Santiago Negro
Por: Juan Bolea
En dos semanas he visitado Chile por partida doble: para participar en Santiago Negro, el primer festival iberoamericano de novela policíaca, y para presentar mi última novela en la feria del Libro de Santiago, radicada en el nostálgico espacio de Estación Mapocho. En las verdes avenidas santiaguinas, Santiago Negro no se olvidará fácilmente. Decoraban las calles banderolas con pistolas humeantes, sombreros de fieltro y gabardinas de cuello alzado encubridoras de rostros en penumbra. Ésas y otras pistas podían seguirse desde la plaza de Armas hasta el exclusivo sector de El Golf o las populares casitas de Bellavista, entre las que se conserva La Chascona, residencia, también en forma de barco, como la de Isla Negra, de Pablo Neruda. Pocos saben que, en sus orígenes, Neruda escribió relatos policíacos. Su sobrino me cuenta que nunca dejó de leer a Simenon ni a Agatha Christie, nombres citados con profusión en Santiago Negro en charlas para todos los gustos. Y hubo exposiciones: desde el más clásico cine negro a las modernas técnicas de la Policía de Investigación chilena. El Centro Cultural de España, dirigido por un Andrés Pérez transmutado en comisario, fue un hervidero de escritores, actores, carabineros, detectives, libreros, editores y, sobre todo, gente, un lector numeroso y cómplice.
Por parte española, comparecieron, debidamente esposados, Lorenzo Silva, Juan Madrid, Andreu Martín, Mercedes Castro, Kama Gutier y Domingo Villar. Del lado de los sabuesos chilenos yo conocía a Santiago Brulé, el cosmopolita detective de Roberto Ampuero. En su último encargo (El caso Neruda), se afana buscando por media América un supuesto y secreto hijo de Neftalí Reyes. También Ampuero, que enseña en EEUU, es hombre de búsquedas, elegante y amable viajero literario. Allá en su cátedra predica que entre Guzmán de Alfarache y Sam Spade no hay tanta diferencia, siendo notable el débito de la novela negra a la picaresca española.
No tiene mucho de pícaro, sin embargo, el muy santiaguino Heredia, pesquisidor de Ramón Díaz Eterovic, un arquetipo chileno de pura cepa que vive con un gato parlante, tiene por Sancho a un quiosquero y se asoma como nadie al Santiago de ayer y siempre. Su más reciente caso lleva por título La oscura memoria de las armas. Gracias a las fraternidades y debates de Santiago Negro acabo de descubrir al novelesco héroe del chileno Bartolomé Leal, Tim Tutts, un detective keniata que resuelve casos en Nairobi. Su última y peliaguda misión lleva por título El caso del rinoceronte deprimido. Sucede en un lodge, en mitad de la selva. Se lee con asombro y, en muchos pasajes, con una sonrisa… Además de estos negros placeres disfruté de otros más protocolarios en el marco de las recepciones culturales propiciadas por el embajador español, Juan Manuel Cabrera, un diplomático progresista y riguroso, excelente lector y, desde ahora, padrino del género policíaco. Entre otras autoridades nos introdujo a Paulina Urrutia, ministra de Cultura del Gobierno de la señora Bachelet, actriz de profesión y, a partir de ésta primera edición de Santiago Negro, como una Bacall chilena, mujer fatal para los enemigos del género.
Pisaremos las calles nuevamente.
Fuente: www.tiempodehoy.com