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Por: Ramón Rocha Monrroy
Escribí esta nota para mis nietos Ale y Antü
Los niños son reacios a hacer sus tareas. Mis nietos tenían como tarea practicar la búsqueda de palabras en el diccionario y ponían todo pretexto para posponer su trabajo. De pronto se les ocurrió buscar la palabra “traste”, de ella pasaron a “nalgas” y de ella a “culo”, mientras reían a carcajadas. En una sesión se volvieron diestros en el manejo del “cementerio de palabras”, como llamaba Cortázar al diccionario, y al final el mayor de los dos fabricó una definición más precisa e imaginativa que la del diccionario de la Real Academia o del de María Moliner. Me dice: “Culo es la extremidad inferior de las nalgas”.
Cuando se iniciaba en primaria, mi hijo Manuel terminaba sus operaciones de matemáticas y las decoraba con lápices de colores. Le tocó revisión de cuadernos y el profesor, un cura dispéctico y agrio, le hizo rehacer todo el cuaderno. Ah, si estimuláramos la imaginación de los niños, ellos se encargarían de devolverles la vida a los signos.
¿Qué fue primero, la naturaleza o el verbo? Para judíos y nominalistas, el verbo, pero la historia del alfabeto muestra lo contrario. Cuando se inventó el alfabeto a fuerza de sintetizar los jeroglíficos en signos, resulta que el signo más utilizado, el jeroglífico de un toro, se convirtió en la letra A, que si se la ve como un dibujo, es la cabeza invertida de un animal con astas. Esto me mueve a pensar que todos los signos aluden a la vida, a la sensualidad, porque son alusiones a formas bellas de nuestro cuerpo y de nuestros sentimientos.
La A y la Z tienen una historia en común. La A es un toro que rumia sospechando el origen de sus cuernos y la Z es el rumbo de su deambular acosado por el insomnio y los celos. La b está chuta, como esperando un implante de silicona; en cambio, la B, ¿no es una nodriza generosamente dotada por la naturaleza? Ramón Gómez de la Serna lo decía mejor: “La B es el ama de cría del alfabeto”. ¡Qué tetas! Sólo habría que añadirle pezones.
La Y es una mujer bella, estirada y derecha, pero se la ve muy depilada. No le haría mal pintarle vellitos. Como a la V, mujer madura, o a la v, mujer púber, ¿no ve?
La C es un culo y la c, un culito. Un duende juguetón le pintaría un anito. La D es una mamá embarazada; no sería profanarla pintarle también vellitos.
La j y la i son letras erguidas y cachondas en trance de disparar una perla. ¿Quién podría aguantar tanto tiempo verticales sin estallar? La g es una perfecta hormiga.
La f es un farol apagado a cuya sombra se besan los enamorados.
La n y la u son damas de honor abollado, la primera tronco abajo y la segunda piernas arriba. La m es una gorda de Botero buscando musarañas en el piso. La H es la silla de un hidalgo desconocido visto de espaldas y la h es una silla que invita a reposar y guardar silencio. La k es una bailarina. La p y la q son un fifí que se mira al espejo.
La o nos remite a la Historie d’o: como diría Giovanna Rivero, es la boca dispuesta a la fellatio. Sobre la r, una dulce amiga escribió líneas que no voy a repetir porque aluden a su vida íntima. La s es un dios fálico. La t es un poema de amor transmitido por el telégrafo. La w: doncellas siamesas. En el Kama Sutra del alfabeto, la x es una pose que entrelaza a los amantes y los lleva al éxtasis.
Los profesores de mi colegio eran puros viejos bigotudos, excepto una normalista que hacía sus prácticas y me ocasionò un enamoramiento súbito y fatal. Era justamente profesora de literatura.
Sin embargo, ni siquiera ella nos enseñó que las palabras son cuerpos, y las frases, cuerpos entrelazados por conjunciones copulativas, categoría que parece remitirnos nuevamente al Kama Sutra del alfabeto, porque las conjunciones ayudan a las palabras a copular. Alfonso Reyes decía que a las palabras hay que dibujarlas como cuerpos, no escribirlas. Así evitaremos escribir través con z, travéz, según el ejemplo que da el escritor mexicano, porque es como pintarle una jorobita a esa inocente palabra.
Mientras escribo estas greguerías recuerdo con pena a esos viejos que han convertido el alfabeto en un conjunto de signos abstractos, cuando son signos con vida, con sensualidad, que aluden a formas bellas de nuestro cuerpo y de nuestros sentimientos.