Apuntes sobre El Conjuro Juliano
Por: Ramón Rocha Monroy
Había caído el Muro de Berlín y la Unión Soviética cuando, en el café de moda, encontré a varios amigos enfrascados en una discusión que los tenía completamente absorbidos. El tema era inquietante: Cuántas ojivas nucleares quedaban en manos de Rusia y cuántos en territorio ucraniano o uzbekistano. Los amigos hablaban con autoridad derivada de publicaciones e informaciones secretas, algunas de ellas en ruso o en sueco, y ninguno daba el brazo a torcer. Entretanto vivíamos en Bolivia las protestas contra el decreto 21060 o la represión a los cocaleros, pero ellos discutían con aire de arcángeles, lejos del mundanal ruido.
Lo recuerdo porque yo había estado varios años fuera de mi valle, y en esa escena acababa de encontrar una constante de la idiosincrasia del cochabambino: Ser provinciano y universal al mismo tiempo. Así lo fueron los hacendados de antes, que ejercían eso que el poeta latino llamó Otium cum dignitatem: el ocio con dignidad; es decir, no trabajar pero sí ponerse al día con el pasado… del mundo. ¡Vaya contradicción! Y sin embargo, no es necesario buscar mucho, pues provincianos y universales fueron Adela Zamudio, Man Cesped, Cesáreo Capriles, Rodolfo Torrico, El Turista, y, por supuesto, el clan Anaya-Arze, Arze-Anaya, que ya en la adolescencia lucía sus conocimientos sobre las ideologías que conmovieron al mundo a principios del siglo XX: El marxismo y el indigenismo versus el capitalismo y el coloniaje.
A este linaje ilustre pertenece Raúl Rivero Adriázola, un apasionado librepensador de la historia que nos sorprende con su abrumadora erudición con la novela El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo. En efecto, él es descendiente de ese pasado linajudo y, quizá por eso, y no obstante ser un conspicuo cochabambino que ama su campanario, habla con la mayor soltura sobre el emperador Julio César, Carlomagno, Guillermo el Conquistador, los Papas que construyeron el poder temporal de la Iglesia y, por último, y no por ello menos importante, sobre la misteriosa sonrisa de Donna Lisa del Giocondo, inmortalizada en la célebre pintura de Leonardo da Vinci. El narrador es Michel Baron, el actor valido nada menos que de Moliere, y el hilo conductor es un manuscrito celta que un druida le habría entregado a Julio César a su paso por Britannia, el año 55 aC, y que fue rodando, de mano en mano, hasta convertirse en el determinante secreto de un centenar de episodios históricos europeos.
Raúl Rivero presenta las cosas con proverbial modestia: Él no es autor de estas disquisiciones, sino apenas el sobrino curioso que halló unos misteriosos apuntes en la casa solariega de sus antepasados. Esto me mueve a pensar en esa vieja astucia que usó Borges, pero que tiene un linaje antiguo, pues lo encontramos, por ejemplo, en Jan Potocki y su Manuscrito hallado en Zaragoza, una deliciosa novela del siglo XVIII, o en Nataniel Aguirre y su inolvidable Juan de la Rosa, novela presentada como las memorias del último soldado de la Guerra de la Independencia, que hizo dudar a un crítico despistado sobre la autoría de esta obra seleccionada entre las 15 novelas fundamentales de todos los tiempos.
Esta breve sinopsis no agota la gracia de El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo, y es más bien acicate para encomiar un género que su autor también alaba: El divertimento histórico. Porque esta historia en la cual hay personajes rocambolescos y un estilo apadrinado por Alejandro Dumas, hay sólo el siempre oportuno afán de divertirse, de sentir que el escritor es también un ciudadano en mangas de camisa que te hace sentir a tus anchas en su casa y conoce los secretos de la hospitalidad. La propia génesis de esta novela es un divertimento nacido de una decepción que muchos hemos debido sentir al leer El Código da Vinci, tan de moda últimamente. ¿Cómo se puede ensartar tantas verdades a medias que sólo son cuentas de cristal ordinario? Raúl Rivero se propone, entonces, un divertimento más elegante y mejor informado, y entonces pasea, como Pedro por su casa, por 1.750 años de historia europea.
La publicación de El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo es un acierto más de la Editorial Los Amigos del Libro.
Fuente: Los Tiempos