Por Santiago Espinoza
(Texto introductorio de ‘Eso que miramos los bobos’, nuevo título del periodista Santiago Espinoza, publicado por Editorial 3600 y presentado en la Feria del Libro de Cochabamba, 2024)
Todo empezó como un ejercicio de “terapia ocupacional”. Durante el Mundial de Rusia 2018, disputado entre el 14 de junio y el 15 de julio de ese año, me propuse escribir una columna (casi diaria) de los partidos para la separata que el periódico Opinión le dedicaba a la Copa. La idea fue mía, nadie me pidió que escribiera de fútbol, aunque ya lo había hecho antes de forma esporádica. La aclaración sirve para descargo de los editores de las páginas deportivas y de artículos opinativos que, desde entonces, vienen tolerando mis irresponsables incursiones en una materia en la que no me considero experto ni mucho menos. Soy un futbolero más, uno que, eso sí, tiene el privilegio de publicar textos en el periódico.
Decía que todo comenzó como una terapia ocupacional, porque, a mediados de 2018, me convencí de que escribir una columna casi diaria, con la sombra de la hora de cierre acechando, me ayudaría a combatir los raptos de ansiedad extrema que por entonces me asaltaban de día y de noche. No sé si el remedio fue peor que la enfermedad, pero sí sé que el fútbol se volvió en el centro de mi rutina, restándole peso a otros demonios menos inofensivos. Me hizo tan “bien” vivir los días para (escribir de) la pelota, que, cuando se acabó el Mundial, me atreví a prolongar la vida de la columna futbolera para seguir gambeteando la ansiedad y, de paso, descubrir los caminos que se abriría la escritura bajo códigos a los que no estaba tan habituado: periodicidad, extensión y temas fijos.
Por pereza o costumbre, ni siquiera le cambié el nombre a la columna. Siguió –y sigue– llamándose “Dios es Redondo”, un nombre abiertamente “plagiado” de un libro de Juan Villoro, en indisimulada muestra de admiración por el escritor mexicano (algo que se explica con más detalle en páginas siguientes). Se viene publicando semanalmente, cada domingo y con previsibles interrupciones, en la sección impresa y digital de comentarios de Opinión. Ocupa literalmente una columna del periódico dominical, lo que le impone una extensión relativamente breve: una plana o menos de un documento Word. Y sus preocupaciones orbitan (casi) siempre alrededor de la pelota.
Me gustaría detenerme en el anclaje temático de la columna y, por extensión, de este libro. Si durante su nacimiento, en Rusia 2018, los artículos versaban fundamentalmente sobre los partidos del torneo; una vez concluido ese periodo extraordinario, que por algo tiene lugar cada cuatro años (al menos, hasta que la FIFA y su billetera digan lo contrario), entendí que debía ampliar el arco de intereses de los textos, pero sin abandonar el fútbol. La consigna se redujo a la siguiente fórmula: mirar al mundo desde el fútbol y mirar al fútbol desde el mundo. Tan vago y pretencioso como suena.
Por mirar al mundo desde el fútbol entiendo la voluntad de buscar signos de época en el deporte y sus alrededores, que van del folclore contemporáneo (en las tribunas) a la cultura empresarial (de las cúpulas dirigenciales), pasando por la puesta en escena de proyectos de poder (a través de la injerencia política de la práctica futbolística). Y al mirar al fútbol desde el mundo asumo la necesidad de acercarme al deporte y sus alrededores siguiendo las coordenadas históricas y culturales dentro de las cuales se mueve la redonda. Dicho de otra manera: reconocer al fútbol como un lenguaje. El fútbol como un lenguaje que habla de cosas distintas al fútbol. El fútbol como un lenguaje de signos que se significan desde lenguajes distintos al fútbol. Lo más probable es que esta pretensión, abstrusa para mí mismo, no haya sido alcanzada ni de cerca. No me toca a mí corroborarlo.
Lo que sí me toca es aportar las razones de este compendio de columnas y del periodo que abarca. No estaba en mis planes reunir en un volumen mis textos futboleros publicados semanalmente entre 2018 y 2022, pese a que ya había caído en la tentación, al juntar mis artículos sobre el Mundial de Rusia con los de Xavier Jordán, colega y amigo, quien también había escrito de las jornadas mundialeras. El libro resultante de esa experiencia a cuatro manos, Crónicas mundialeras del dios redondo (Kipus, 2018), fue algo con cuya repetición fabulamos más de una vez, pero sin llegar a concretar nada. Entretanto, yo me fui encariñando cada vez más con ese rinconcito del periódico donde se publican mis escritos, que fui acondicionando en función de necesidades y vicios, hasta convertirlo en un arbitrario templo de adoración al dios redondo. La idea de recuperar los artículos para ofrecerles una nueva vida en forma de libro asomó recién a mediados de 2022, en el momento en el que la espera por el Mundial de Catar se hizo más acuciante.
El primer proyecto de esta publicación imaginó un volumen que reuniera columnas difundidas hasta antes del inicio de la cita catarí, a mediados de noviembre de 2022. La idea era aprovechar la prolongada espera por el Mundial. Como no cuajó, el proyecto estuvo a punto de naufragar por completo, hasta que, en un arrebato de entusiasmo por el título conquistado por la Argentina de Messi, vislumbró una nueva oportunidad en un compendio que incluyera los textos producidos durante los días de Catar. De alguna manera, el libro tendría un final feliz. El tan anhelado acto de justicia poética que le dedicó el fútbol a uno de sus mejores intérpretes.
