Giovanna Rivero ficcionalizada
Por:Martín Zelaya Sánchez
El universo de Giovanna Rivero trocó, en los dos últimos años, en una sucesión de nuevas experiencias, desafíos y sorpresas. Lo irreal e inexplicable que de tan repetidos terminan por hacerse comunes, y la capacidad de identificar rarezas en un ambiente donde lo único extraño es uno mismo, pueblan las páginas de Tukzon, historias colaterales (La Hoguera), su nuevo libro que acaba de presentar en Santa Cruz de la Sierra.
Pero más allá de su literatura, se nota en la charla y la actitud de la autora de Las Camaleonas —que termina sus vacaciones y se apresta a volver a EEUU para culminar su maestría en Literatura Hispana en la Universidad de Florida— ese inextricable halo que cubre a las personas que atraviesan una etapa decisiva en su vida. Así decisivo es también, según confiesa, este su nuevo texto para su ya reconocida trayectoria en las letras nacionales.
En un respiro de un raudo y ajetreado paso por La Paz, Giovanna habla de su (re) descubrimiento de la ficción narrativa, de su trascendental experiencia en el país del norte, y de sus apegos y quehaceres literarios.
—¿Cuál es la naturaleza y esencia de “Tukzon, relatos colaterales”?
—La ficción. Todo es ficción de pies a cabeza, desde acá hasta acá (señala la primera letra del título de su libro y la última de la reseña de contratapa). He recreado atmósferas en las que nunca antes había incurrido, quise explorar todas las posibilidades que me dio un ejercicio placentero de vivir, crear y recrear ficción.
—¿Cuánto de Bolivia y de EEUU tiene el libro, más allá de su ambientación, en lo referente a la inventiva y estímulos que te llevaron a escribirlo?
—Algunos relatos los empecé hace unos dos años en Santa Cruz, pero la mayoría los trabajé allá en Estados Unidos. Por eso es que también lo considero como un libro sobre la extrañeza, sobre todo lo nuevo que me tocó vivir desde el duro invierno y la “gringuez” clásica y estereotípica de Arkansas, hasta la Florida calurosa y refugio de residuos: inmigrantes, ancianos, excombatientes, convalecientes, etcétera.
En Florida me sentí rodeada de mutantes (obesos, locos, mutilados) y de pronto me di cuenta de que yo también, allá, tengo ciertos rasgos que me hacen encajar en ese perfil de gente extraña. Ése es el mundo que trasciende las páginas de Tukzon, el mundo del error vuelto ley.
—¿Y qué hay de Tucson, Arizona?
—Hasta eso es ficción. Es decir, me refiero, claro, a esa región fronteriza –—todo lo que se narra está en la frontera literaria de lo real y lo irreal— pero también con intención de fabular. Partiendo de que Tucson se escribe con “cs” y no con “kz”.
—¿Algo hila en un todo a los relatos?
—Son independientes, pero mi intención fue vincularlos como totalidad con una especie de río subterráneo, es decir, el sentido aparece recién y solamente en la lectura secuencial, que es la que recomiendo.
—¿Cómo fue el proceso creativo?
—Lo hice de noche, de 21.00 a 05.00, otro factor de extrañeza, pues mi vida, mi rutina me volvieron una “vampira”. En la mañana dormía, me levantaba para almorzar, hacía los deberes de la universidad y luego a pasar clases en la tarde.
—Pocas veces los escritores consumados, empedernidos, y creo que tú lo eres, se dedican sólo a un proyecto, ¿qué otras cosas tienes en la galera?
—En medio de Tukzon apareció una novela, que ya casi está lista, es más, creí que la iba a publicar antes, pero por todas las cosas que te conté este libro de relatos me apasionó más y quedó redondo antes.
De la novela, que aún no tiene título, puedo adelantar que uno de los registros es el punto de vista de una joven que crece en una ciudad pequeña —digamos que Montero— muy afectada por la violación de una chica que conmocionó al pueblo.
—Háblame de tus lecturas, las que te conmueven ahora, las que influyeron en tus recientes obras, las de siempre…
—Tuve una última etapa, la de Tukzon, en la que me acerqué mucho a la ciencia ficción “trash” de Diego Nielsen, y también me encantó Wasabi de Alan Pauls. Cuando escribí Las Camaleonas me movió mucho El Amante de Marguerite Duras.
Hablando de esos libros trascendentales, hay uno muy extraño que se llama Interlunio, interludio de Ercole Lissardi, un uruguayo desconocido del que no sé nada, gracias a lo cual, creo, que lo que realmente me cautiva es su narrativa. Cuenta una historia entre erótica y ficticia de los contrastes entre una sociedad de cretinos y otra de raza superior.
—¿Qué libros te estás llevando?
—Hoteles de Maximiliano Barrientos, Vaginario de Paola Senseve, Ciudadano X de Emilio Martínez y sigo buscando más.
Fuente: La Prensa