Entrevista a Sebastián Antezana, por Salvador Luis
Por: Salvador Luis
Sección Situaciones incómodas en Koult
Sebastián Antezana (México-Bolivia, 1982) nació en el D.F., pero se trasladó muy temprano a la ciudad de La Paz. Es profesor universitario, editor del suplemento cultural “Fondo Negro” del diario La Prensa y columnista de la revista digital Oxígeno. Su obra ha sido recopilada en las antologías Réquiem para once (Gente Común, 2004) y Conductas erráticas (Aguilar, 2009), y es también autor de las novelas La toma del manuscrito (Alfaguara, 2008; X Premio Nacional de Novela de Bolivia) y El amor según (El Cuervo, 2011; 2012). De acuerdo con su club de fans oficial (y no el apócrifo), Antezana es un muchacho lleno de cualidades, un emprendedor. Y hoy, aunque dedicarse a la cocina o el lavado sea más importante que responder a este interrogatorio, Sebastián, incondicional como siempre, ha preferido ponerse en una situación incómoda.
– Digamos que es de madrugada, has llegado a casa en estado de ebriedad y al sacarte los pantalones caes en la cuenta de que tu cuerpo ya no es tu cuerpo: alguien te ha convertido en la famosa Adele. ¿Cambiarías esa voz envidiable y la gloria musical por el Sebastián Antezana que ya conoces?
Pues el caso es que sí estoy bastante familiarizado con las llegadas a casa en estado de ebriedad, pero no con el cuerpo de Adele. Es más, nunca la he visto, así que si una noche me descubro con un cuerpo que no es el mío y es el de ella, no sabría reconocerlo y seguramente el susto me devolvería derechito a las botellas. De todas formas, me siento verdaderamente cercano a ciertos aspectos de mi corporeidad, sobre todo aquellos evidentes cuando me saco los pantalones (yo, que soy boliviano no por nacimiento pero sí por convicción, disfruto de decir que, pese a ello, soy mexicano de la cintura para abajo). En realidad, mi corporeidad en general me es muy cara. Así que no, no cambiaría al antiguo Sebastián Antezana por la gloria musical y el poderío vocal de Adele. Por otra parte, si lo que me sucede al llegar bastante tarde y en estado de ebriedad es sorpresivamente haber cambiado papeles con ella, eso no sería lo peor que podría pasarme. Sobre todo teniendo en cuenta que la última vez que llegué de madrugada en esas circunstancias, un grupo de tipos me asaltó en la puerta de mi edificio y me dio una paliza.
– ¿Y si en vez del cuerpo transformado te encontraras con el demonio y la irresistible oferta de cambiar tu alma por un iPad 3?
La verdad creo que también me resistiría. Si voy a hacer un trato con el señor de las tinieblas creo que pediría alguna cosa más delirante y no algo que puedo conseguir con algo de dinero en la tienda de gadgets más cercana. Además, en cierto sentido, quisiera creer que puedo preservar algún rincón íntimo, alguna parcela personal –el alma, la voz o ese cuerpo que parece querer cambiarme Adele– a salvo del capitalismo rampante de nuestros días. Quisiera creerlo, pero imagino que es una batalla perdida. Por otra parte, y pese a lo que digo, creo que esa es una batalla que no me importa demasiado perder. No somos nada sino contradicciones.
– Hace poco leí El amor según (El Cuervo, 2011), tu más reciente novela, y quiero aplaudirla porque pocas veces uno se topa con obras que mediten sobre lo indeterminado –la nulidad, como la llamas en algún pasaje de la novela–. Tu libro es un verdadero viaje filosófico hacia la nada, un hermoso desvanecimiento, Sebastián, que no cae ni en el exceso de técnica ni en la presunción. Por eso he decidido ser más cordial que de costumbre y en vez de hacer un chiste barato que verse sobre gente rolliza o zoofilia pedirte que nos cuentes cómo nació este proyecto de no más de 100 páginas. ¿Qué es El amor según, según Sebastián Antezana?
