Por Rodrigo Ramos Bañados
La primera imagen que me viene a la cabeza es la de un antiguo cine de barrio, por allá en el final de los años 80, donde la cartelera estaba dividida entre películas eróticas mexicanas y películas de artes marciales, entre ellas, la de ninjas.
En esos días de pre adolescencia jugar a ser un ninja era una aventura interesante y divertida. Había que vestirse de negro, manejar unas armas en forma de estrella y por supuesto, un sable y desaparecer en el momento justo, cuando el peligro lo demandaba.
Jugábamos a ser ninjas con los amigos. Podría decirse que éramos como unos ninjas del desierto, lo que era una figura tan extraña como la de Santa Claus bien abrigado de rojo en medio del verano sudamericano.
Una conjura en el altiplano
La exótica novela de Iván Gutiérrez Moscoso (Cochabamba, 1988) El último ninja (Editorial Electrodependiente, 2022) tiene el descaro de abducir a ninjas desde un Japón superpoblado y deshumanizado cuya cotidianeidad no da espacio a los cultos antiguos, para disponer a estos misteriosos seres en una zona híbrida del altiplano que a ratos puede ser El Alto y en otros momentos La Paz.
O, también, puede ser un territorio distópico, dentro de una Bolivia rutilante de Litio; un lugar con nuevos códigos de convivencia quizás por la ambición desmedida. Es ahí donde los personajes, imbuidos en el torbellino, liderados por el último ninja, se ven obligados a interferir, a pesar de su ostracismo:
Kingston decidió guiar al último ninja a otro continente, a uno en el que habitaba el salar más grande del que sus ojos hayan visto, en donde toda la economía giraba en torno a las riquezas del litio.
En este contexto de polleras del altiplano la presencia de los ninja, con el legado de una rigurosa ética antigua, intenta germinar y sobrevivir en secreto al igual que una añeja religión en decadencia.
Y es aquí donde entra la habilidad de Iván Gutiérrez como contador de historias con el propósito de plantear una novela que de entrada puede resultar difícil, porque seamos claros, abordar un relato de ninjas en un perdido país sudamericano no es un enganche que interese a cualquier lector.
Las figuras japonesas extraídas de algún club de artes marciales comienzan a darle paso al contexto, así la novela se amalgama llegando a momentos logrados que no serán fáciles de olvidar en la memoria del lector, como la brutal disputa entre Gorobei y Samu, que termina con uno de los protagonistas expulsados.
Se trata de un relato original que no da tregua hasta el inesperado cierre de la novela. Mención aparte la gráfica de restorán japonés, que le imprime cierto código freak a una narración particular que deja la pregunta en la cabeza: ¿Y esto?, ¿es ficción especulativa?
El mundo se desintegraba en esa suerte de dinámicas, que aceleraban la marcha de la rutina. El último ninja llegó hasta la banca y se sentó al otro extremo.
Fuente: La Ramona