06/27/2014 por Marcelo Paz Soldan
El último libro de Alex Aillón “4.000” y el desierto de lo real

El último libro de Alex Aillón “4.000” y el desierto de lo real

foto 4000 (1)

El último libro de Alex Aillón “4.000” y el desierto de lo real
Entrevista a Alex Aillón
Por: Oscar Díaz Arnau

No, queridos hermanos, no es la soledad que iluminan las luciérnagas, tampoco la tenebrosa soledad de los muertos, ni la soledad de los hombres solos. No, ésa no es nuestra soledad.
Nuestra soledad es una soledad sin nombre que se acerca a cualquier esquina, a la luz amarillenta de la tarde donde nuestras soledades se juntan para encontrar algo de calor.
Es algo que fermenta con los siglos.
Mezcla de ídolos, dioses, rituales, pachamamas y mamaocllos; emblemas agobiados con cocaína, wiski
barato, carnaval y goma de mascar.
Asistimos en multitud al majestuoso espectáculo de nuestra propia soledad.

(FRAGMENTO DEL POEMA “4000”)
“Pasadas las utopías, el mundo ahora lejano del siglo XX, las ilusiones de la modernidad, nuestros íconos culturales, las revoluciones, incluida la actual: solo nos queda el desierto de lo real. Pero cantar al desencanto no está mal”, dice el escritor sucrense Alex Aillón Valverde, quien acaba de presentar su poemario “4.000” en varias ciudades del país.
En 4.000, de Editorial S y con el apoyo del Fondo Editorial de la Dirección de Cultura del Gobierno Municipal de Sucre, Aillón ensaya una poesía ácida —todavía beat— entre el goce y la melancolía de ser y estar en libertad. Una poesía universal con anclaje en Sucre, en Potosí, en El Alto, pero también en Quito, en Dallas, en Memphis, en París…
En la contratapa, el antropólogo y crítico de arte chuquisaqueño Gabriel Salinas dice, entre otras cosas, que 4000 plantea “un giro en el discurso poético contemporáneo, allí donde se devela la visión desencantada de toda una generación”. Salinas comparte con ECOS un acucioso comentario sobre el libro de Aillón (VER RECUADRO DE LA PÁGINA 15).
Se trata de una poesía hecha de historias, de recuerdos, escrita en primera persona y embebida del tiempo contemporáneo, con influencias literarias —de Allen Ginsberg, de Eliodoro Aillón—, musicales —de Dylan, Sabina, U2, Joplin, Rolling Stones, Sonny Rollins, Babasónicos, Molotov— y cinematográficas —de Humphrey Bogart o Marilyn Monroe—, entre otras de las que se vale para abordar las temáticas del amor, la soledad, la muerte, la bohemia o, simple y a la vez complejamente, la de la individualidad frente al mundo globalizado, con una mirada cruda pero entretenida, mordaz.
El “cable a tierra” de 4.000 podría ser la identidad: la bolivianidad y la chuquisaqueñidad desde los ojos y las emociones del autor, ora en la propia tierra, ora en el exilio.
Danos una referencia propia de “4.000”. Mírate al espejo como escritor hoy, con 4.000, y dinos qué ves. ¿Por qué al poeta de hoy —como dices en tu libro— no le queda más alternativa que “cantar al desencanto”?
Como escritor me veo como alguien que intenta, por intermedio de la poesía, dar cuenta de su tiempo. Veo a alguien que se parece al músico que vuelve en la madrugada luego de haberse emborrachado con los sueños. Pasadas las utopías, el mundo ahora lejano del siglo XX, las ilusiones de la modernidad, nuestros íconos culturales, las revoluciones, incluida la actual: solo nos queda el desierto de lo real. Pero cantar al desencanto no está mal, es una actitud crítica, antidogmática con la que, creo, debemos enfrentar este mundo.
Weber decía que la modernidad era, justamente, el desencantamiento del mundo, hablando de que hay que traspasar los mitos y los dogmas y ver más allá de ellos, y creo que mi generación estuvo marcada, todavía, por cierto encantamiento del pensamiento de izquierda y nuestro credo en que la política y las revoluciones podían cambiar las cosas para mejor, y hoy vemos que definitivamente no es, ni será así (derecha o izquierda, da lo mismo).
