En busca de Dios: El Hombre, de Álvaro Pérez Quehui
Por: Rodrigo Urquiola
El Hombre (Kipus, 2013) es una novela escrita por Álvaro Pérez Quehui. Mereció, el mismo año de su publicación, el Premio Marcelo Quiroga Santa Cruz que otorga el Gobierno Municipal de Cochabamba.
Se pueden decir muchas cosas sobre este libro. Se puede decir, por ejemplo, que es una novela de ciencia ficción (o science fiction, como prefieren llamarla muchos quienes creen que la traducción literal española no quiere decir lo que debería decir: ficción ciencia) y que viene a ser, junto con la recién publicada Iris (Alfaguara, 2013), de Edmundo Paz Soldán, un claro ejemplo de una nueva exploración-renovación temática dentro de las letras bolivianas. También se podría decir que no es una novela boliviana por el simple hecho de que gran parte de la acción narrativa suceda en los Estados Unidos. En este artículo vamos a decir que es un libro que nos habla de la permanente búsqueda de Dios (sí, Dios con mayúsculas) por parte del ser humano. Sin embargo, lo único que interesa, al final, es que es una novela. Y eso es lo mejor de todo.
Detengámonos un momento y pensemos en ese Dios con mayúsculas. No en ese dios o conjunto de dioses en que nos han enseñado a creer en esta región del mundo. Dios, ese misterio en permanente evolución. Dios, aquello indefinible culpable del aliento de vida. Dios, no interesa si existe o no, Dios. El Aleph, el Universo que nunca dejará de expandirse. Más allá de cualquier nombre que se le quiera dar al ánimo que impulsa este trabajo narrativo, El Hombre es una nueva indagación en los meandros de este misterio.
Un niño genio, Francis Fung. Un proyecto militar que data de la presidencia de Dwight D. Eisenhower. La máquina Mc Elroy, un proyecto de ambiciones comparables a las del avión U2, Internet o la EDVAC. Los multiversos. Los Boo, seres similares a los seres humanos que habitan un exitoso videojuego cuyo máximo logro es ser una representación del mundo como lo conocemos. Y después, la sombra de un apocalipsis, suicidios en masa, aparentemente inexplicables. La búsqueda de un hombre que efectúan los servicios de inteligencia –el Hombre–, un mesías cuya existencia es la clave para intentar comprender, en primera instancia, y luego detener lo que parece el fin de los tiempos. Sí, un thriller, eso es, también, El Hombre.
Ahora, volvamos a detenernos, y ocupémonos de los Boo, esas representaciones de los seres humanos que viven en una realidad paralela, simulada, que, a pesar de ser “falsa”, es un espejo al pasado y una ventana al futuro de la historia mundial. Ésa es su mayor cualidad. La cualidad del espejo y la ventana. El jugador que domina y decide los destinos de los Boo es Dios. Una parodia de Dios. El poder divino es adictivo y por eso el videojuego es tan exitoso. Solamente un Dios puede tener en sus manos muchas vidas ajenas para vivirlas como propias mientras decide cuáles son los rumbos del azar, mientras sabe que Él es el Azar. Una manera de buscar es intentar ser, transformarse en aquello que se busca. En El Hombre, esta transformación la sufren aquellos adictos al juego divino. Entonces, sucede que muchos Dioses artificiales empiezan a morir. Y la muerte es el único apocalipsis que podremos comprender, el único apocalipsis que podrá ser verdaderamente nuestro, individualmente nuestro.
Decíamos, al principio, que lo más importante que tiene El Hombre es su cualidad de novela. Es una novela y eso es lo mejor de todo. Y decíamos esto porque, en el fondo, es también una reflexión en torno a la escritura. El Autor como un pequeño Dios que da vida sobre un universo ya dado y decide sobre los destinos de sus personajes. El Autor como un jugador de Boo Hotel. El misterio del Todopoderoso que revive en las acciones de un pequeño mortal. Eso es, también, El Hombre, una metáfora de la existencia humana.
Fuente: Ecdótica