12/09/2008 por Marcelo Paz Soldan
El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún

El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún

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Escribir rodeando las heridas: El lugar del cuerpo de Rodrigo Hasbún
Mónica Velásquez Guzmán

El ejercicio de escribir opera como catarsis, comprensión y reconciliación… Si perdonar es difícil, en la medida en que al hacerlo se renuncia a un pasado mejor; inventar es difícil, en la medida en que al hacerlo se sabe que entre las palabras habrá siempre la presencia de lo que sucediendo en lo real se niega a su simbolización, a su resolución.
La primera novela de Hasbún obtuvo el Premio Nacional de Literatura 2007 y de ese modo entró por una puerta grande que, en este caso, no parece pasar por un afán de reconocimiento y promoción (aunque todo premio lo sea) sino más bien de la presentación oficial de uno de los mejores narradores jóvenes en el país. Durante el iv Encuentro de escritores iberoamericanos en Cochabamba, mucho fue lo que se dijo sobre el lenguaje sexual directo y sobre esa temática en las protagonistas de la novela y del volumen de cuentos Cinco del autor. Sin embargo, y leyendo ambos libros, me parece que existe una tensión mucho más elocuente entre el proceso de la escritura y la narración osada y literal de encuentros sexuales que configuran un mundo ficcional original y provocador.
Dos escrituras… dos vidas
Si Elena, escritora madura que nos narra el proceso de escritura de su más reciente novela, parte de dos escrituras (diario versus novela); dos vidas (la violencia del incesto durante su infancia y la de afamada escritora); dos lugares (el país que dejara y Alemania)… la lectura de la misma debería, en mínima complicidad con el proyecto, transitar estas tensiones y estos dobleces para seguir el paso de tan retadora narradora. La vida de la escritora está registrada en sus cuarenta cuadernos diarios donde apuntó su cotidianidad y sus ideas inconexas para futuros proyectos de escritura. Sin embargo, y de inicio hay un silencio en su obra que sus palabras han rodeado tanto en los diarios como en la novela. “Nosotros –escribió en su diario–, monstruos o dioses, debemos rompernos a solas, llorar sólo cuando no haya nadie más. Sobre todo después de la infancia. Ahí es bueno que haya gente aún”; en esta cita se sintetiza la distancia que ella impone entre su vida y su obra; entre lo que puede ser dicho, tiene nombre y lo que es silencio, censura, horror y que, por lo tanto, no tiene nombre aunque su ficción rodee ese silencio permanentemente.
Es más, “en sus libros, pero éste está saliendo diferente y se ha desordenado y no se entiende bien y está lleno de falsedad, los hermanos no abusaban de sus hermanas y los padres amaban a los hijos. En sus libros las familias eran felices y todos eran felices. En sus libros nadie se sentía solo nunca”. Aquí un rasgo que me parece central en esta narrativa en la que la ficción, el ejercicio de escribir opera como catarsis, comprensión y reconciliación de Elena con “eso” sin nombre en su historia. Si la escritura puede llenar de felicidad insoportable a sus personajes, haciendo casi indeseable tal estado para los lectores, sí expresa el deseo de cambiar la biografía en un origen desde donde la escritura nace como alrededor de una falta, de una incomprensión.
Para cumplir con ese propósito, para habitar la escritura desde los silencios que ésta cubre, Elena recurre a dos recursos: por un lado, a la permanente digresión sobre las opciones de resolución o avance de sus personajes y de su vida. Frente a la opción de regresar a su país de origen y arreglar cuentas con su silenciado pasado, la narradora barajea ante el desconcertado lector las múltiples opciones de la escritura.
Esa es la estructura de toda la novela, de hecho, la ambigüedad tan bien manejada en la misma nos hace ir de una opción a otra sin saber a ciencia cierta qué es lo que ocurrió y qué es lo que fabula la protagonista escritora. El juego, propio de la invención escritural, devuelve a la realidad una movilidad que ésta niega; hace más posible entrever lo que pasó en consecutivas escenas que van entre su reconocimiento como escritora, el implícito arrepentimiento del hermano que abusara de ella (probablemente la más conmovedora de las escenas de toda la novela), y el encuentro con padres y personajes de los que su memoria se ha defendido.
