03/20/2012 por Marcelo Paz Soldan
El misterio de los cuentos: Vacaciones permanentes, de Liliana Colanzi

El misterio de los cuentos: Vacaciones permanentes, de Liliana Colanzi


El misterio de los cuentos: Vacaciones permanentes, de Liliana Colanzi
Por: José Noé Mercado

El autor nos cuenta cómo se fue adentrando en la obra de Liliana Colanzi. Posteriormente platica con ella sobre su búsqueda literaria.
Conocí a Liliana Colanzi, como a cada vez más autores, en internet. Por supuesto, no en un evanescente chat room ni en las famosas redes sociales que hoy son como los antros de moda donde se supone debe estar todo mundo para figurar o, en rigor, no desaparecer del mapa. Con tintes de serendipia, encontré algunos de sus cuentos y trabajos periodísticos: artículos y entrevistas sobre literatura, cine, música. Salinger, Fogwill, Fuguet, referencias a Wes Anderson, a la Coca-Cola, a Wendy Sulca: todo un mundo pop, más que cercano, compatible. Conecté de inmediato. Fue interés al primer click.
Supongo que por tener un amigo en común, también boliviano, pude contactarla. Supe así que Liliana Colanzi nació en Santa Cruz, en 1981. “Se graduó de Comunicación en la UPSA y de Estudios latinoamericanos en Cambridge”. Actualmente cursa el doctorado en Literatura comparada en la Universidad de Cornell, ha publicado en Etiqueta Negra y Los Noveles, además de ser incluida en diversas antologías. Es colaboradora de Americas Quarterly y en 2009 coeditó para Aguilar la antología de no ficción Conductas erráticas.
Colanzi resultó ser simpática y creativamente inquieta. Tanto que en 2010 publicó en Editorial El Cuervo su primer libro de cuentos: Vacaciones permanentes. Con un título tan sugerente y una vertiginosa óptica de sillas voladoras en la portada quise leerlo de inmediato. No hubo necesidad de tercera, aunque la primera no resultó. La segunda vez fue la vencida.
El primer intento por hacerme de Vacaciones permanentes se extravió en el correo mexicano. Mal. No se puede confiar en él. Por alguna razón poco y nada extraña, el libro no llegó a mis manos. Ojalá haya quedado en el poder curioso de algún integrante de la oficina postal o entre las pertenencias de un cartero aficionado a la literatura. Pero nunca se sabe. En todo caso, y no sólo por el incidente, me gustaría pensar que Liliana Colanzi es cada vez más leída en México.
“1997”, “Rezo por vos”, “Retrato de familia”, “Vacaciones permanentes”, “El fin de semana estaré bien”, “Banbury Road” y “Tallin” son los cuentos que conforman el debut solista de Liliana Colanzi. Son siete relatos que pueden leerse de manera independiente, pero al mismo tiempo entrelazados, que también guardan la unidad necesaria para entenderse como una sola historia que se desplaza episódicamente en el tiempo.
Lo primero que sorprende en Vacaciones permanentes es la madurez narrativa y de perspectiva vital que muestra Colanzi, la precisión y economía de su pulso literario para exponer la esencia de sus personajes, sus conflictos y estados interiores, así como la fuerza concentrada de sus poderosos y fisurantes diálogos que adentran en el pensamiento más íntimo y a veces doloroso de sus protagonistas. 130 páginas le bastan para inscribirse en el panorama de las letras latinoamericanas como una autora de finos, variados y sobre todo eficaces recursos literarios, que plantea una propuesta contemporánea y original, en la medida que nace de su propia inquietud pero a través de personajes y situaciones completamente verosímiles es capaz de conectar con una realidad cada día más cotidiana y generacional que no puede negar la incertidumbre y el desencanto de su carnet existencial.
—¿De dónde partes como autora?
—Vengo de una familia grande y bulliciosa: soy la menor de cinco hermanos. De chica resultaba difícil hacerme oír, así que empecé a llevar un diario y a escribir cuentos desde muy temprano. Publiqué mi primer relato “adulto” a los dieciocho años de edad en una antología de cuento boliviano: Memoria de lo que vendrá.
—Si la esencia es contar historias, ¿qué diferencias encuentras, más allá del género, entre la literatura y el ejercicio periodístico que también has ejercido?
—Escribir ficción es un ejercicio muy solitario y autista. El periodismo me permite salir de mí misma y dialogar con otros. Y también me da una gran excusa para entrevistar a autores, directores de cine o músicos que me interesan.
—¿Cómo ubicas tu propuesta literaria en el mapa boliviano? ¿Algo distingue a la cuna cruceña de los autores, temáticas y tratamientos paceños, cochabambinos o tarijeños?
—Bolivia es demasiado pequeña como para pensar que cada región tiene una propuesta literaria distinta. Aun así, creo que en Santa Cruz no existe cierto culto de lo marginal que está presente en La Paz.
—Al leer Vacaciones permanentes me parece que, más allá de las posibles referencias geográficas, hablas de una realidad latinoamericana global. Y, sobre todo, de una época, porque tu mirada se convierte no sólo en una historia, sino en una forma de percibir y sentir el mundo contemporáneo. En una actitud ante él. ¿Buscas algo así como escritora?
