El pozo, cuento de Augusto Céspedes
Por Fernando Chelle
Cuando el primer objetivo es saciar la sed
En el cuento La excavación, perteneciente al libro El trueno entre las hojas (1953), del escritor Augusto Roa Bastos (Asunción, Paraguay, 13 de junio de 1917 – ídem, 26 de abril de 2005) el Cervantes paraguayo, nos da a conocer la historia del recluso Perucho Rodi, un antiguo combatiente de la Guerra del Chaco, que se encuentra recluido, en condiciones infrahumanas en una cárcel paraguaya. Si bien en ese relato, Roa Bastos no se centra en el conflicto bélico que mantuvieron paraguayos y bolivianos, sino en la lucha de Rodi por alcanzar la libertad, la guerra es un telón de fondo, ya que Rodi, en sus momentos de asfixia y alucinaciones recuerda su etapa de combatiente en el Chaco. Allí, en el frente de Gondra, había excavado un túnel de ochenta metros desde su trinchera hasta la parte posterior de la retaguardia de los bolivianos, estrategia con que los paraguayos lograron tomar por sorpresa al enemigo y por ende lograron ganar esa batalla. Pero mi interés ahora, no es detenerme en el análisis de ese relato paraguayo, sino que hago referencia a él, por el simple hecho de que, en el presente artículo, trabajaré con una ficción con el mismo telón de fondo, pero visto desde el otro bando, trabajaré con un cuento boliviano.
El autor que he elegido para el estudio es Augusto Céspedes (Cochabamba, Bolivia, 6 de febrero de 1904 – La Paz, Bolivia, 9 de mayo de 1997), de quien analizaré el relato titulado El Pozo, perteneciente a su libro Sangre de mestizos, publicado en Santiago de Chile, en el año 1936 por Ediciones Ercilla. Libro y cuento, considerados “joyas insuperables de la literatura de postguerra”, por el referido Augusto Roa Bastos.
Sangre de mestizos es el primer libro de Augusto Céspedes. Vio la luz inmediatamente después de finalizada la Guerra del Chaco, que enfrentó a bolivianos y paraguayos entre los años 1932 y 1935. Es considerado por gran parte de la crítica literaria uno de los mejores libros de cuentos de la literatura boliviana. Se podría decir que Céspedes, quien participó activamente en el conflicto bélico, primero como corresponsal del vespertino El Universal (1933 – 1934) y luego como combatiente (1934 – 1935), escribió estos relatos durante el propio conflicto, ya sea, desde la retaguardia o desde el campo de batalla. Es una obra que forma parte, fundacional si se quiere, de la extensa narrativa que se refiere a la Guerra del Chaco, que tan fecunda ha sido, dentro de las letras bolivianas y también de las paraguayas. La obra consta de nueve relatos, en donde siempre un personaje mestizo narra de forma detallada la realidad vivida en la guerra. En esas historias de vida y de guerra que presenta la obra, Céspedes muestra lo trágico del conflicto, las tácticas militares, las debilidades de los hombres que intervienen en la contienda, hace crítica social, y por momentos, hasta poesía.
Si bien al comienzo del artículo hice referencia al cuento de Roa Bastos, para mostrar, digámoslo así, la otra cara de una moneda que se completará en el presente trabajo, lo cierto es que, como lectores, en el cuento de Céspedes nos adentramos muchísimo más en las vivencias de esa guerra absurda entre bolivianos y paraguayos. En el libro del boliviano, y en el cuento en particular, conocemos las características de esa tierra inhóspita, de clima caliente y seco, despoblada, cubierta solamente de bosque autóctono, donde se carecía de agua dulce y por tal razón el acceso a pozos y lagos pasaba a ser estratégico para la guerra. Este tema, el de la falta de agua, que será la columna vertebral del relato que analizaremos, aparece mencionado por Eduardo Galeano, en Memoria del fuego, como el principal causante de muerte de los soldados.
