08/19/2022 por Sergio León

El encuentro de la narrativa del presente de Paz Soldán con la postnaturaleza y la invasión de la virtualidad

Por Caio Ruvenal

(Comentario realizado para la presentación de “La mirada de las plantas” en Cochabamba.)

Gracias por venir a recibir esta nueva novela de Edmundo que significa también ya un regreso definitivo a su pulso narrativo, de publicación en realidad, enfriada o pausada por la pandemia. Una novela que ha sido categorizada por la crítica y por su mismo autor como de ciencia ficción.

Justamente para escribir una nota sobre la FIL de La Paz, donde ya se presentó La Mirada de Las Plantas, y a partir de una sugerencia de los editores, vimos que sería pertinente la idea de discutir la tendencia de la ciencia ficción en algunos de los títulos más importantes y que seguramente están siendo protagonistas en La Paz. Un género que alguna vez ha sido considerado como menor, pero que ahora no se puede ocultar su gran proliferación en el país y en el mundo entero, siendo empleado como una herramienta, un lente para leer la realidad.

Y es que Edmundo siempre se ha preocupado de narrar su presente, testimoniarlo, como lo hizo alguna vez con las consecuencias de la crisis neoliberal, la misma pandemia y ahora entiende que no se puede aprehender la realidad, el presente, sin observar la relación de la cotidianidad con las nuevas tecnologías que viene acompaña del cambio climático y la degradación provocada de la naturaleza.

Esa búsqueda se materializa en La mirada de las plantas, una exaltación de la realidad en la que Edmundo hace convivir una naturaleza, no diría debilitada, sí transformada y que no deja de ser imperante, imponente, representada con la ciudad fronteriza de Villa Rosa, con una tecnología burda, que emplea sus avances en esa interminable persecución del placer, representada por la compañía de realidad virtual que desarrolla experiencias en base a plantas alucinógenas.

A partir de la realidad virtual motivada para la creación de un juego, una simulación, más bien, se despliega otra virtualidad como resultado de la experimentación con la planta ancestral alucinógena, pero se trata de otra virtualidad, no la tecnológica, una que debe ser entendida en su definición de que existe, mediante alucinaciones, pero solo de forma aparente. La mirada de las plantas se sustenta y desarrolla en este aparente antagonismo. Por un lado, la tecnología, que ha dejado su concepción o idea original de facilitar el trabajo humano para crear un verdadero mundo virtual, que desafía la realidad, y se construye de manera paralela. Una tecnología que ayuda a descubrir, desvelar una sociedad pobre moralmente, donde los abusadores tienen más miedo al escarche, a la denuncia pública que, a la justica, una contemporaneidad donde “la adicción, el placer, la solución a una necesidad son más fuertes que el deseo de privacidad”.

Las nuevas tecnologías crean entonces un mundo virtual que a la vez se conecta o invade a lo que conocemos como mundo real. El protagonista, el psicólogo Rai, recibe constantemente ofertas en su correo de videos sobre sus intereses. Mientras leí aquello recordaba  la curiosidad que siempre me causó el algoritmo de las sugerencias de amistad de Facebook, porque siempre me sugerían personas que en esos días había visto físicamente y esta, digamos coincidencia, claramente se argumenta en razonamientos de localización, que esa sugerencia de amistad visitó tu perfil antes, pero no deja de evidenciar dos realidades (la virtual tecnológica y la física) que se interceden, interactúan: leo un pasaje del libro que me ayuda a ejemplificar la idea, en palabras del protagonista: “El contacto se desvanece en segundos, en cambio lo filmado persiste durante un largo tiempo y puede manipularse”.

Hablaba de dos opuestos que dialogan en la novela. Uno es el tecnológico y, al frente, el otro opuesto de la relación antagónica, relación que, creo es el corazón de la novela, está la naturaleza encarnada en planta, árbol. La naturaleza crea otra virtualidad — convirtiéndose así la virtualidad en la conexión entre ambos lados, tecnología y naturaleza—mediante las alucinaciones que son narradas en delirantes episodios febriles que apelan a lo sensorial y logran en lo escrito una experiencia física. Las alucinaciones son las puertas con las que esta virtualidad alucinógena, que se contrapone y al mismo tiempo convive con la tecnológica, entra a la realidad de Rai.

La naturaleza también vive en la ciudad fronteriza con Brasil, Villa Rosa. Está plagado de las señas de un ambiente hostil, las cigarras, la floresta, la temperatura opresora. Se le otorga una identidad a esta ciudad fronteriza que me hace relacionarla con la literatura de frontera de Horacio Quiroga.

La noción de frontera en la obra de Horacio Quiroga, dice Leonor Fleming, abarca todos sus niveles, desde los personajes hasta los escenarios o la lengua y, en un plano más profundo, se halla también en una búsqueda técnica. Un rasgo que es más evidenciable en Los desterrados que se sitúa en Misiones, donde confluyen Argentina, Uruguay y Brasil. Las fronteras son ricas en tipos pintorescos, como son los que alberga la compañía del proyecto, Tupí Vr, con un protagonista que no tenía donde más ser recibido, un doctor Dunn, director del proyecto, que lo toma como una cruzada y unos voluntarios que experimentan con la planta alucinógena para alimentar la realidad virtual, cada uno más rocambolesco que otro, de diferentes orígenes, etnias, culturas que son neutralizadas en la naturaleza.

En su estudio sobre Quiroga, Fleming infiere que los que no tienen tierra tampoco tienen idioma, los que no tienen raíces carecen de lengua materna, de eje de pertenencias. Gesto que también se traslada a Villa Rosa, donde el idioma oficial es el portuñol, un español atropellado.

Sin embargo, al hablar de la naturaleza hay que tomar en cuenta, como una vez me advirtió el mismo Edmundo, cuando La mirada de las plantas recién se lanzaba en España, que no se trata de una naturaleza “impersonal”, como la describía Carlos Fuentes. La de los principios del siglo XX donde se la concibe como algo anterior a todo, sin tiempo, sin espacio, casi autónoma, la que sorprendió y asustó a la conquista.

Rómulo Gallegos decía de la selva en Canaima: “Inmensas regiones misteriosas donde aún no ha penetrado el hombre”, José Eustasio Rivera en La vorágine: “Se los tragó la selva”. Si en el transcurso del tiempo de la conquista a la república, la naturaleza ya estaba humanizada, ahora, su relación con el ser humano está mediada con la tecnología. El extractivismo ha llegado a la paradoja de la explotación de plantas ancestrales para fines tecnológicos placenteros.

Sobrevive entonces de la naturaleza, para conformar la postnaturaleza, la alita del cielo, el nombre de la planta alucinógena que transmite el mensaje de la selva. El hombre vuelve a un estado básico de contacto con la naturaleza:  el encuentro con el subconsciente logrado a través de una planta que funciona como una “mano mecánica de una excavadora, ingresando a esos lugares nebulosos del cerebro donde anidan los sueños y moran astillas de recuerdos olvidados”.

Sin más vueltas, he tratado de transmitir en estos minutos la experiencia que ha sido para mí el viaje que me supuso la lectura de “La mirada de las plantas” y ahora los invito a que ustedes la experimenten por su cuenta.

Fuente: Editorial Nuevo Milenio