Por Martin Zelaya
– En Chubascos aislados (libro de cuentos de 2022) y en la primera parte de esta novela, uno intuye que eres una muy atenta escudriñadora del día a día, del detalle, de las anécdotas, registros del habla, costumbres, y hasta de los mecanismos diarios que la mayoría tenemos tan asumidos que no nos detenemos en ello. Esta es una característica que una escritora puede aprovechar muy bien.
Me interesan mucho las cosas mínimas e inútiles de la vida, que suelen pasar desapercibidas. Creo que eso viene del habla y del silencio. Fui una niña muy habladora, muy pronto aprendí a hablar y mucho. Sin embargo, rápidamente entendí que no se puede hablar siempre, ni con todos ni de todo. Con el tiempo me he ido callando cada vez más y creo que es un viaje directo al silencio.
Ahora, en mi adultez, añoro mucho poder hablar como cuando era niña. Con muy pocas personas me siento en la total libertad de conversar y es una de las cosas que más disfruto. Mientras converso encuentro cosas, resuelvo problemas, me surgen posibilidades, puedo armar y desarmar el mundo.
Pero cada vez me es más difícil hablar abiertamente, por eso creo que la escritura ha venido en mi ayuda. Es por la imposibilidad de hablar que se estimula el silencio y la contemplación que, a su vez, alimentan las ganas de decir. Este cauce desemboca, para mí, en la escritura; en volcar en el texto todo lo visto y vivido durante el silencio.
– Haces un especial hincapié en la infancia y adolescencia de tus personajes, en cómo miran y perciben, en cómo retroalimentan todo lo que les pasa a ellos y su entorno.–
La edad de las protagonistas es algo que ha surgido naturalmente, no fue una decisión premeditada. En el caso de Tríptico de Kanata yo había leído Tres luces, de Claire Keegan, esa voz infantil me acompañó durante mucho tiempo. Me parecía que traía una luz sobre todo lo que veía que incluso se coló a mi realidad, pues noté que así veían también mis hijos muchas cosas que yo no sabía cómo explicarles.
No se trata de una inocencia edulcorada ni de una ternura simple, diría más bien que es una agudeza cargada de preguntas, un tipo de desconcierto, de extrañamiento. Me acuerdo muy bien que una vez mi hija me preguntó por qué usaba una “voz para visitas” cuando iba alguien a mi casa. Ella notaba rápidamente esos detalles, esa mirada es la que me interesa. Intuyo que como esa hay muchas distintas.
– Entre estas rutinas que a veces tenemos naturalizadas, está por ejemplo la de las empleadas cama adentro, una institución colonial que, me parece, es un eje clave de la novela, para el desarrollo del personaje de Asunta y de la trama en general.
No me lo había planteado desde el inicio, pero conforme fue avanzando la escritura me di cuenta de que el gran tema de la novela era la herida colonial. Es un tema tan amplio y naturalizado en nuestra sociedad que casi no vemos su presencia, que está en todas partes. Atraviesa toda nuestra sociedad y es un tema que literariamente me interesa mucho explorar. Lleno de dolor, claro que sí, material perfecto para la literatura.
– ¿Qué nos puedes contar sobre Asunta? ¿Cómo concebiste y fuiste desarrollando el personaje?
Creo que apareció de muchas formas y que se fue concentrando para este proyecto. Ya había escrito textos sobre personajes en apariencia anónimos pero que tenían roles claves al desarrollarse las historias. Esa idea, la de un personaje que pareciera pequeño y fuera tomando vuelo, transformando su vida hasta incluso transformar su entorno y gran parte de la sociedad, me sedujo. Me fascinaba la posibilidad de que acontecimientos mínimos puedan tener infinitas repercusiones.
Al mismo tiempo, la situación de las niñeras-niñas en Bolivia siempre me ha tocado muy de cerca, sobre todo por la naturalidad con la que esta figura se incorpora. Pensar en estas mujeres, en qué pasa con sus vidas durante y después de ese trabajo, me parece muy interesante como tema a desarrollar desde la ficción.
Cuando pensé en esta novela en tres momentos absolutamente diferentes, quería que estuvieran unidos por la historia de un personaje en apariencia mínimo, pero que, contado desde distintos registros, permitiera darle muchas más dimensiones. Asunta hace un recorrido en el libro, que se lee en documentos diferentes que se proyectan de adentro hacia afuera. Es decir, desde la infancia y la intimidad de una casa, a un documento académico que explica una situación social, hasta un vestigio, un archivo con documentos perdidos que se proyecta en el futuro.
