El Capitán Ficción
Por: Fabiola Morales Franco
Existen días prolíficos en lecturas y también, aunque absolutamente separados, días prolíficos en escritura. En cuanto al resto parece ser que se trataran, tan solo, de días para olvidar.
Pasó en una de esas tardes en los que las lecturas buenas abundan y uno no deja de tomar notas y guardar recordatorios en archivos que tarde o temprano volverá, o cree que volverá, a consultar, que me encontré con una crónica de David Bowman sobre su experiencia con Gordon Lish.
Lish fue el editor, tan ovacionado como incomprendido, de Raymond Carver y de otros tantos consagrados como Amy Hempel, Barry Hannah, Cynthia Ozick o Don DeLillo. Pero en el caso más sonado, con el que se convirtió en un tándem indisoluble, lo más parecido a Chip y Dale o Tomy y Jerry; primero desde su puesto de trabajo en la revista Esquire y luego cómo editor de la prestigiosa Knopf, fue precisamente en su relación con Carver. Fue él y no otro, quien llevó a Raymond Carver, con sus más y sus menos (las correcciones que hizo convirtieron los largos, y en algunos momentos sensibleros, relatos de Carver en historias inquietantes de frases cortas y punzantes) a consolidarse como el icono venerado de la literatura que es hoy.
Se podría escribir más de una tesis doctoral que diera cuenta de la relación que mantuvieron Carver y su editor. Si alguno está interesado en curiosear los detalles de la misma no tiene más que acercarse a la Lilly Library en Bloomington, como lo hizo Alejandro Baricco, para encontrarse con una caja de cartón en la que se asientan ordenados todos los relatos de Carver, y que incluyen además de puño y letra, una a una, las correcciones que Lish hizo a los textos.
«Lo que en Carver es silencio», dice Andrés Neuman, «en otros suena a vacío. La esquiva técnica Carveriana consiste en decirnos que aquí no pasa nada para que, intrigados, nos preguntemos qué demonios pasa. Eso hace con sus cuentos. Enfatizar la elipsis. Callarse con estruendo» El tema aquí es sin embargo que vistas, revisadas y vueltas a revisar las pruebas, el artífice real de los silencios que tanto definen la literatura de Carver fue Lish. De hecho estas correcciones constituyeron más de un trance doloroso para el escritor quien, en un ataque de ansiedad amenazó con dejar de escribir para siempre y volver al alcoholismo si el editor seguía empeñándose en realizar cambios tan radicales en el manuscrito de “De que hablamos cuando hablamos de amor”.
De lo que se habla menos, pero, es de la gran amistad que, a pesar de las desavenencias, mantuvieron estos dos hombres. El día que Gordon Lish decidió dejar Esquire y empezar a trabajar como editor de Knopf, Carver le escribió, «Tú, mi amigo, eres mi ideal de lector, siempre lo has sido, todo el tiempo, así es y así será por siempre.» Lo cual demuestra que más tarde o más temprano Carver terminó por darle la razón a su editor.
Años después, hubo una época en la que Gordon Lish se dedicaba (ignoro si aún lo hace) a impartir sus talleres en apartamentos de mujeres adineradas, admiradoras incondicionales del editor; en los cuales el autoproclamado “Capitán ficción”, ponía entusiasmo en criticar con saña los escritos de sus alumnos; en hablar, lo mismo bien que mal, sobre la obra de sus escritores editados; y también en entablar largos monólogos aleccionadores, en los que no estaban permitidas las preguntas, las opiniones, ni cualquier otro tipo de interrupción.
Bowman, quien asistió a dos talleres de tal índole y que más tarde escribiría una crónica al respecto, supo ver en este ser megalómano, al adorable y sobre todo genial personaje ante el cual se encontraba. Ese ser que, más allá de apabullarte con sus mensajes tajantes y a momentos disparatados, podía dejarte perlas como: «Tecleen contra la muerte, escriban todo el tiempo». «No tenga historias, tenga oraciones», le había dicho Lish a Bowman y «Cada nueva oración debe fluir de la última oración.» Consejos que más de uno ha dado; otro tema será cuantos hayan hecho oídos sordos.
Kjell Askildsen, icono europeo del realismo sucio que practicaba Carver, comentaba en una entrevista realizada hace unos años «Escribo de una manera muy lenta, y cada oración tiene que quedar muy bien para poder continuar con la escritura. La oración que sigue debe llevar adelante la historia…» Mucho antes, Edgar Allan Poe escribió: «Ningún punto de la composición puede atribuirse a la intuición ni al azar; se trata más bien de que ella avanza hacia su terminación, paso a paso, con la misma exactitud y la lógica rigurosa propias de un problema matemático.»
Pero la historia del multidisciplinario Lish no acaba aquí. Y es que, si hay algo en lo que este hombre quiere permanecer, si existe una manera en la que él desea ser recordado, no es en su faceta de editor, y quizá menos que nada en su faceta del “editor psicópata de Carver”. Lo que Lish realmente ansía es ser recordado como un escritor, o más bien dicho, quiere ser recordado como “El Escritor”. Anhela pues, sentarse y medirse en la mesa de los grandes.
En la entrevista que le hizo Rob Trucks para su libro The Pleasure of Influence, Conversations with american male fiction writers (Purdue University Press, 2002) decía «Yo soy todo competencia. El horror de esto es precisamente que esta imagen me está destruyendo desde el momento mismo en que la hice mía. Si yo pudiera tener una visión más liberal de mí mismo, más tolerante, si yo pudiera decir, bueno es el trabajo que hago y lo hago tan bien como soy capaz, estaría totalmente insatisfecho con la experiencia. Para mí no es suficiente. Yo soy la clase de persona que va a un centro comercial y si se encuentra un letrero en el que se lee “algo para cada uno” tiene la necesidad inmediata de reescribir la frase para que esta se lea como: “Todo para Gordon” Y ese es el único tipo de centro comercial en el que quiero estar».
Sin embargo, y aquí entra lo que Gordon Lish no puede manejar, las opiniones de los que han leído sus libros se encuentran en el abanico de “es un autor necesario, incluso imprescindible” (Antonio Jiménez Morató) y el textual “sus libros son espantosos” (David Bowman).
Más allá de esto que es el presente, con sus días buenos y malos, queda aquello tantas veces enarbolado acerca del futuro, no solo el de Lish sino también el de aquellos que como él quieren triunfar; para uno y para los otros: Solo el tiempo lo decidirá.
Fuente: Ecdotica