En memoria de Andrei Voznesenski
Por: Pedro Shimose
El poeta y arquitecto ruso Andrei Voznesenski (Vladimir, 12/05/1933 – Moscú, 01/06/2010) ha muerto, víctima de un segundo derrame cerebral. Durante el régimen comunista fue tildado de ‘formalista’, ‘cosmopolita’ y ‘antisoviético’. Heredero de la vanguardia rusa –Maiakovski, Blok, Esenin– fue un poeta de una gran riqueza verbal, de grandes recursos estilísticos y creador de metáforas e imágenes insólitas. Consideraba que la poesía no siempre es comprensible porque no está sometida totalmente a la razón. Ocho volúmenes componen su legado en verso y prosa: Mosaico, 1960; Parábola, 1960; La pera triangular, 1962; Antimundos, 1964; La sombra del sonido, 1969; Tentaciones, 1978 y dos más. Pertenece a la generación de poetas del ‘deshielo’: Evgueni Evtushenko (1933), Bella Ajmadulina (1937) y Robert Rozdestvenski (1932).
Lo conocí en Alemania y, después, coincidimos en Francia y España, en esos fecundos encuentros de escritores que alegraron y enriquecieron mi existencia. Voznesenski era de estatura mediana, taciturno, retraído, silente, parsimonioso, amable, sobrio y elegante. Cuando recitaba, su voz grave restallaba en explosión de ritmos, sonidos y cadencias. Hacía que el idioma ruso nos pareciera –a los que no sabemos ruso– musical, alado y, al mismo tiempo, plástico. Su poesía está escrita para ser vista en la página del libro, como la de Mallarmé, Apollinaire, Pound y Maiakovski, y para ser dicha, como la de Dylan Thomas, Blaise Cendrars, García Lorca y León Felipe. Es fama que llenaba estadios de fútbol y que sus recitales en televisión duraban horas sin que resultasen aburridos. Fue muy querido por el pueblo soviético, aunque también suscitó envidias y censuras de sus enemigos y detractores. En el extranjero fue admirado por W.H. Auden, Robert Lowell, Maurice Nadeau, Picasso, Sartre, Archibald MacLeish, Arthur Miller, entre otros. Su afinidad con los poetas ‘beatniks’ era notoria.
Le escuché declamar aquellos poemas suyos inspirados en sus visitas a Italia, Francia y Estados Unidos: Maiakovski en París, Las antorchas de Florencia, Monólogo de Marilyn Monroe, Los negros cantan, Me exilio en mí…, El aeropuerto de New York, de noche y el impresionante poema dedicado a Goya: “Yo soy Goya. / El enemigo abatido sobre el páramo gris / hiere mis ojos perdidos en la nada. // Yo soy la angustia. / Yo soy el clamor de la guerra, los cadáveres de los menesterosos / sobre la nieve de mil novecientos cuarenta y uno…”.
En 1963, durante una recepción oficial a la que asistía Nikita Kruschev, el poeta cometió el desliz de decir en voz alta que él, como su maestro Maiakovski, no era miembro del Partido Comunista. Kruschev le repuso: “Pues yo sí soy miembro del Partido y me enorgullezco de ello. ¡Miren a este nuevo Pasternak!”. Y a continuación gritó: “¡Váyase, señor Voznesenski, con sus amos de Occidente”. El poeta sólo atinó a responder: “No me iré. Ésta es mi patria y yo soy ruso”. No fue deportado ni partió al exilio, pero a partir de entonces, fue estigmatizado y condenado al silencio.
Varios poemas suyos fueron escenificados y musicalizados. Testimonio de una época, la poesía de Voznesenski es trágica, propia de tiempos difíciles en los cuales los soviéticos vivieron ilusionados entre la revolución, el miedo y la desesperación. Unos versos de Voznesenski describen su drama: “Todo progreso es reaccionario / si la persona es abatida”. Un poeta admirable, enfrentado a su destino, ha muerto.
Fuente: El Deber