Emma, hacedora de milagros, mundos y palabras
Por: Alex Aillón
Lo que acaba de suceder es una tragedia. Bolivia acaba de perder a una de sus poetas más importantes. El futuro de nuestra literatura pierde a alguien que estaba llamada a renovar nuestras palabras y legarnos una obra significativa. La belleza pierde. La vida pierde. La alegría pierde. La amistad pierde. El amor pierde. Emma nos ha dejado cuando más la queríamos, cuando más la necesitábamos, cuando su luz brillaba de manera más intensa, ella que era una lámpara legítima. Hoy, el mundo es un lugar brumoso y hostil y la esperanza se ha paralizado de un momento a otro.
Sin embargo, no creo exagerar en lo siguiente: de aquí a un siglo ya no estaremos y nadie se acordará de muchos de nosotros, pero los versos de Emma Villazón crecerán y se harán gigantes, porque están destinados a ser leídos y apreciados cada vez más, tanto por la crítica (que ya ha reconocido su trabajo como una de las poetas más originales de su generación—su inclusión en varias de las antologías más importantes en el género así lo confirman) como por los lectores de habla hispana a lo largo y ancho de nuestro continente y el mundo.
Su último libro “Lumbre de ciervos”, editado el 2013 por La Hoguera, es un ejercicio brillante que lleva las posibilidades de nuestro lenguaje a otro nivel. Ya en su prólogo Cé Mendizabal se disculpaba por su entusiasmo al calificar a este libro como “uno de los poemarios más brillantes de esta parte del mundo en los últimos tiempos”, yo creo que no exagera, y no tendría por qué disculparse, “Lumbre de ciervos” es, en realidad, un libro limpio, brillante, un universo en sí mismo, un artefacto que anuncia el advenimiento de otro tiempo poético.
Los lectores del futuro y nuestra literatura tienen en la poesía de Emma Villazón un refugio seguro. Un refugio pequeño (Emma sólo publicó dos libros: Fábulas de una caída, en 2007 y Lumbre de ciervos, en 2013) pero sólido, capaz de resistir a la tormenta más dura, el huracán más pesado, el oscuro alud del tiempo.
Alguna vez, meditando sobre la naturaleza y los tiempos de la actividad poética en nuestro medio, Emma nos dijo que los grandes poetas son para siempre. No han pasado ni dos semanas y de ahora en adelante, ella también lo es.
“De manera que primero llegó la inquietud, y luego el poema debió saber responder a eso. Digo “debió saber responder”, aunque obviamente no creo que los poemas respondan de manera definitiva a un acontecimiento crucial en nuestras vidas. Así, con el primer libro, fábulas de una caída (2007), primero apareció un poema en el cual reconocí una voz que hablaba fuerte y que debía seguirla, darle atención y escuchar sus resonancias, que se convirtieron en otros poemas. Ahora que veo a la distancia ese proceso, creo que mi escritura pasó primero por el momento de oír una determinada inquietud, y luego por intentar responderla. Por lo que saber oír, sopesar a ciegas una inquietud oscura, una que no tiene una fácil respuesta, eso me parece muy importante. Es decir, me inclino por esa poesía que, en vez de tener búsquedas, “sabe oír” como un chamán o un yatiri el caudal de sucesos sociales e individuales que lo rodean y que todavía no tienen nombre.” (FIL La Paz, 2015)
Así es la poesía de Emma, una poesía que escucha, una poesía atenta a la delicada música del universo, una poesía recatada, precisa, sin alardes ni exabruptos, una poesía que “ distribuye peces en tono alto”, una poesía que se va y se disuelve “en la intersección de un pájaro”. Una poesía como ella.
No soy yo el más llamado a hacer un análisis a profundidad de la obra de una de las voces más sensibles que ha dado la poesía boliviana en los últimos tiempos. Otros ya lo harán con más autoridad y con mayor responsabilidad. Por su parte, los lectores están destinados (y tienen suerte) a descubrir sus palabras y a emocionarse y a mutar con ellas. Yo solo vengo a dejar aquí, en estas líneas imprecisas —entristecidas líneas, en todo caso—, mi humilde testimonio de que Emma Villazón pasó por este mundo, que no la merecía, como un acontecimiento maravilloso, feliz, de la creación, y que la gente que la conoció la quiso mucho, muchísimo, y eso es ya decir demasiado.
Sea la luz de los siglos y del universo contigo, Emma Raquel Villazón Richter, hacedora de milagros, mundos y palabras.
Fuente: Ecdótica