Entrevista al escritor boliviano Rodrigo Hasbún
Por: María Espinoza
Seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores narradores jóvenes en español, Rodrigo Hasbún afirma que “al principio, como les sucede a muchos de los que están comenzando, mi escritura era ampulosa, excesiva en el peor sentido. Lo que podía decirse sin ninguna pérdida en diez palabras, lo decía en cuarenta o cincuenta. Creía, me habían hecho creer, que eso era escribir bien”. En estas palabras de Hasbún subyace la idea de que el oficio de escritor se aprende exigiéndose a uno mismo, que la práctica de la escritura no es un simple pasatiempo sino una labor que requiere pasión, vocación, pero sobre todo constancia y una continua búsqueda por la excelencia expresiva y comunicativa.
En su obra, el lenguaje usado en las narraciones comprende distintos niveles y registros, ya que se adapta a los usos del habla de los distintos personajes, que son complejos, y que se transforman e interactúan influyendo a otros. Por otro lado, el lenguaje es materia de transformaciones creadas por el manejo de diversos conceptos, tópicos, palabras, metáforas, etc. En relación con su temática, muchas de sus historias reflejan las contrariedades e inquietudes que caracterizan la etapa de la adolescencia, período decisivo en el desarrollo del humano, pues para Hasbún es allí donde se construyen las bases para la configuración de una identidad única y propia. Así, el escritor pone en tela de juicio el concepto tradicional de identidad interpretado como homogeneidad o semejanza y, en cambio, advierte su preocupación por la construcción de una nueva definición de la mujer y el hombre boliviano y latinoamericano.
Biografía
Rodrigo Hasbún nació en Cochabamba, Bolivia, en 1981. Ha publicado la novela El lugar del cuerpo (2007), reeditada por Alfaguara en 2009, y los libros de cuentos Cinco (2006) y Los días más felices (Duomo Ediciones 2011) han sido llevados al cine. En 2007 fue seleccionado por el Hay Festival y Bogotá Capital Mundial del Libro como uno de los 39 escritores latinoamericanos menores de 39 años más destacados. En 2010 fue elegido por la revista británica Granta como uno de los veintidós mejores escritores en español menores de 35 años. Le concedieron en dos ocasiones el Premio Nacional de Literatura Santa Cruz de la Sierra y obtuvo el premio Unión Latina a la Novísima Narrativa Breve Hispanoamericana. Los últimos años ha estado residiendo en Ithaca, en la Universidad de Cornell, donde está haciendo un doctorado.
Otros premios y reconocimientos
En 2007 recibió el Premio de Guión de Literatura y Cine Petrobras por Los viejos, escrito junto con el cineasta Martín Boulocq y basado en su cuento Carretera.
En 2009 fue seleccionado en la lista de los diez destacados escritores latinoamericanos por la revista estadounidense Zoetropre: All Story.
En esta entrevista, Rodrigo Hasbún nos comenta sobre aspectos de su obra y oficio de escritor.
ME: ¿Cuándo y en qué circunstancias asumiste a conciencia plena que tu oficio era escribir y que, en adelante, serías escritor?
RH: Empecé a sospecharlo a los dieciséis, y a los diecisiete, creo, ya lo sabía con certeza. Hasta entonces me había dedicado a la música con algunos amigos, pero por esa misma época nuestro grupo comenzó a resquebrajarse. Ya no estoy seguro si hay un vínculo entre una cosa y la otra, pero durante años creí que sí, que fui a parar a la literatura solo porque no pude seguir siendo músico, que es lo que realmente quería ser (o, al menos, lo que realmente creía que quería ser). En cualquier caso, fue bueno descubrir tan pronto cuán feliz me hacían los libros, sobre todo leerlos pero también intentar escribirlos. Ahí sigo, quince años después.
ME: En el 2007 publicaste tu primera novela, El lugar del cuerpo. El personaje principal es Elena, una anciana de la que su hermano abusa cuando era niña, y que ahora, antes de morir, procura comprender su vida. ¿Qué desafíos te supuso escribir una historia sobre el incesto en el contexto de una sociedad tradicional como la latinoamericana que, a pesar de vivir a diario este problema, se niega a admitirlo?
RH: No lo pensaba en esos términos, mientras escribía la novela, sino en otros mucho más elementales. No me decía “estoy escribiendo una historia sobre el incesto en el contexto de una sociedad tradicional”, sino más bien “estoy escribiendo sobre Elena, sobre lo que le está sucediendo ahora mismo, sobre cómo se enfrenta a su pasado”. Y pensarlo así, me parece, hizo que todo resultara más fácil. Por otra parte –y este quizá haya sido el desafío más persistente–, siento que esa escritura sucedió desde el principio “en contra”: de asuntos como el que mencionas, de la hipocresía y la dejadez, y de prejuicios muy arraigados (que responden a una sociedad profundamente machista y clasista y discriminadora), pero también de ciertas formas de pensar la escritura, de domesticarla y hacerla menos cercana, menos urgente, menos dañina. Tenía veintitrés años cuando escribí la primera versión y a esa edad uno es ingenuo y atrevido, además de muy rabioso, y quizá todo eso se sienta un poco en la novela, para bien y para mal.
