“El desierto de Dalí”, cuarta novela de Luisa F. Siles
Por: Virginia Ayllón
“El desierto de Dalí” es la cuarta novela de Luisa Fernanda Siles, ganadora del Premio Nacional de Novela en 2006. “El diablo y la mujer que vuela”, de 1999; “El agorero de sal” (Premio Nacional 2006), y “En la hora de Dios”, de 2011, preceden a esta su última novela, publicada por Plural editores. Y si algún hilo conductor se advierte en estas cuatro obras es la historia de Bolivia. Evidentemente, si la primera se desarrolla entre los siglos XIX y XX, la segunda lo hace durante las dictaduras militares; la tercera cubre desde la época de la Guerra federal hasta la Guerra del gas, y está última, se ocupa del momento actual.
Pero reunirlas bajo el sino histórico es reducir la riqueza del conjunto narrativo de Siles. Tanto que, por ejemplo, “En la hora de Dios”, se despliega un singular juego de desplazamiento del tiempo por efecto de la lectura, lo que me recuerda a “Jamás el fuego nunca” (2007) —a la sazón, título que proviene de un iluminado verso de Vallejo— de la chilena Diamela Eltit. O, la presencia, casi física del tarot en “El agorero de sal”, novela que relaciona la intolerancia propia de la dictadura con la intolerancia social hacia la homosexualidad, etc.
Entonces, hay más, siempre más en el mundo narrativo de Siles, quien parece gustar de los arcanos, los del tarot y otros, como la letra “C” en esta su última novela en la que todos los personajes, además de los nombres de calles, bares y demás, comienzan siempre con la “C”. He tratado de leer el significado de este arcano en la novela, pero es, sin duda, uno totalmente oculto. Conjeturo, entonces que posiblemente su adscripción a la nota musical Do, al signo del copyright, o la abreviatura de la palabra centavo, puede dirigir esta “C” hacia la preceptiva, la norma.
No estaría equivocada mi presunción si leo esta novela como una apuesta por poner en entredicho lo que es el bien y, por lo tanto, lo que es el mal; o la preceptiva social que los junta. Un proyecto ético, por supuesto recorre la novela, puesta en clave de ironía. No es, por cierto, una novela que apela a la “moralina”; todo lo contrario, se desenvuelve en el límite del quehacer humano entre el bien y el mal, esa indeleble línea que tan difícil es visitar y, sobre todo, nombrar.
Dualidad
Así, la dualidad es el espacio que transitan los personajes de “El desierto de Dalí”; es decir, los inextricables e innumerables puntos intermedios entre el bien y el mal. Reprimidos o no, estos recintos de la conducta, emergen a la superficie, construyéndonos, tal cual a los protagonistas de la novela.
No es raro, por tanto, que Consuelo, la “heroína” y Charo, la antagonista, sean los personajes mejor logrados de esta obra; la primera, elegante y septuagenaria señora de clase alta, venida a menos y, la segunda, aguerrida delincuente y exmetalera. Pero la pugna entre estos dos personajes podría resolverse —mal— en evidente tono de “moralina”, por lo que el rasgo evidentemente ético de la novela es poner en el centro de la narración el conflicto moral de la protagonista, a quien la realidad de los hechos la ubica constantemente en el resbalón hacia “el mal”.
El mecanismo es situar la voz interior o la conciencia de esta protagonista en el argumento y esta voz, por sus características, llega a ser un personaje casi autónomo en la trama. Así, Consuelo, Charo y la conciencia (siempre la “C”) son los tres personajes que construyen esta novela.
En la literatura, como en la filosofía, el enfrentamiento entre el bien y el mal es tema visitado en todos los tiempos. A vuelo de pájaro, me vienen a la memoria dos novelas que son cumbres no de este enfrentamiento, y más bien de la interpelación a su estatuto en la sociedad. En su “Frankenstein o el moderno Prometeo” (1818), la inglesa Mary Shelley, narra el camino por el que la sociedad talla y esculpe el mal por la fuerza del prejuicio. Por su parte, el escocés Robert L. Stevenson, en su “El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (1886); expone (espléndidamente, hay que decirlo), el deseo del mal y los mecanismos de represión, normados por la razón, estableciendo esa dualidad como equilibrio siempre deleznable.
Pero, así como el bien y el mal, son las dos caras del conflicto humano, lo es también de la sociedad. Por eso, dentro de una misma cultura, e incluso entre diferentes culturas, se desarrollan distintos proyectos morales, siempre afincados en el tiempo y el espacio. No es menor pues este tema en un momento como el que nos toca hoy vivir en el país y, aunque difícil y complicado (si no conflictivo) esta novela toma el desafío: las posibles y diferentes “morales” que se mueven en esta nuestra actual sociedad.
Es que ya nada es como debería ser, parece decirnos el título elegido por la autora para esta su cuarta novela, ya que, recordemos, “La persistencia de la memoria” (1931), popularmente conocido como “los relojes blandos”, es el cuadro en que Dalí pinta el paisaje de la Costa Brava de Cadaqués, representando aquello que se desmorona, aquello que evidentemente no es como debería ser. El vanguardista Dalí, a través de una estampa incongruente e ilógica, más bien procedente del inconsciente, nos regala una imagen en la que la agreste planicie acentúa lo insólito, provocándonos extraños sentimientos.
En la novela las concepciones del bien y el mal están en plena fricción y se toma para ello dos modelos antagónicos de preceptos morales de vida en la sociedad, lo que acentúa el conflicto. Pero el verdadero conflicto es el de la protagonista que a partir de un hecho llena su vida de preguntas que atosigan sus concepciones, precisamente de moral, más aún cuando los hechos la orillan a “resbalar” hacia lo vedado, lo falso, lo imperfecto; la orillan al mal. Todo esto con una estructura que tiene elementos de la novela policial, además adosado con mucho humor, lo que atenúa las vicisitudes mayormente violentas en las que discurren la vida de los personajes.
Fuente: Lecturas