12/24/2008 por Marcelo Paz Soldan
El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún II

El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún II

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El lugar de Rodrigo Hasbún
Por:Martín Zelaya Sánchez

Impresionante manejo del lenguaje (de su lenguaje) concreto, veloz. Economía de palabras que, no obstante, no deja resquicios a una sólida trama. Así es El lugar del cuerpo, la primera novela del cochabambino Rodrigo Hasbún, con la que ganó el Premio de Novela convocado por el municipio de Santa Cruz.
El vertiginoso ritmo hace pensar en lo innecesarias que a veces son las 400 o 500 páginas que emplean otros escritores, que parecen seguros de que un requisito de buen novelista es llenar y llenar cuartillas de cuartillas.
Utilizando repetida y casi siempre acertadamente el tiempo como recurso narrativo, no sólo y más allá de la temporalidad de la trama —saltos, adelantos de hechos y situaciones que no son imprescindibles describir y que sobreentendidas quedan mejor—, Hasbún escribe en esta obra sobre escribir, como en la mayoría de sus escritos (aunque no siempre explícitamente); la pasión lo invade tanto que no puede evitar, como Pitol, Vila Matas, Bukowski, contar o al menos tocar parcialmente en sus tramas la acción, el modo de vida, cual es vaciarse de lleno en una hoja en blanco.
La obra
Elena es la hija menor de una típica familia clasemediera latinoamericana (obsesa por escalar socialmente), que es violada periódicamente por su hermano en una ciudad equis de un país equis en una época equis.
Así arranca y se contextualiza la novela en una primera parte en la que, entrelíneas, se introduce la historia, los personajes y el contexto: Cochabamba, en la Bolivia de la decadente dictadura de los años 80.
La parte II muestra a una Elena joven que emigra a un país equis de Europa y que entre trabajos eventuales, miserables y no pocos encuentros sexuales casuales empieza a publicar artículos literarios en un suplemento.
En la tercera parte se ve a una mujer madura y con un mediano éxito como escritora, y que sigue con aventuras sexuales —narradas con detalle, pero con una naturalidad altamente creíble— y crisis depresivas; pero la trama se empieza a intercalar con el diario de su niñez y un libro de memorias que —se sobreentiende— a futuro escribirá la Elena anciana.
En la parte IV —contra todo pronóstico, y tal vez no de la manera más afortunada—, el autor hace volver a su personaje a su país, 30 años después de su partida, para reencontrarse con sus ancianos y desconocidos padres, y una sociedad que la mitifica por su éxito y fama, aunque la desconoce tanto como ella.
Un narrador omnisciente y ausente hila toda la acción, los diálogos e incluso el cambio de planos y los trozos en primera persona (pensamientos, diario y otros escritos), en los que predomina la interioridad sentimental reflexiva de la protagonista: “Ya tenía acumuladas dentro del cuerpo un montón de mujeres muertas”, dice en un lugar hacia el final; un guiño del autor para que se entienda mejor el título escogido.
Connotaciones entrelíneas
Se filtran en la breve novela las frustraciones, desilusiones y eternas preocupaciones que marcan la vida y, sobre todo, determinan la vocación y dedicación literaria del autor.
¿Vive Hasbún atrapado en una burbuja que lo asfixia? ¿Es tan extrema su pasión por los libros, el cine y la música que se aisló de su entorno y, sobre todo, se siente marginado por este? ¿Es algo generacional? ¿No nos pasa un poco de eso a todos?
Dice el narrador en las páginas 81 y 82, al inicio de la tercera parte: “¿Debía mencionar el nombre de su país por primera vez? ¿Hablar por primera vez, desde la literatura, de las condiciones sociales y económicas de su país, lamentables, injustas, dignas de siglos anteriores (…)? ¿No era eso de lo que había huido siempre, desde su primer libro, la aborrecible tendencia de los escritores de país pobre de hacer sociología por medio de la literatura, un libro de quejas mediocre, un observatorio de denuncias? ¿Debía mencionar nombres y apellidos, acusar apuntando con el dedo, renegar en voz baja pero alta, porque luego aparecería el libro y sería leído y machacado o alabado o ambos?…”.
La novela de Rodrigo Hasbún no es mediocre, ni mucho menos. De hecho, junto con La toma del manuscrito de Sebastián Antezana y Fantasmas asesinos de Wilmer Urrelo —tres autores muy jóvenes, vaya coincidencia— son las mejores obras escritas por bolivianos que leí en los últimos cinco años.
Ahora bien, dado el anterior fragmento, ¿no incurre acaso Hasbún aunque tangencialmente en eso de hacer sociología en la ficción, que tanto critica?
Fuente: La Prensa