Entonces, el desencanto es un volver a la vida, a la realidad de lo cotidiano, a nuestros pasos, a nuestras historias mínimas y correr las telarañas de nuestros ojos aunque esto sea tan difícil. Es un humanizarnos de nuevo.
4000, en este sentido, es un documento de mi generación, alguien me dijo que se parece a un manifiesto, y es posible que así sea.
Dos influencias principales: por un lado Ginsberg y lo beat, por el otro tu padre. Explícanos un poco este cruce que, imaginamos, es mucho más que generacional.
En la introducción a mi poemario lo digo, he escrito los primeros poemas de 4000 movido por mi cariño a la gran tradición de la poesía beat, fundamentalmente a la obra de Allen Ginsberg. También los escribí para rendir tributo a la poesía de mi padre (Eliodoro Aillón), que pertenece a otra tradición, unida a la primera a través de su profunda perspectiva crítica y política del mundo: desde la poesía, ambos cantaron al desencanto de su tiempo y sociedad. Por un lado, no podríamos entender la revolución cultural de la segunda mitad del siglo XX en Estados Unidos sin la generación beat, que desnudó el fin del sueño americano, que protestó contra la guerra, la represión sexual, e hicieron una crítica política, no politizada, desde una generación que emergía de las cenizas de Vietnam, sin dejar de hacer arte. Creo que mi padre hizo lo mismo con (su famoso poema) “Pido la palabra”, hizo emerger la Bolivia pobre y abandonada de su infancia, que no estaba en los palacios presidenciales, ni en los ministerios, o en los himnos o sus héroes, como no lo está hoy, sino a 4000 metros sobre el nivel del hambre. Ambos hablaron de su tiempo desde una perspectiva que no deja de ser política, como ya lo dije, mas otro tipo de política.
Salinas dice que expresas una desilusión respecto al presente. Tu libro es también político. Habiendo vivido tanto como lo muestras en 4.000, ¿qué esperas o qué crees que pasará en el futuro en este país que es Bolivia pero bien podría ser Ecuador o EEUU?
No tengo una bola de cristal para saber qué sucederá en el futuro con nuestros países; y el destino del género humano, si seguimos así, es incierto como lo era desde el tiempo en que un meteorito mató al primer carvernícola.
Creo que tampoco podemos esperar que las cosas mejoren desde los políticos y los partidos políticos, movimientos o como quieran llamarse: ellos, definitivamente, no van a cambiar el mundo. Esperar que lo hagan es de una inocencia y de una irresponsabilidad superior. Yo lo he comprendido así y no creo estar equivocado; y en todo caso si lo estoy, ¿a quién puede importarle?
Tu libro también tiene otra cara más allá de sus primeros poemas, 4000 o El Contra Aullido…
Muchos de los que han leído 4000 me han dicho que se han muerto de risa con estos poemas. Y bueno, me alegra mucho saberlo porque gran parte del libro está lleno de estos artefactos que he utilizado para contar fragmentos de mi vida que tiene referencias ineludibles a nuestra cultura. Creo que el valor de este libro, como se evidenció en la presentación en el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia, radica justamente en la honestidad del mismo, y este es un recurso al cual no he renunciado en ningún momento, ya en la temática como en el lenguaje y estilo que he utilizado a la hora de escribirlo.
Mucha gente, que no ha leído este tipo de poesía, no muy común en la arena literaria boliviana, pues se siente reflejada en estos poemas y eso no hace más que darle sentido a su existencia, que es muy joven todavía para saber qué distancia y qué caminos aún le toca recorrer.
Fuente: Ecos