– Sigamos con los protagonistas. Clara, en ciertos momentos, parecería ser una chica diferente, con una alta sensibilidad, pero después también tiene rasgos típicos del clasemediero que se va por lo cómodo y prefiere hacerse de la vista gorda.
Ahora que el libro se ha publicado recién puedo entender muchas de las motivaciones e impulsos que me llevaron a crear estos personajes.
Clara es una representante de la clase media acomodada, que tiene remordimientos y que también estudia e investiga; una típica chica buena, bonita e inteligente. Aparece como testigo al inicio, con una mirada infantil y limpia que solo observa. Luego sabemos de ella solo por entrevistas o estudios que escribe. La estrategia de hacer personajes que aparezcan de distintas formas y cargados de silencios, permite –me parece– que el lector complete lo que falta. Es un juego con el lector para que salga lo que tiene dentro, para bien y para mal. Un personaje como Clara es, al igual que Asunta, una invitación a que el lector haga sus interpretaciones.
– ¿Cómo trabajas a los protagonistas en relación a la trama? ¿Estos se supeditan a lo que quieres contar, o de pronto los personajes te ganan de mano y “determinan” parte del argumento?
Esta novela la escribí partiendo más bien de la estructura. Personajes y trama se supeditaron a la forma. Lo primero fue establecer qué forma tendría y no tanto de qué se trataría ni quienes serían los personajes.
Al principio yo quería escribir un libro sobre la electricidad, algo que estuviera relacionado a documentos, manuales, otros escritos no literarios, digamos. Y que sea a través de estos documentos que se pueda leer una historia.
Luego de la electricidad vino la idea de un accidente doméstico y de ahí recién la de una niñera. Cuando escribí la novela estaba, y todavía estoy, muy interesada en la forma. Me interesa pensar que la historia puede ser algo muy simple, y así experimentar con la forma era/es lo que más me llama. Los demás temas fueron apareciendo y se supeditaron justamente a lo que requieren un paper académico, una entrevista o un inventario.
– ¿Qué te llevó a incursionar en la ficción especulativa?
Jamás pensé Tríptico de Kanata como parte de ese género, ni siquiera soy lectora de ese tipo de literatura. Como dije, quería experimentar con la forma, reírme de la academia y hablar de los temas que me interesan. Escribir sobre el futuro me permitía mentir con más soltura, jugar y divertirme con sucesos descabellados.
Me sorprendió entender que la novela podría clasificarse en ese género. Soy hija de este tiempo, supongo que desde ahí podría explicarse.
– Con Edmundo Paz Soldán que presentó una novela también ambientada en un futuro cercano, conversábamos que de pronto estamos ya en la hora o el momento de lo inminente: todavía no pasó, pero ya sabemos que va a pasar. Sea esto colapso climático, político, social… o energético.
Seguramente. Es posible que esa idea de que todo está a punto de terminarse entre también en la literatura. Aunque antes ha habido mejores y más interesantes catástrofes. Creo que en Bolivia estamos viviendo siempre al filo del colapso, pero de alguna manera seguimos nomás. Quiero decir que uno también se acostumbra a vivir el caos y estar al borde de una fatalidad que nunca termina de llegar.
– En tu novela hay mucho de política, por supuesto no en viejo estilo de militancia o panfleto: hay feminismo, represión, fundamentalismo, un terrible ultraconservadurismo que se impone… ¿habrá que ser tan pesimistas?
Siempre. Piensa mal y acertarás. De todas maneras, la novela no pretende pronosticar, ni dar lecciones de cómo hacer nada. Yo quería que sea divertida, hacer reír un poco (se ve que no lo estoy logrando) pero aprovecharé este espacio para decir que además de experimentar con la forma, quería que la gente se riera. Tendré que trabajar más en eso.
– También es muy importante la identidad, las identidades: cómo nos asumimos, cómo nos perciben, y cómo ciertos encasillamientos pueden ser determinantes.
Nos pasamos toda la vida preguntándonos quiénes somos, e intentando agarrarnos a algo: soy tal o cual cosa. Escuché hace poco a unos autores bolivianos que decían “soy escritor de la Bolivia morena”. Me llamó mucho la atención esa categoría, me interesa entenderla mejor. Creo que en nuestro país esa búsqueda de identidad es constante, ardua y muchas veces no tiene fin. Ojalá al menos pueda ser también un tránsito gozoso.
Fuente: Revista La Trini