El narrador peligroso
Por: Wilmer Urrelo Zarate
La primera vez que leí Río fugitivo, apenas cuando salió a la venta allá por 1998, tuve la sensación de estar frente a una de las más aceptables novelas bolivianas de esa década que terminaba. Y el tiempo, en cierta media, me dio la razón. Pero antes, quiero mencionar una injusticia que por fortuna ya está saldada: son diez años desde esa primera edición hasta esta segunda impresa por Nuevo Milenio. Nunca antes se había reimpreso el libro en Bolivia pero ahí, como consuelo, estaban los libros piratas en las calles, piratas de toda calidad, ediciones de bolsillo inclusive. En fin, cosas que a lo mejor sólo pasan en Bolivia. Sin embargo, acá lo importante es hablar de la novela: al volver a leerla uno se encuentra con esos personajes entrañables que había hallado en 1998. Están Alfredo, Roby, Conejo, Mauricio o Silvia. Lo que más me llamó la atención en esa primera experiencia con la novela de Paz Soldán fue esa tensión en el aire cada vez que Roby y Silvia se encontraban. No, tensión no. Esa aparente –para el protagonista– atracción sexual por su media hermana. Cosa curiosa: en este mi segundo encuentro con el libro noto que esa relación es más evidente y claro, también está presente el mundo vargasllosiano que exuda la novela. Y los adolescentes y su desastroso mundo también. Lo cual nos puede servir como respuesta cuando nos digan que las generaciones pasadas –o los tiempos pasados– fueron mejores. Ahí nosotros tendremos a mano el libro de Paz Soldán para cerrarles la boca y decirles: «mejores no, igual de depravadas». Y es que eso no cambia, y es que Río fugitivo, además de ser una magnífica lección de cómo narrar una buena novela, nos ofrece un retrato bien pero bien descarnado de la juventud cochabambina de los años ochenta, la cual se parece (basta abrir un periódico o leer las declaraciones de las «juventudes cochabambinas» para percatarse) que todo sigue igual y que la violencia, la locura, el sexo y demás vainas de adolescentes siguen siendo las mismas. Ahí está, por ejemplo, uno de los protagonistas afectado por un herpes. ¿Cuántos no supimos que algunos compañeros o compañeras de curso estaban en esa misma situación? Los mejores tiempos no son siempre los pasados, abuela. Entonces tenemos una novela que, para mí, cumple con la regla de las buenas novelas: atraviesa los diez años de rigor (en este caso, veinte) y sigue siendo igual de buena que la primera vez que la leímos. Ah, me olvidaba. También está presente la crisis de esos años, el pobre Siles y su sonrisa beatífica, la izquierda y su eterna confabulación contra ella misma, etc. «El mundo está lleno de narradores peligrosos», dice el protagonista de Río fugitivo. Y es cierto. A veces la literatura necesita de esos narradores peligrosos para lograr aquello que los críticos tanto reclaman: trascender en el tiempo.
Fuente: Ecdótica