El desierto de Dali, de la novelista Luisa Siles
Por: Luis Antezana Ergueta
La evolución del arte de la novela en Bolivia sigue un curso paralelo al desarrollo social del país. En una u otra forma, ya sea sentimental, humanística o política refleja momentos concretos de ese acontecer.
En el siglo XIX reflejó el enfrentamiento entre corrientes nacionales y coloniales, cuyo máximo ejemplo de la novela Memorias del Último soldado de la Independencia, del coronel Juan de la Rosa (que aparece bajo autoría de Nataniel Aguirre) y muestra las contradicciones y la transición del viejo al nuevo régimen.
En el siglo XX, la novela boliviana dedicó sus páginas a los indios sometidos al pongueaje y a los hacendados, así como a la decadencia del régimen de la minería del metal del diablo poniendo, en esa forma, su sello indeleble de las características de la sociedad de entonces.
Esa etapa empezó a ser superada desde mediados del siglo pasado y produjo ciertos cambios, dejando atrás costumbres y tradiciones. Surgió entonces una promoción de nuevos valores que, conscientemente o no, empezaron a reflejar las características de la transición de una época a otra y los esfuerzos por consolidarla.
Al presente vivimos una nueva realidad, pero pese a haber pasado medio siglo, son varios los intentos novelísticos que añoran los viejos tiempos y no pueden liberarse de la vieja pesadilla, como si se quisiera hacer repetir la historia, pero ya no como tragedia sino como comedia.
Pese a todo, nuevos novelistas tratan de quebrar esa actitud conservadora y dejan de mirar hacia atrás y se atienen a la nueva realidad, porque la evolución del arte está ligada a lo que existe y a los cambios estructurales a que se refieren los especialistas, aunque a veces la línea del arte adquiere carácter desigual.
Dejando de lado la idea del arte por el arte, que representa la expresión de proyectos o sensaciones subconscientes del artista, la novelística boliviana ocupa ahora nuevos espacios. En ese sentido, acaba de aparecer una nueva novela de Luisa Fernanda Siles que es consecuencia de la nueva realidad. No se refiere al coloniaje decimonónico, ni los sufrimientos de los pongos y obreros mineros, las matanzas de trabajadores, ni los románticos paisajes pastorales. Expresa un nuevo ambiente social, que es lo que da importancia a esta novela, aparte de su destacable valor literario.
Esa nueva apreciación es la de una sociedad ya no formada por viejas clases, sino por otra distinta constituida por pequeños capitalistas, empresarios de mínima cuantía, vendedores callejeros, artesanos con pujos empresariales, burócratas insensibles y satisfechos, pequeño burgueses, etc., grupos que han adquirido carácter de masas. No existen todavía profundas diferencias sociales ni radicales actitudes éticas o materiales, vale decir un nivel de conciencia general de países en formación.
Esta novela de Luisa Siles, la cuarta de su producción, refleja las diferencias y conflictos entre personajes que aspiran a ascender en la escala social convirtiéndose en nuevos ricos de cualquier forma, que acuden a prácticas increíbles, argucias y chicanas, fenómeno, por lo demás, corriente en toda sociedad en transición de un régimen feudal al democrático.
Su argumento consiste en que un ciudadano ambicioso toma en alquiler un chalet en una zona residencial de La Paz, pero con el fin de apoderarse de la vivienda, dejando de pagar alquileres, declarando que siempre vivió ahí, que pronto el Estado dictará un decreto haciendo propietarios a los inquilinos, mostrándose como militante del partido oficial y otras añagazas.
Esa actitud obliga a la dueña del domicilio a recuperar su bien recurriendo a reclamaciones personales que, al fracasar, le llevan a los tribunales de justicia, tabla de salvación para gentes de buena fe donde, sin embargo, se empantana, debido a que la Diosa Temis no se pronuncia a su favor, y entonces comprueba que está por perder la casa y que el inquilino se apoderará de ella con respaldo, además, del poder político inclinado a su favor.
La relación de esos episodios adquiere en la novela nivel apasionante por la descripción de detalles inimaginables que se presentan en el curso del litigio. Es el problema de cada día de cientos de casos a cual más tenebrosos.
Decidida la dueña de casa a recuperar su chalet, acude a procedimientos desesperados y, finalmente, imagina a un recurso extrajudicial con una operación de recuperar la casa por vías de hecho. El Derecho quedó para las calendas griegas.
Ese argumento es desarrollado por la autora en forma brillante, causando la angustia del lector y admiración en su desarrollo que permiten calificar el texto como de gran calidad, más aún porque se trata de un tema palpable de cada día, un hecho no solo producto de la imaginación o la sensiblería de algún aficionado a las letras, sino más bien de alguien que tiene la capacidad de captar la realidad.
En efecto, El Desierto de Dali es una novela de actualidad social de gran valor estético y ético, sin contar el análisis psicológico de las personas que intervienen en el suceso, la desesperación por recuperar la propiedad construida ladrillo sobre ladrillo, así como las triquiñuelas de los oportunistas que aprovechan en río revuelto. En lo estético encarna las relaciones sociales y contribuye al goce del lector de la manifestación libre de las aptitudes de la autora.
La novela como arte es la más alta expresión de la literatura, alejada de la práctica utilitaria, llega a un grado concreto de la creación estética de lo bello, es hermana carnal de la moral, alejada de la corriente que se propone estilizar lo deforme y aboga por el amoralismo.
Esta es una novela positiva, refleja la realidad y la belleza, despierta sentidos de respeto y sincera admiración, al contrario de los novelines sentimentales que muestran los actos pueriles de personas que engendran el sentido de reprobación relacionado con el sentimiento de desdén e inclinación hacia lo feo y lo bajo.
Esos aspectos muestran el valor de esta novela. No es una obra romántica infantil ni sentimental del viejo tipo, sino una obra valiosa de una nueva época que pone a su autora al nivel de las mejores novelistas latinoamericanas contemporáneas, cosa que generalmente se tarda en captar en los medios culturales del país donde la percepción de los hechos es lenta o no existe.
En cuanto a la forma, Luisa F. Siles enriquece el nivel de la novela, por la claridad o sea el resultado de pensar bien. Tiene estilo fluido, expone las ideas con sencillez, dándoles contenido apasionante, todo ello matizado de originales términos, inspirados en el lenguaje y dichos corrientes del castellano que se utiliza en el país.
Eso y mucho más, proporciona a este libro originalidad propia alejada de cualquier afectación y otras tentaciones, valores que caracterizan su vocación de escritora innata.
Fuente: Página Siete