—Creo que no. Cuando empecé a escribir los cuentos de Vacaciones permanentes el único material que tenía a mano eran anécdotas de familiares o de amigos de la adolescencia. Incluso revisé antiguos e-mails y utilicé historias casi textuales que encontré ahí. Fue una especie de ejercicio de nostalgia, una forma de recuperar el mundo que había perdido. Se trató de una búsqueda personal.
—Tus personajes (Analía, Nico, Paul) no terminan, sino que empiezan, desencantados. ¿Por qué? ¿Qué hay en su mundo para partir así? ¿Cuál es la complejidad de explorar personajes que ante la imposibilidad de conectar, dañan o se dañan; que no encuentran lo que buscan en los demás y sin embargo no terminan de romper con ese exterior algo radioactivo emocionalmente?
—Mis personajes son incapaces de crecer o de aceptar lo que ello implica. Para Analía, una de las formas de negarse a crecer es vivir en una fuga constante, tanto física como emocional: siempre está soñando con la posibilidad de reinventarse en un lugar nuevo, aunque el precio a pagar sea la imposibilidad de establecer relaciones duraderas. Sus lazos con la gente que la rodea son muy tenues. Nico puede ser el amigo perfecto de Analía pero se comporta de manera cruel con otras chicas. En ese sentido, me interesa explorar la ambigüedad moral de mis personajes.
—En ellos percibo diversos miedos latentes. Uno de los más evidentes quizás sea el paso del tiempo. Pero no necesariamente por envejecer, sino por el riesgo de que uno se convierta en algo que no quería. En algo que detestaba. ¿Por qué la edad adulta genera ese tipo de miedo en Analía?
—Porque crecer significa, entre otras cosas, corromperse, dañarse y hacer daño. Y también, como señalas, está la posibilidad de convertirse en todo lo que una más detesta. Para Analía el horror significa terminar atrapada en el mundo de sus padres. Mis personajes no avanzan: caminan en círculos. Por eso es que la acumulación de experiencias no les sirve de nada.
—¿Cómo encontrarles aire para algo que parece inevitable: acumular años, adquirir experiencias y salir al mundo postadolescente lo menos dañados posible?
—Si lo supiera, querido José Noé, estaría patentando la fórmula. La única respuesta que se me ocurre por ahora es que, cuando todo falla, siempre queda el sentido del humor.
—¿Tú crees que uno puede reinventarse, escapar, o que uno lleva su mundo irremediablemente por el mundo?
—Estamos condenados a cargar con nuestros errores y a repetirlos, un poco como la tragedia de Sísifo. Pero también estar enamorado es reinventarse. Escribir es reinventarse.
—Algo que también inquieta en Vacaciones permanentes es que los vínculos tradicionales ya no vinculan (al menos no del todo): el amor, la familia, el sexo, la maternidad, la amistad. ¿Qué es lo que sí hace conexión en el mundo en que vive Analía?
—El odio es un vínculo muy intenso. Y la ternura.
Vacaciones permanentes me parece el libro que podría leer un personaje como Analía. ¿Podría ser?
—Analía no lee libros. Escucha música.
—En ese aspecto, ¿cómo permean en el mundo literario que construyes las influencias no sólo literarias, sino musicales, televisivas o cinematográficas que te van interesando a ti?
—No creo que influyan de manera consciente. Por ejemplo, la música de fondo con la que escribí la mayor parte de los cuentos fue The Velvet Underground & Nico: los protagonistas, sin embargo, escuchan cumbia o rock latino. De vez en cuando se filtraron algunas películas: por ejemplo, la rumana 4 meses, 3 semanas y 2 días influyó en la manera de aproximarme al aborto en el cuento “Vacaciones permanentes”.
Colanzi me asegura que por ahora seguirá escribiendo cuentos. Es de celebrar. Se le percibe cómoda y aporta en el género. Rodrigo Fresán, en la contratapa de Vacaciones permanentes, escribe: “Cada vez es más complicado develar el enigma de qué es un buen cuento y cómo debe ser. Una de las posibles y más sabias y acertadas respuestas a semejante misterio son los cuentos de Liliana Colanzi. Cuentos desbordando de luces y de sombras y, sobre todo, de perturbadores claroscuros. Cuentos que son, también, como visitas a un planeta lejano y nuevo pero a la vez conocido y próximo…”
Los cuentos de Liliana Colanzi tienen una virtuosa claridad en su planteamiento. Esa pluma es una voz, por momentos, de lumínica y elaborada simpleza, de notable y valiente agudeza introspectiva, que no necesita demasiadas líneas para sumergir en el pensar y sentir de sus personajes, en sus emociones y argumentos. No quieren y quizás no necesitan crecer porque ya son grandes. Saben de qué y cómo va la vida. O, si no lo saben, lo intuyen. O esa impresión dejan al lector. Todo, al final, es lo mismo. Quizás eso fue lo que aprendieron en sus vacaciones permanentes: periodo de un instante, una época, una ética, una forma de vivir.
Fuente: revistareplicante.com