El trasunto de Telón lento
Por: Alan Castro Riveros
Una carta hecha libro
Después de leer Telón lento, tuve la sensación de que efectivamente era un libro. Borda, en El Loco, habla de la posibilidad de que su libro infinito e indefinible pueda llamarse sencillamente LIBRO.
¿Qué es un libro? ¿Cuál es esa posible sensación de que algo de pronto se perciba cabalmente como un libro? O, en este caso particular, ¿cómo es que una carta se convierte en un libro? Pues Telón lento no es un compilado de epístolas, y su unidad como libro radica en otra potencia que suma y sigue.
En los primeros párrafos de Razón y locura, el autor de El Loco divaga entre varios títulos para su libro. “Quizá si lo mejor sería titularlo llanamente LIBRO, ó en su defecto EXTASIS, DELIRIOS. Y otra vez a imaginar”. [Sic.]
De ahí que Borda sabe que aunque todo esté hecho pedazos, los fragmentos se suceden unos a otros y se arraigan en una unidad difuminada que ondula en un mismo movimiento proliferante. Cuando un telón cae lento, detrás de él hay una escena que se sostiene y deja adivinar una cola. El telón hace desaparecer paulatinamente algo que de todas formas persiste: una escala de intensidad de lo decible.
Valga esta breve divagación para decir que con la lectura de un juicio crítico de Medinaceli y la escritura que se juega una respuesta en las dos versiones de una carta, Borda recuerda la unidad de El Loco, una unidad que parecía haberse perdido por la distancia en el tiempo -como él mismo lo dice en la misiva de 1937 que se ha convertido en un libro llamado Telón lento.
La cifra
Carlos Medinaceli, el destinatario de la carta que leemos en Telón lento, ha partido hacia Camargo, sintiéndose perseguido después de publicar su memorable homenaje a miss Tarija. A Arturo Borda, el remitente, le ha sucedido que ha partido la carta en dos actos de un drama y ha firmado en la línea que los divide.
Telón lento, como libro, al comparar dos versiones de esta carta, verifica efectivamente que hay dos partes, pero además entrevé un tercer acto cuya intensidad desaparece lentamente tras el telón para reaparecer en el libro: la reformulación de una cifra en la hechura de la carta; es decir, la estampa del obraje de una escritura que parte y es parte de una obra mayor. Acostumbrados como estamos a la proliferación de manuscritos bordeanos en los manuscritos bordeanos, aparece de entrada en los entretelones de esta carta otra carta y otra más, y también una anterior que Carlos Medinaceli -antes de partir, “por si ya no tuviera otra oportunidad para ello”- deja para Arturo Borda.
En mayo de 1937 Medinaceli entrega una “carta” a su madre para ser recogida por Arturo Borda, junto con los nueve cuadernos de El Loco. Sin embargo, la carta no es tal; es un juicio crítico que ahora conocemos con el título de La personalidad y la obra de Arturo Borda y que, junto a Mi homenaje a miss Tarija, podemos leer en Chaupi P´unchaipi Tutayarka.
Medinaceli tenía el ojo para adivinar en un solo hombre el espíritu de un tiempo. Por ejemplo, en El alma medieval de don Ricardo Jaimes Freyre, dice: “Ha sido el hombre de sensibilidad más aguzada para vibrar al estímulo de todo lo que aquel tiempo evoca. El poeta que ha sentido, con mayor pathos, el Medioveo”. Por otro lado, la simpatía de Medinaceli hacia Gabriel René Moreno tiene que ver con la sensación de que en él se habían encarnado los valores espirituales más fértiles y severos del siglo XIX.
En este sentido, la “carta” de 1937 dirigida a Borda cuenta una anécdota que Medinaceli escuchó del periodista y escritor peruano Federico More Barrionuevo. “¿Quién crees -dice que le preguntó More a Juan Capriles- que ha de quedar de entre nosotros?”. “Pues, Borda”, había respondido Capriles.
Recordemos que en esa generación también estaban Raúl Jaimes, Gregorio Reynolds y José Eduardo Guerra, por nombrar algunos de los celebrados por la “crítica” de aquella época. Medinaceli remata la anécdota diciendo: “De los de su generación quedarán muchos, pero al que se señalará por su ‘originalidad’, indudablemente, será Borda”. En esa originalidad entrecomillada no deja de trasuntarse la aspereza irónica de Medinaceli hacia los críticos del futuro, quienes -incapaces de reconocer una nueva forma- exaltan la marginal primicia de lo que desconocen.
Hacia una re-edición de El Loco
Telón lento (2016) y Nonato Lyra (2014) obligan a releer la obra de Borda. Ambos libros son aparatos dialogantes que iluminan y señalan el entramado de la obra bordeana. Un libro solitario no puede sobrevivir sin sus aliados.
En Nonato Lyra esta alianza señala el valor cabal del hallazgo de un manuscrito donde se relata el hallazgo de un manuscrito. En Telón lento Borda salta de una carta al segundo acto de un drama en el que escribe una carta; lo cual lleva a una serie de desdoblamientos vertiginosos que tocan el pathos (como diría Medinaceli) de la Historia. Con estos dos movimientos -hacia adentro del texto y hacia afuera del texto- se configura un nuevo escenario para la lectura de El Loco.
Telón lento es un libro porque va más allá de sí mismo. Así como se escribió la carta a Medinaceli, así se escribió Nonato Lyra y también El Loco. En el pequeño gesto de haberse saltado de una carta amistosa a un drama en dos actos está el engendramiento de la escritura de Borda, quien se entrega al entrelazado de todas las formas y géneros. Un libro es el fragmento unitario de esa genética y en Telón lento vemos la migaja seminal de su flujo. Tal el punto bruno que ilumina la obra entera del Toqui y que en este libro se encarna y prolifera a carta cabal -por decirlo así.
La escritura no es una construcción preestablecida o una técnica que debe dominar quien escribe. Ya no se puede hablar de marginalidad en nuestra crítica, en cuanto la escritura siempre es una potencia y nunca algo que sugiere ombligos que ladran para dejar afuera todo lo que no se les parezca. La escritura es algo que se reconoce en su obraje. En ese sentido, la dramatización de un encuentro ya es la revelación de una mirada histórica.
El telón lento es también el movimiento de detenerse en los detalles que rondan la dirección de una escritura. En la propuesta de edición de Telón lento se precisa esta potencia puesta en marcha con la palabra intensión -que reúne en ella intensidad, tensión y una recifrada intención. Por otro lado, y para terminar, habrá que decir que la lectura de Nonato Lyra y de Telón lento es imprescindible para ese trabajo monumental que se hace columbrar: una edición desprejuiciada, entera y cabal de El Loco.
Fuente: Letra Siete