Cuantas más historias planea escribir y luego descarta, más nombres pone Elena sobre lo que no puede nombrar; cuantos más desenlaces y giros sofisticados inventa para sus personajes, más formas de reinventarse logra. Escribir bordeando una herida es bordar nombres, historias y personajes para que una pueda ver ese hueco, esa fisura de lo que la niña no pudo nunca comprender, pues a la luz del día la familia tomaba esa forma que Elena devuelve en las familias felices de sus cuentos. ¿Quién decía las noches, quién le ponía un nombre a su cuerpo invadido? Sólo finalizando su historia, haciendo ficción su violación, Elena logra reclamar en la página lo que nunca pudo decir en las noches de su cuarto: “He llegado a mi límite, escribe. Ya no más, escribe. Por favor”.
Encuentros sexuales
Por otro lado, Elena recurre frecuentemente a narraciones sexuales lo más explícitamente posible. En su diario están registrados detalladamente los encuentros sexuales de “los años ajetreados”, y cuando piensa en su incorporación en el discurso novelar, ella sonríe maliciosamente imaginando que tales relatos “suscitarán más interés en el público”. Y escuchando las opiniones sobre la narrativa de Hasbún parece que Elena acertó. Bueno, lo interesante para mí es que en estos relatos hay un exacerbado afán por hablar más que claro, violentamente claro sobre el sexo, sus formas, sus osadías en los cuerpos. Ya en el cuento “Álbum” aparecía ese mismo propósito: “Le gusta poder hacerlo, ser capaz de nombrar las cosas por su nombre, inventarse como una escritora impúdica. Pero no lo es. Tampoco es una mujer impúdica. Se esfuerza por aparentarlo eso es todo […] Cuando ha intentado ser consecuente con la imagen forzada ha descubierto que ella no es así, que sólo puede ser tan atrevida y tan audaz en la imaginación”. En la novela ese uso del lenguaje es todavía más desconcertante porque es paradójicamente otra forma de la narradora de callar su iniciación sexual violenta, como si agotando el lenguaje más directo, más vulgar, sin revestimientos, por fin eso que no logra acabar de aparecer en el lenguaje tuviera lugar.
Como si diciendo las posturas, los antojos y las prácticas de sus personajes algo de su historia personal quedará liberada, ella sabe lo que sucede y lo nombra exactamente, literalmente, a ras de los cuerpos, sin “pudor”. También inventándose así, “impúdica” es ella quien decide sobre los cuerpos de sus protagonistas, opción que quedó negada en la violación con que el hermano decidió sobre el cuerpo de ella.
En uno de los intentos más logrados de la narrativa boliviana (a excepción tal vez del primer capítulo de lanovela un poco débil al lado de los capítulos posteriores, ¿error o acierto al estar justamente dedicado a la infancia de Elena?), Hasbún nos presenta ya un mundo narrativo absolutamente consciente de que el proceso de crear es un proceso en tensión con la realidad, pues dice e inventa el mundo a tiempo de salir de él. Inventar incansablemente historias posibles para rodear un silencio estructural, explotar la crueldad fascinante de un lenguaje que mira a los ojos la sexualidad y sus formas más calladas socialmente, no son más que caras de la misma moneda cuando el lenguaje introduce una fisura en la realidad y toma el control de los hechos. Si perdonar es difícil en la medida en que al hacerlo se renuncia a un pasado mejor; inventar es difícil, en la medida en que al hacerlo se sabe que entre las palabras habrá siempre la presencia de lo que sucediendo en lo real se niega a su simbolización, a su resolución, aunque el lenguaje le lama a diario las heridas y le invente cinco, diez, cien salidas posibles.
Escritura, sin embargo, que apuesta a la celebración de esa tensión, no a su imposibilidad, sino a su rebeldía ante el mundo con su horario y sus pasados irremediables de los que, felizmente, uno puede burlarse escribiendo, torciendo los desenlaces.
Fuente: Nueva Crónica