El curso de Catar 2022 resignificó todo el proyecto, por más que, en la práctica, solo dio lugar a un puñado de textos que se publicaron durante los fines de semana del campeonato, así como inmediatamente antes y después. Los cuatro años previos a la consagración albiceleste, que fueron incontestablemente aciagos, encontraron la redención en la imagen de Messi besando la Copa del Mundo y trayéndola de vuelta a Sudamérica veinte años después de que la alzara Cafú, en Japón. No en vano, el título con que he bautizado esta versión final del libro se desprende de una frase dicha tras uno de los partidos de Catar: la del enojo del “10” argentino con Weghorst, el “bobo” neerlandés al que mandó pa’ allá al final del accidentado partido de cuartos en que Argentina despachó a Países Bajos.
Ahora bien, el desenlace del cuatrienio 2018-2022, por el que caminan las columnas de este libro, se antoja especialmente gozoso en la medida en que, apelando al lugar común, funciona como “la luz al final del túnel”. La alegría de Messi y de sus feligreses ofreció un balsámico alivio a un periodo con más desgracias que dichas. Si 2018 se cerró sin mayores aspavientos, 2019 fue el año del descalabro boliviano, de la autodestrucción colectiva, del país roto. Ni hablar de 2020, cuando, estando aún Bolivia lamiendo sus heridas, el mundo sufrió un apagón insólito en la era posmoderna, por efecto de la pandemia de coronavirus. 2021 estuvo lejos de ser un año de recuperación, pues había que reaprender a vivir con más miedos y penurias. Y si bien 2022 fue el momento para salir de los confinamientos, el mundo al que volvimos no estaba para recibirnos con los brazos abiertos; al contrario, iba a recordarnos que los paisajes apocalípticos habían dejado de ser ciencia ficción.
Las marcas de esos años manchan inevitablemente el tenor de las columnas y, quién sabe, también su estilo y tono. A lo que voy es a intentar justificar este libro por lo extraordinario del periodo en que fueron escritas y originalmente publicadas. A su manera, aspiran a ser una suerte de testimonio del fútbol sobre unos días inusualmente oscuros dentro y fuera de Bolivia. Unos días que, sobra decirlo, cambiaron para siempre a este mundo. Y no es que los textos estén plenamente consagrados a comentar las expresiones de la crisis política de 2019 o de la crisis sanitaria de 2020-2021, sino que, aun sin aludirlos explícitamente, acusan la pesada sombra de sus secuelas.
Si esos factores “extrafutbolísticos” resultasen insuficientes para defender esta publicación, puedo también enumerar algunas “razones” más estrictamente futbolísticas. A saber, el cuatrienio en cuestión ha traído: 1) el afianzamiento de la tecnologización del fútbol, mediante el VAR y otros artilugios dignos del Gran Hermano; 2) la emergencia generacional que, de la mano de Mbappé, Haaland o Vinicius, ha llegado para jubilar a Messi y Cristiano y romper su reinado bipolar; 3) el desplazamiento de calidad que ha convertido a la Premier en la liga más competitiva del planeta; 4) el fin de la edad de la inocencia de “La Pulga” en el Barcelona y el declive imparable del club catalán; 5) la predominancia continental de los clubes brasileños sobre los argentinos; 6) el envejecimiento de las generaciones doradas de Chile, Perú y Colombia; 7) el recambio dirigencial en la FBF, abanderado por el clan Costa; 8) una timorata renovación generacional en la Verde; 9) la crisis institucional y financiera que dinamitó la cuarta edad de oro del Wilster; 10) la tortuosa desaparición de San José; 11) la multiplicación de equipos cochabambinos en primera división… Eso por no hablar de la consagración de Messi con su selección, de la que ya me he ocupado. Capítulo aparte merece la desaparición de los dos mayores artistas de la pelota, Maradona y Pelé, uno muerto en noviembre de 2020 y el otro, el antepenúltimo día de 2022. Su partida es otro indicador de la trascendencia de los últimos años para la historia del fútbol, acaso una señal inequívoca del final de una era en este deporte.
No creo que sea una redundancia decir que los hechos enumerados componen un mosaico de los temas específicos que abordan las columnas de este libro. Muchos de ellos son constantes, cuando no obsesiones, sobre las que vuelvo una y otra vez. A ellos cabe añadir algunos fetiches personales de data casi tan antigua como el fútbol: el cine, la televisión o la nostalgia por la generación de futbolistas que clasificó a Bolivia al Mundial de EEUU. No son pocas las películas y series que concurren en estas páginas, por su interés en el mundo futbolístico y la evidencia de su potencial como entretenimiento más allá de las canchas. Tampoco son pocas las evocaciones de jugadores, entrenadores y otras figuras que, entre 1993 y 1994, nos hicieron cantar el Himno Nacional con una convicción que difícilmente se replicaría luego.
Quisiera creer que, con lo expuesto, alcanza para explicar la razón de existir de este libro, pero tengo mis dudas. Debe ser porque me temo que hay también algo de vanidad en el impulso de creer que mis escritos futboleros merecen leerse en conjunto. Les toca defenderse por sí solos.
Decía casi al inicio de esta presentación que si algo une a los textos de este volumen es su deseo de entender el fútbol como un lenguaje. Y si es cierto que donde hay lenguaje hay lengua, valdría también reconocerle al fútbol una lengua propia, esto es, la puesta en práctica de su lenguaje. Una lengua franca, en más de un sentido. Franca porque opera como un código compartido que trasciende fronteras, culturas y generaciones, aun sin llevar al entendimiento pleno. Y franca porque se presta a una franqueza verbal cada vez más infrecuente en este mundo gobernado por la corrección política. La lengua de los bobos. De los bobos que miramos un deporte bobo. De los bobos que sobrevivimos en un mundo bobo.
Fuente: La Ramona