“El pozo”, la cruel metáfora de la guerra
Por: Homero Carvalho
En 1932 se inició la Guerra del Chaco, el último de innumerables conflictos bélicos que Bolivia ha sostenido con los países vecinos a lo largo de su vida republicana.
Durante tres años (1932-1935) Bolivia y Paraguay se desangraron empujados por empresas transnacionales que se disputaban un territorio petrolero. Eduardo Galeano dice: “Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco”.
Murieron cerca de 50.000 bolivianos y 40.000 paraguayos. La guerra es uno de los temas recurrentes de la literatura; y entre los narradores se destacan dos, uno paraguayo, Augusto Roa Bastos y uno boliviano, Augusto Céspedes, nacido en Cochabamba en 1904 y fallecido en La Paz en 1998.
Ambos escritores fueron protagonistas de esa guerra. Al término de la misma, Augusto Céspedes salió junto con un grupo de intelectuales, que conmovidos por la tragedia y con un grande sentimiento nacionalista, fundaron un partido político que años más tarde, en 1952, realizaría la llamada Revolución Nacional.
Jaime Iturri, periodista y escritor boliviano, afirma que “Si Carlos Montenegro fue el ideólogo, el ‘Chueco’ fue el luchador desde la pluma, desde la tinta y el papel”.
Publicó un libro de cuentos “Sangre de Mestizos”, relatos de la guerra del Chaco. Entre los cuentos de este libro, publicado apenas concluida la campaña en la que participó como soldado, se destaca el cuento “El Pozo”, uno de los más importantes de la literatura boliviana que figura entre los 100 mejores relatos de la literatura universal y entre los veinte seleccionados por Germán Arciniegas para “The Green Continent”. Tal vez sea, merecidamente, el cuento boliviano más antologado y con mayor número de traducciones.
Piero Castagneto afirma que uno de los más famosos cuentos bolivianos inspirados en esta guerra es “El Pozo”, de Augusto Céspedes, que relata la obsesiva excavación de un grupo de soldados sedientos en busca de agua. Como para corroborarlo, un veterano de esa nacionalidad recordaba un episodio parecido, donde sus compañeros esperaban el anuncio de “¡agua…!”, quizá “con mayor intensidad con la que resonara después la palabra ¡paz!”. El líquido elemento es un factor que por sí solo resume el carácter de esta contienda, librada hace siete décadas en el corazón de América.
Eduardo Galeano afirma: “Contará Augusto Céspedes, del lado boliviano, la patética epopeya. Un pelotón de soldados empieza a excavar un pozo, a pico y pala en busca de agua. A los doce metros, los perseguidores del agua encuentran barro líquido. Pero después, a los treinta metros, a los cuarenta y cinco, la polea sube baldes de arena cada vez más seca. Los soldados continúan excavando, día tras día, atados al pozo, pozo adentro, boca de arena cada vez más honda, cada vez más muda; y cuando los paraguayos, también acosados por la sed, se lanzan al asalto, los bolivianos mueren defendiendo el pozo, como si tuviera agua.”
René Zabaleta Mercado afirma que “El Pozo es el otro yo de la trama. Esta se compone de actos pero el Pozo es siempre sólo una potencia, una latencia. Son dos líneas (la suerte de los hombres alrededor del Pozo y la suerte del Pozo mismo) cuya unidad se resuelve dialécticamente: los contrarios se unen en la muerte cuando ya no es importante encontrar agua”.
El cuento toma la estructura de un diario de campaña escrito por el suboficial boliviano Miguel Navajas entre el 15 de enero al 7 de diciembre de 1933. El militar va tomando apuntes de lo que será su nueva misión: cavar un pozo para saciar la sed de sus compatriotas; dicen que si se cava lo suficiente se acaba por llegar al infierno y es allí donde nos sitúa Céspedes: “Esta tierra del Chaco tiene algo de raro, de maldito.”
Por momentos el relato alcanza ribetes poéticos: “Otra vez el calor. Otra vez este flamear invisible, seco, que se pega a los cuerpos. Me parece que debería abrirse una ventana en alguna parte para que entrase el aire. El cielo es una enorme piedra debajo de la que está encerrado el sol.”
Pero como buen cuentista, Céspedes no solamente narra la miseria de la guerra, sino que nos permite atisbar otros dramas tan propios de los seres humanos.
El Pozo y, pese a que Augusto Céspedes era revolucionario, no escapa al signo de la época, un signo marcado por la discriminación social, que aún hoy en día estamos tratando de resolver. El suboficial Navajas dice: “He destinado ocho zapadores para el trabajo. Pedraza, Irusta, Chacón, el Cosñi, y cuatro indios más”, por supuesto que es evidente los de “cuatro indios más”, es decir, los indios no tienen nombres como los blancos o mestizos, son los “nadies”, los anónimos, los “carne de cañón”, que sirven para incrementar las cifras de muertos y desaparecidos. Los indios no les interesaban a los oficiales como a la sociedad tampoco.
Las historias de coraje que se cuentan, que se cantan, que se loan y que se lamentan, a partir de la Guerra del Chaco tienen el sello de los blancos, los indios no existen. Y así ha vivido Bolivia de espaldas a su realidad, con dos países en el mismo territorio. Un país de mestizos y uno de indios. Si bien la Revolución del 52 sirvió para volverlos ciudadanos, para volverlos campesinos de acuerdo a los cánones de la modernidad, no pudimos o no quisimos incorporarlos efectivamente a los privilegios ciudadanos. Bastaba su apariencia o su apellido para que fueran discriminados; los hicimos avergonzarse de su origen y ahora la tortilla se dio la vuelta y estamos viviendo un acelerado proceso de etnización, donde todos reclaman una adscripción étnica. Yo, por ejemplo, soy “movima” que es la etnia sobre la cual los jesuitas fundaron mi pueblo Santa Ana del Yacuma en plena amazonía boliviana.
Fuente: Lecturas