Están en guerra Bolivia y el Paraguay. Los dos pueblos más pobres de América del Sur, los que no tienen mar, los más vencidos y despojados, se aniquilan mutuamente por un pedazo de mapa. Escondidas entre los pliegues de ambas banderas, la Standard Oil Company y la Royal Dutch Shell disputan el posible petróleo del Chaco. Metidos en la guerra, paraguayos y bolivianos están obligados a odiarse en nombre de una tierra que no aman, que nadie ama: el Chaco es un desierto gris, habitado por espinas y serpientes, sin un pájaro cantor ni una huella de gente. Todo tiene sed en este mundo de espanto. Las mariposas se apiñan, desesperadas, sobre las pocas gotas de agua. Los bolivianos vienen de la heladera al horno: han sido arrancados de las cumbres de los Andes y arrojados a estos calcinados matorrales. Aquí mueren de bala, pero más mueren de sed…
El pozo
Sobre la configuración estructural del relato
El texto se encuentra dividido en tres partes, encabezadas por números romanos la segunda y la tercera, no entiendo por qué no la primera, si es que ha sido un descuido de Céspedes o qué, lo cierto es que no aparece numerada. La primera parte abarca la explicación que hace el suboficial boliviano Miguel Navajo de su condición actual y la decisión de darnos a conocer la historia de un pozo, escogiendo algunos pasajes de su diario personal. En esta primera parte del relato se citan diferentes días del diario, que muestran como es la vida de unos sacrificados zapadores, en medio de un lugar inhóspito, sin agua, donde viven acechados por el sol y el polvo. Se cierra la primera parte de la narración con la referencia al hallazgo de un pozo, elemento que será el centro de interés del segundo momento. La segunda parte del relato, la más extensa, comienza el día 2 de marzo. En esta parte conoceremos de cerca las desdichas y esperanzas de un grupo de soldados bolivianos en torno a un pozo estéril del que buscan inútilmente sacar agua. La tercera y última parte del relato, que cita únicamente la fecha del 7 de diciembre, cuenta el sangriento y desdichado desenlace en torno a la defensa de un pozo estéril e inútil, como esa propia guerra.
Líneas generales del argumento
El relato contiene la reproducción de algunas páginas escogidas del diario del suboficial boliviano Miguel Navajo. En el comienzo de la narración, desde un presente, Navajo nos cuenta de su estado actual, nos dice que lleva 50 días con avitaminosis beribérica internado en el hospital de Tarairí y nos informa que estuvo dos años y medio en campaña. Aclara que a pesar de padecer esa enfermedad y de haber recibido un balazo en las costillas el año anterior, no ha podido lograr que lo liberen y lo envíen de regreso a La Paz. Como se aburre de su situación en el hospital, Navajo se pone a releer su diario y decide ofrecernos, a nosotros los lectores, algunos pasajes escogidos, “exprimidos”, de lo que allí se encuentra. A partir de esa decisión notamos un cambio de tono en el relato, se abandona la primera persona inmediata, próxima a la oralidad que se venía dando en el discurso de Navajo y pasamos a conocer lo que dicen las páginas del diario. Allí, el militar narrador, en primera persona, cuenta las anécdotas que se suscitaron a lo largo del año 1933 alrededor de la excavación de un pozo. Los personajes, incluido el suboficial narrador, forman parte de la línea de zapadores, soldados que se encargan de abrir caminos en la espesura, tender puentes o excavar zanjas. De manera que, más que la referencia al enemigo, o a las batallas que se estaban dando por esas fechas en la guerra, la referencia constante en el relato es a la sed, la verdadera enemiga de esos hombres. Después de recibir la orden de un teniente calificado como “rubio y pequeñito”, de que hay que buscar pozos, los soldados encuentran un “buraco” antiguo, de pocos metros de profundidad, que alguien, no saben quién, comenzó y abandonó. Deciden continuar excavando sobre aquel hallazgo, con la esperanza de encontrar agua, de manera que el pozo, poco a poco comienza a ganar profundidad. Por un momento, la esperanza se afianza en los soldados porque encuentran barro, pero solo resulta ser una capa de arcilla húmeda, más abajo, lo único que encuentran es tierra y más tierra seca. Veinte, treinta, cuarenta metros y nada, el pozo pasa a ser la verdadera guerra de estos soldados, mucho más real que la que se libra en la superficie. En la profundidad los hombres pierden la noción del tiempo, solo sobreviven con sed en una oscuridad perpetua, hasta que algunos comienzan a delirar y a desmayarse por la asfixia. En determinado momento, los paraguayos se enteran que los bolivianos tienen un pozo, lo que desconocen es que está seco. Esto los lleva a atacar, quieren adueñarse del pozo y por ende del agua. Los bolivianos defienden al pozo como algo precioso, como si no fuera estéril y realmente contuviera el preciado y salvador líquido. El combate por el pozo vacío dura cinco horas y deja un saldo de trece muertos entre ambos bandos. Ese enfrentamiento inútil, por un pozo inútil, podría funcionar como una gran metáfora de lo absurdo de esa guerra. La tierra seca y estéril, se termina tragando la vida de aquellos hombres.
Una breve reflexión final
Indudablemente lo que se propuso Céspedes con este relato, fue mostrar la inutilidad y el sinsentido de la Guerra del Chaco. Ese pozo seco, que para lo único que sirvió fue para sepultar a los soldados de ambos bandos, sin duda que es un gran símbolo de esa inutilidad y de ese sinsentido. A la batalla que se libró por el pozo estéril, no la suscitó el deseo de ganar territorio, ni la defensa de una ideología determinada, la suscitó la sed, el instinto de supervivencia y también la estupidez de algunos y la ignorancia de otros.
Fuente: www.culturamas.es/