Primeramente, te agradezco por los generosos comentarios, y después paso a decirte que tu pregunta tiene dos respuestas.
La primera: El amor según es mi segunda novela. Yo la llamo “mi novelita” porque, como dices, no pasa de las cien páginas y porque fue, desde su concepción, un proyecto relativamente menos ambicioso que el de mi primera novela, un impulso relativamente lateral. A pesar de ello, es una novelita que me costó muchísimo escribir, pese a su brevedad me demandó un costo emocional importante y, por eso, finalizarla y lanzarla ya sola a correr al campo fue una expresión de libertad, casi un gesto de rebeldía contra una historia que me tenía no poco dominado. Por suerte, me ha traído algunas satisfacciones. Es un relato sobre el amor, el desamor y algunas de sus formas, que fue bien recibido. Editorial El Cuervo, que la publicó en mayo de 2011, acaba de sacar la semana pasada su segunda edición.
La segunda (y voy a repetir algo que he dicho ya varias veces): la novelita se escribió como no debe escribirse nunca un libro: es casi una secreción. Comenzó a vivir bajo la forma de una extraña sensación de melancolía y con el tiempo y las correcciones fue volviéndose un giro narrativo consciente respecto a lo que había escrito antes. Cuando escribí mi primera novela (La toma del manuscrito, 2008) me llegó durísimo el “síndrome de la primera novela”: eso de querer cubrir y escribir lo más posible. Y, bueno, aunque no creo que eso sea necesariamente algo malo, en El amor según tenía la intención expresa de explorar otros registros, tonos más pausados, menos enrevesados, que dejen de lado la pirotecnia y hablen de algo menos atravesado por el filtro del artificio: la cotidianidad, las relaciones sociales cercanas.
– Pasando a otro tema, no sé si conoces un cuento de Lovecraft en el que un tal Herbert West reanima cadáveres, unos adefesios realmente vomitivos que se dedican a hacer desmanes y esas cosas que habitualmente hacen los monstruos para matar el tiempo. Si fueras Herbert West, científico loco, ¿qué medidas tomarías para anular a ese ejército de pestilencias andantes?
Conozco la historia. Me gusta mucho Lovecraft. Según recuerdo por la lectura de mi horrible edición de sus cuentos –verde y de papel prácticamente higiénico–, es un relato largo en el que, en algún momento, Herbert decapita a un oficial del ejército y después reanima su horrible cuerpo mutilado con una substancia de receta secreta. Recuerdo también que una de las tácticas que utilizaba para librarse de ese y otros adefesios semejantes era agarrarlos a balazos. Bueno, ¿quién soy yo para cuestionar tan efectiva práctica? Por otro lado, llevando esta premisa hasta un lugar más extremo, podríamos especular sobre lo que pasaría si yo fuera a la vez Sebastián Antezana, Herbert West y Adele. Bien, ahí tendríamos verdaderamente una monstruosidad vomitiva. En ese caso, como se hace con todas las atrocidades, no habría más que venderme al mejor postor.
– Y ten por seguro que en algún circo se interesarían: un cuerpo tripartito que escribe, reanima y canta. Ahora bien, y si me permites simplificar un poco el fenómeno corporal al que hacías mención, ¿qué les esperaría a don Herbert y a las vírgenes cercanas al laboratorio secreto si el cuerpo reanimado fuese el del novelista Antezana?
Mmm, me la pones difícil. Y, como siempre que me enfrento con dificultades, acudo al verso fácil:
Si Herbert me reanimase,
con pociones sin ton ni son
yo en bicho me transformase
sí, resistente al cañón.
Entonces, con furia saltase
hasta el cuello del doctorón
y la vida se la quitase
de un mordisco y un capón.
En lo que a las vírgenes hace,
yo, ex difunto bicharrón,
en corceles las rescatase
de otros espantos de colección.
Si la historia así tornase,
lejos del Necronomicón,
sin Herb y con virgen llegase
el fin de un monstruo bonachón.
Fuente: Koult