08/11/2008 por Marcelo Paz Soldan
En la muerte de Solzhenitsin

En la muerte de Solzhenitsin

alexander-solzhenitsin.jpg

En la muerte de Solzhenitsin
Por:Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Leo los reportes acerca del fallecimiento de Alejandro Solzhenitsin. Todos confluyen en el rol que le tocó jugar como “la conciencia de Rusia”. El premio Nobel sigue la tradición de los literatos rusos, que, casi siempre, o eventualmente, tuvieron papel en el desarrollo de las ideas políticas del país, desde Pushkin, pasando por Herzen y Tolstoi, hasta hundirse en la profunda y amarga marea que significó la república de los soviets para el arte, y de la cual surge este autor, matemático y capitán del Ejército Rojo, con letras de denuncia e irreverencia, además de la reinstauración del adecuado lugar para el escritor en Rusia.
Lo que se obvia en las noticias de hoy es que con Solzhenitsin muere el último gran realista ruso, en la tradición -otra vez- de Dostoievski, Turgueniev y Tolstoi, de Chejov e ¿Iván Bunin?; una figura que rescató las letras rusas de cinco décadas de humo.
Luego de un efímero estallido de creatividad, después de octubre 1917, los escritores de Rusia, ya Unión Soviética, resbalaron por la viscosa barranca de la mediocridad hacia el olvido y la muerte. El fusilamiento temprano del marido de Ana Akhmátova, el poeta Nicolás Gumiliev, en 1921 por actividades “anti-soviéticas”, previó la masacre que sobrevendría: Babel, Pilniak, Meyerhold, Mandelstam sucumbieron entre otros. Maiakovski se suicidó, quiero creer hastiado por un previsible futuro. Pasternak fue acallado; Shklovski eligió el “exilio” y retornó; Merejkowski encabezó combatientes “blancos” contra los bolcheviques; Ehrenburg derivó su arte en notables trabajos autobiográficos; Sholojov representó al régimen; Alexei Tolstoi lo asimiló; Gorki fue asesinado por órdenes de Stalin. Después el silencio, largos años de letra insulsa, de loas al régimen, de culto a la personalidad, de aburguesarse en lo cotidiano, detalles ajenos a la imagen del escritor ruso, a la sátira imbatible de Gogol, al elogio de la individualidad de Andreyev. Allí emerge Solzhenitsin, de aquella larga sombra que se tendió por sobre los abedules como un triste poema de Esenin…
El GULAG, acrónimo de la Dirección Principal de Campos de Corrección Laboral soviética, aparece primero, algo velado y con la anuencia de Jrushov, en Un día en la vida de Ivan Denisovich. Pero son las novelas El Primer Círculo y Pabellón de cancerosos que sitúan, fuera de sus altas connotaciones políticas, a Solzhenitsin en la primera línea de los grandes realistas. Bastaron para su gloria literaria, pero él, viejo monje medieval que parecía ser, no se arredró ante el desconcierto de las autoridades y prosiguió una campaña crítica acerca de la falsía del estado. Páginas del Archipiélago Gulag aparecieron subrepticiamente en el extranjero y su expulsión de Rusia sobrevino al desenmascarar la parodia criminal del comunismo de la que ya habían hablado Margarete Buber-Neumann en 1948, Vassily Grossman relatando la política genocida del Holodomor en Ucrania o, dos décadas más tarde en el campo literario, los magníficos Cuentos de Kolyma (el campo de concentración) de Varlam Shalamov, poeta sobreviviente del Gulag y conocido del escritor.
¿Era ambiguo Alexander Solzhenitsin, o solamente controversial? Un autor que dedicó su vida a combatir el totalitarismo, desmereció la política de Gorbachov como “irresponsable”, al igual que la de Yeltsin, y modeló una amable relación con Vladimir Putin, puede ser ambas cosas. Pero ese es el hombre. No olvidemos que el gran Gorki, durísimo crítico de los errores soviéticos, tenía, al igual que Isaak Babel, cierta relación con Yagoda, jefe de la NKVD y uno de los fundadores del Gulag.
Solzhenitsin denigra el papel de octubre del 17 como punto culminante de la revolución. Arguye que la verdadera revolución fue la de febrero, que instaló al gobierno provisional de Kerensky, en cuyas deficiencias el novelista encuentra los gérmenes del posterior “golpe de estado” bolchevique, brillantemente concebido, eso sí, por la mente de Trotsky, y afianzado por el no menos brillante Lenin. Pero fue febrero la ruptura con el antiguo régimen, no octubre. Afirmación que se puede discutir y que no es necesario validar ya que la historia puede verse desde distintos ángulos sin que uno opaque al otro.
Agosto 1914, novela monumental de los inicios de la Guerra Europea, carga dejos de nostalgia, de los cuales se ha acusado repetidas veces a Solzhenitsin, pero Joseph Roth escribía sobre el Imperio Austrohúngaro con similar melancolía. No es extraño cuando algo sólido termina, porque en la pérdida de esa seguridad, así fuere aparente, viene la resaca de la confusión y la tierra de nadie donde nada crece y nada se crea. Por ello Alejandro Solzhenitsin, hablando de la literatura rusa contemporánea, y justificando el inmenso vacío en Rusia, analiza que las grandes obras han sido creadas en vastos períodos de estabilidad. Si pensamos en el Quijote, sito en una poderosa España, o en el Shakespeare isabelino, o en el multifacético y grandioso Portugal de Camoens, creemos que tiene razón.
El adiós a Solzhenitsin es un adiós a páginas que surgieron a mediados del siglo XIX, a la autoría y práctica de intensos hombres, gigantes en y por sí. El pertenece a la esencia de Hugo y Tolstoi, a la estirpe rebelde de Dostoievski y Balzac.
Fuente: Los Tiempos