo, permanece la amenaza del desorden, del Estado anómico, de los resultados destructivos de la modernización porque la cultura autoritaria de América Latina se desliza peligrosamente hacia una “modernidad copiada” de las sociedades exitosas de Europa o Estados Unidos pero bajo el asomo del totalitarismo que en nuestra región asume la forma del populismo latinoamericano.
El pasaje que más me gustó del libro es cuando Mansilla afirma que “el pensamiento crítico y radical sólo puede ser fructífero – retomando ideas de Erich Fromm –, si está unido a la cualidad más valiosa del ser humano: el amor a la vida”. El sentido común guiado críticamente, para Mansilla afirma que nuestra vida es corta y demasiado inconsistente para aventurarnos en aspiraciones totalitarias.
Al finalizar la lectura tuve una extraña sensación de liberación, apertura hacia nuevos temas de investigación pero también una duda sobre si el escepticismo de Mansilla cumple una función vigilante con la producción de ideas, o el mismo Mansilla se convirtió en un rebelde metafísico que si bien jamás suscribiría ningún tipo de postura revolucionaria dogmática, anhela una sociedad más esclarecida, deseosa de responsabilidad pero sin aclarar del todo si hay algún tipo de mapa cultural o epistemológico para llegar al éxito. Será que la humanidad es tan esquiva con su propia felicidad, con su ciencia y Razón o es que Mansilla en el fondo se rebeló contra su propio racionalismo.
Estamos de paso y es mejor apreciar la vida humana conociendo nuestras limitaciones políticas y teóricas. De acuerdo; sin embargo, también me dio la impresión de que H. C. F. Mansilla, mi dilecto amigo, se acercó mucho al existencialismo porque no basta con condenar a la execración a todos los hombres y a uno mismo. Hay que volver el reino humano al nivel de los reinos del instinto. El rechazo o ambigüedad con que Mansilla trata a la conciencia racional tal vez regrese hacia lo elemental que es una de las marcas de las civilizaciones en rebeldía contra sí mismas. El escepticismo de Mansilla se transformó en una rebeldía metafísica pues ya no se trata de parecer, por un esfuerzo obstinado de la conciencia, sino de no ser ya en tanto que conciencia. Así, el libro de Mansilla “Evitando los extremos” está a la altura de “El hombre rebelde” de Albert Camus.
Fuente: ecdotica-6413e4.ingress-bonde.easywp.com