Emma Villazón y lo cruceño en poesía
Por: Andrés Ajens
Fábulas de una caída (2007), el primer libro de Emma Villazón, tiene el aire de un poemario en formación, pese a que no pocos de sus poemas huelan a definitivos.
Otra cosa ocurre con Lumbre de ciervos (2013), su acaso mayor legado poético. Cé Mendizábal, el luminoso escritor orureño, a menudo parco en sus juicios, escribiera: “El tiempo […] habrá de confirmar a Lumbre de ciervos como uno de los poemarios más brillantes de esta parte del mundo en los últimos tiempos.” ¿Algo que agregar?
Porque esa “parte del mundo” a la que alude Cé tanto confirma como desborda los límites departamentales y aun nacionales, solo ahora añado: Lumbre de ciervos habrá sido el poemario cruceño más marcante en al menos los últimos cincuenta años y —lo presiento— en los próximos cincuenta (léase también: sin cuenta). Se dirá: este desvaría; se dirá: este poeta enamorado aún está tocado por el desastre de El Alto. Lo estoy — cómo no estarlo. Y sí, también, desvarío; como Cé, me aparto del orden regular (una de las acepciones de desvariar que nos da la tan Real como Irreal Academia de la Lengua) y a la vez diferencio (otra acepción de la RAE).
Lo cruceño en poesía, para parafrasear al cubano Cintio Vitier, no habrá sido nunca algo fijo, cerrado, sino cada vez poesía por venir. ¡Poesía re.viva! La poesía cruceña, que a la vez saluda y reinventa Lumbre de ciervos, está articulada, como su nombre lo indica, por cruces, por cruciales cruzamientos desde ya entre “Bolivia” y “Chile”, entre “Santa Cruz de la Sierra” y “Santiago” —el poemario fuera escrito entre el tercer anillo y nuestra casa en Pirque, y uno de sus poemas señeros no por nada se llama Deslumbre migratorio. Tal polinización cruceña (o cruzada, como dicen los que aman y aprenden de flores): no solo poesía archi-innovadora (no habiendo “innovación” sin “tradición” en movimiento) sino también poesía fecunda, datada, poesía en camino. Y sino.
Fuente: Brújula