12/09/2008 por Marcelo Paz Soldan
Ensayo sobre Hojas de Eva de Rosse Marie Caballero

Ensayo sobre Hojas de Eva de Rosse Marie Caballero

hojas-de-eva.jpg

Impresiones de un lector
Por Arturo Torres M.

Los sabios son aquellos que intentan explicar el cómo y el porqué de las cosas, el poeta, tras de los iris de su inconsciencia, las contempla y traduce. El poeta no busca encontrar las razones, sino que más allá de la ciencia, las describe.
El erudito busca el interruptor, el poeta es la luz. El erudito es el albañil de las palabras, cuya tristeza se diluye en sus ojos, mientras observa los castillos en las nubes que el poeta erige con su magia.
El erudito es el lacayo del diccionario, el espolique de la gramática, el desheredado del verbo. En cambio el genio del poeta no escarba, pues las palabras lo rebasan; son ellas las que buscan un espacio, en el intento de ser parte de su obra. De allí que, el erudito, pierde su tiempo en buscar las letras mientras naufraga en el océano del talento. Y como ulterior venganza, como el desquite del vencido, se declara enemigo del adjetivo.
El poeta no intenta construir una nave para ver el lado oscuro de la luna; pues, imagina esa oscuridad velada y la ilumina con su resplandor, he allí la firma bella de un poeta. El poeta es el acuarelista de la palabra que retrata el mundo que le rodea; es el dibujante del lienzo de las páginas, con los añadidos sublimes de la fantasía creadora y el decorado de su sentimiento más profundo. El poeta no intenta buscar, pues, él mismo es la respuesta de las cosas.
Una mañana, Rosse Marie Caballero, con el aroma de una dama y el cariño de una amiga, llegó a la atalaya del chaturanga para depositar, sobre el cuadriculado negro y blanco de mi espíritu, una pieza extra: un ejemplar dedicado de su Hojas de Eva, para que así sea un deleite el manejo de los trebejos, donde salgo con ventaja en el ajedrez de la lírica y de la vida.
En el teatro de su obra, se abren las cortinas y, sobre ese tablado de oscuros caracteres y níveas hojas, los personajes se presentan ante nuestros ojos, en tres actos:
El yo plasmado: La cándida inocencia se hace palabra entre rondas de nostalgia y, tras las notas de suave melodía del ayer, que siempre estarán en el pentagrama de la posteridad, imita al fénix en la hoguera, que vuelve a ser ave… volando… ardiendo… renaciendo de sus cenizas.
El amor está también presente cual grito de evocación; sin embargo, a pesar de estar muerto talvez, todavía vive insepulto en ese cofre mágico del recuerdo, en que se acunan alegrías de eternidad… antaño vividas.
¡Oh! la pasión…. Refulge entre las páginas, como el sol en la aurora que emerge en la bóveda y, con su recorrido cóncavo de diáfano brillo, fenece una vez más tras el horizonte del poniente; pero con la certeza de que, mañana, una y otra vez, gozaremos de su luz y de su abrazo que incendia.
El propio terruño halla también cabida, es la sangre que nos llama. El soberano de la genética que impide errar el camino sobre el delicado andamiaje de nuestro andar; el faro que nos guía sobre las aguas de la vida.
La muerte, ese amor que espera, esa amante que nunca engaña, la que nada promete y que todo nos ofrece en su prisión de frígida eternidad e inviolable misterio, también canta en la poesía de Rosse Marie; el último personaje que cierra el primer acto.
La tierra y su gente, aquí y allende, transponiendo la mar: Un sufrimiento, una protesta y un pedido, es el manifiesto lírico que se yergue en ese vacío creado entre dos mega islas, la opulencia del oro de los grandes y la indigna existencia de los pequeños.
El Viejo Continente… El Desolador, la madre mayor de la historia, el terreno fértil de las paradojas… El infierno de la destrucción y de la magia del arte creativo, se presenta ante nuestra sed de conocimiento, a partir de aquello que se develó en la mirada de la autora. Pues, desde su visión de existencia natural, se enfrenta con la existencia programada, cuasi artificial, irreal… Su naturalidad innata de soñadora, se ve confundida cuando allí, los sueños ya no existen, dejaron de serlo, son leyenda de inocentes conquistados, es dolor de caídos, es el reclamo débil de los despojados.
En su lírica se transparenta la impotencia contra el asesinato de todo vestigio de sentir humano. ¡Oh… El sueño inmolado…! Grito de utopía, espasmo de lo inútil, lágrimas del vencido, mortaja de frío del desnudado que cubre su cuerpo, con retazos de miseria.
Soledad en la contemplación… la pluma también se cansa, las planas están en blanco. A veces el arte creativo se distrae desde un rincón rentado, en cosas más simples, como el reflejo de los artículos de un tocador, puestas delante de la luna del espejo, y se niega a seguir manejando la pluma, hasta que se canse también del abatimiento del no escribir y siga escribiendo…

Carnicero, satélite, instinto:
En esta melancolía sensitiva del dolor de un espíritu adormecido por el placer, el depredador aúlla a la moneda plata, a esa “forma eucarística” de Reynolds; pues, ella es el custodio y el despertador del instinto, la fiel amante de la noche, que levanta lobo, sensualidad, caricia, pasiones y la traicionera mordida en la fusión… la sublime magia que nos incinera en su fogón, hasta que la luna apague una vez mas su brillo.
La apatía de la bestia, que mañana regresará al llamado de la hembra y al fulgor de una nueva luna llena.
“El triste lobo se queda solo
y poco a poco se va cambiando
las vestiduras que son de hombre
y torna tibio a su morada
a echar de menos las noches bellas
de luna llena en su almohada” (R. M. C. * Hojas de Eva)

En fin, una óptica muy particular y, quién sabe, el ángulo analítico que se esconde tras el perfume de las Hojas de las Evas del mundo, que conocen de amores y, también, de lacerantes traiciones… El desgranar femenino y postrero de las letras y de los sentidos.
Hasta aquí, con mis impresiones como lector más nunca como crítico (Dios fue benigno conmigo y me libró de nacer contrahecho) quiero hacer llegar mis sinceras felicitaciones a Rosse Marie Caballero.
Su admirador, amigo y colega.

Fuente: Ecdótica