ME: Los cuentos de tu reciente obra Los días más felices (2011) exponen las contradicciones del ser humano en la etapa de la adolescencia. El reto del escritor de este tipo de narraciones es la voz, la mirada desde la óptica del adolescente, la cual hace visible los problemas que supone esta etapa de la vida. ¿Encontraste dificultad para alcanzar la verosimilitud en la construcción de este tipo de personajes?
RH: Son cuentos cercanos a mi experiencia, historias mías y de mis amigos y de una época que siempre tengo presente. En ese sentido, no me fue especialmente difícil volver a esos años, a cómo se veía y se sentía todo desde ahí. Para mí fueron años importantes. Los más importantes de mi vida, seguramente, y también los más felices.
ME: Los cuentos del libro tienen una unidad muy particular. Pertenecen a una misma atmósfera, al mismo universo narrativo. ¿Cómo concebiste la estructura de la obra y cómo estableciste su fragmentación? ¿En algún momento supuso la creación, quizás de una novela, pero poco a poco te fue llevando hacia la escritura de relatos autónomos?
RH: Fui escribiendo los cuentos a lo largo de cinco o seis años, sin pensarlos como parte de algo, y recién un tiempo después, hace no tanto, me di cuenta que varios compartían personajes y búsquedas, un aire común, de familia, y que a partir de ellos podía armar un libro. Solo entonces comencé a pensarlo como tal, mientras revisaba los cuentos y les buscaba su mejor lugar, para que entre ellos hubiera resonancias. Como lector, disfruto de los libros de cuentos así, libros que parecerían darle vueltas a unos pocos asuntos y que, en suma, retratan un estado de ánimo, una tonalidad afectiva. Igual que algunos discos, a los que volvemos justamente en busca de eso.
ME: Tu prosa es sobria, precisa y directa. Se desentiende del exceso y la suntuosidad. Háblanos de esa intencionalidad comunicativa en tu obra. ¿Esta especial dedicación por el trabajo de la palabra es aprendida o es una forma natural de narrar?
RH: Me imagino que es parte de un aprendizaje, un aprendizaje al que se le atraviesa cierta predisposición (que a lo mejor es aprendida también). Al principio, como les sucede a muchos de los que están comenzando, mi escritura era ampulosa, excesiva en el peor sentido. Lo que podía decirse sin ninguna pérdida en diez palabras, lo decía en cuarenta o cincuenta. Creía, me habían hecho creer, que eso era escribir bien. Luego fui descubriendo a alguna gente que se movía en el extremo opuesto, en el despojamiento y la velocidad, y la fuerza tremenda que surgía de ese cruce me sedujo de inmediato, así como la poesía inesperada y feroz que también podía surgir de ahí, casi a contracorriente de lo que uno tiende a creer. No era solo un asunto del lenguaje, sino también de la narración misma, del uso revelador de los espacios, de la capacidad de interceptar los momentos de mayor intensidad. Estoy pensando en los dibujos de Egon Schiele o en las fotos de Nan Goldin, en las películas de los hermanos Dardenne, en los cuentos de Rulfo, en las novelas de Ginzburg o Coetzee. Con una sola imagen, en segundos, cualquiera de ellos condensa una emoción, una vida.
ME: ¿Es justo decir que en tus obras hay mucho de cinematográfico? ¿De qué modo piensas que este género se refleja en tu obra?
RH: Cuando se dice que un escritor es muy cinematográfico, en lo que se piensa por lo general es en una escritura que evita llamar la atención sobre sí misma y que, por lo tanto, produce una ilusión de transparencia, de no estar ahí. Es una manera pobre de entender lo cinematográfico, una manera que a mí me despierta cierta inquietud. Como escritor, lo que me interesa del cine son dos cosas muy distintas. Los cortes, por una parte (dónde y cuándo cortar, para ocultar o revelar qué, para producir qué), y el trabajo con las atmósferas, por otra. Ambas ayudan a que la experiencia cinematográfica sea a menudo tan sensorial, lo que a su vez hace que afecte tanto, lo mismo que la música.
ME: Hace poco leímos, en un artículo de Edmundo Paz Soldán, que tus cuentos y los de Carlos Yushimito eran buenas noticias para el cuento latinoamericano, pues este género, de alguna manera, hoy carece de buenos representantes. ¿Por qué consideras que esté sucediendo esto? ¿Poca oferta en el mercado editorial, quizás?
RH: Este parece más bien un gran momento para el cuento en Latinoamérica (y creo que en realidad eso era lo que Edmundo celebraba en su artículo). Muchos de los escritores nacidos a partir de los setenta están genuinamente interesados en el género, y al menos por ahora, varios de ellos son solamente cuentistas o son cuentistas sobre todo. Estoy pensando en Carlos Yushimito, en Maximiliano Barrientos y Liliana Colanzi, en Federico Falco y Luciano Lamberti, en Samanta Schweblin, en Carlos Velázquez, en Rodrigo Blanco Calderón. Más allá de que algunos tengan novelas breves o estén escribiendo ahora mismo algunas más largas, han construido sus carreras a partir de cuentos, o de cuentos y poemas, en el caso de Lamberti y Falco. Me gusta pensar que esa afinidad con las formas breves (y aquí podríamos pensar también en Valeria Luiselli y en Alejandro Zambra y Álvaro Bisama, que han publicado libros preciosos de ensayos y crónicas) evidencia además algo distinto: un diálogo abierto con zonas menos visibles de la tradición y una resistencia a las mezquinas lógicas editoriales.
ME: Muchas gracias.
Fuente: Blog Sub-urbano