El canto cabal de Roberto Echazú
Por: Alan Castro Riveros
La arquitectura del poema
En el primer texto publicado por Roberto Echazú Navajas, allá en Córdoba en julio de 1959, el poeta abría la revista de poesía Sísifo (dirigida por el propio Echazú junto a su amigo José T. Marano) diciendo que “el designio de grandeza del espíritu se aproxima más a Dios con la poesía”.
Esta relación entre palabra, poesía y Dios por momentos evoca la bíblica torre de Babel y sus recónditas destilaciones.
Por ejemplo, en una entrevista a Roberto Echazú publicada en el número 9 de la revista de literatura La Mariposa Mundial el año 2003, el poeta habla de la arquitectura del poema y su parto feliz.
“Pienso mucho en la arquitectura de un poema –dice Roberto–, pienso que no puede ser corrido, pienso que en lugar de usar la coma para romper una estrofa hay que hacer un trabajo de búsqueda, es decir, buscar la respuesta a cómo tú puedes estructurar un poema sin poner una coma por delante y una vez estructurado todo esto observar el poema a la distancia, ponerlo sobre una mesa y ver si se cae o no se cae. Todo tiene que estar equilibradamente cortado, no es una torre de Pisa, pero tiene que haber una arquitectura que no se corte de un lugar o de otro, y que no se vaya a caer”. Roberto remata diciendo que cuando el poema empezaba a sostenerse, él comenzaba a ser feliz.
Algo de esta arquitectura puede notarse a simple vista en la forma alargada de los poemas de Roberto Echazú, cuyos versos –desde el libro Provincia del corazón (1987), pero sobre todo desde Morada del olvido (1989)– parecen apilarse uno tras otro como en una torre de piedrecillas más o menos irregulares.
Empezar a ser feliz
El poema Recuerdos del libro Memorias Cercanas Memorias Recurrentes (2002) dice:
“Recién
bañada
–con las gotas
de agua
como rocío
en su espalda–
la escuchaba
cantar
sola
a mi lado.
Entonces
comprendí
que ella
era
feliz”.
Este poema tiene como epígrafe un verso de Cerruto: “Sí, escucho. Las mujeres cantan cuando son felices”.
Sabemos que Roberto Echazú consideraba a Óscar Cerruto un maestro “en cuanto a la experiencia del lenguaje” (entrevista con Luis H. Antezana). Sin embargo, el aire de ambos poetas es distinto y se hace difícil percibir coincidencias en sus poemas. Por eso, detengámonos en esta relación de poetas a partir de la imagen de la “mujer que canta” en ambos poemas.
En el poema de Cerruto titulado Nocturno del río –parte de Patria de sal cautiva (1958)–, la estrofa que contiene el epígrafe tomado por Echazú dice: “Los trenes silban lejos, ruedan sobre la noche. / De la vegetación se descuelga una brisa de vientre de lagarto / que remueve apenas las hojas y hace crujir sus pequeños dientes. / Sí, escucho. Las mujeres cantan cuando son felices. / Su voz flota llena de humedad en el aire, / su voz araña mi pecho, retumba en el comportamiento de mi sangre”.
Mientras la mujer que canta está sola y “recién bañada” en el poema de Echazú, la misma está rodeada de peligros –entre trenes, vegetación, lagartos y dientes– y casi asfixiada por la humedad en Nocturno del río. Diríamos que Roberto ha decantado con su lectura el poema de Cerruto, y ha distinguido su piedra angular.
En todo caso, el hecho que el canto y la respiración sean tan cruciales en ambas escrituras, crea el vínculo de la medida de la palabra: un canto que se hace bocanada en Echazú y ditirambo en Cerruto.
Por otro lado, habrá que decir que hay algo de ditirambo (la libertad de Saint John-Perse aplicada a la palabra de Cerruto) en Akirame (1966) y algo de Patria de sal cautiva en el primer libro del poeta tarijeño, 1879 (1961).
Roberto decía que 1879 había sido el enamoramiento con la poesía, Akirame el matrimonio, y los demás libros los hijos.
Octavio Campero Echazú
Otro de los maestros de Roberto Echazú fue Octavio Campero Echazú, a quien consideraba el único poeta tarijeño. Aunque uno puede adivinar la cercanía de ambos poetas, el fuerte tono vernáculo de Campero Echazú es casi invisible en Roberto.
Jesús Urzagasti da en el clavo cuando señala que Roberto Echazú –su amigo íntimo– no usa la palabra “zagala” que es constante en la poesía de Campero Echazú. “En lugar de ‘zagala’ yo uso la palabra ‘mocha’ –dice Roberto en la entrevista precitada–, pero tampoco es propiamente la mocha sino la campesina”. A lo que Jesús responde: “Claro, la chapaca. Es una transferencia de zagala a chapaca”.
Para bucear un poco en esta transferencia, cabe recordar que Roberto Echazú escribió un ensayo sobre la poesía de Campero Echazú. El ensayo titula Campero Echazú. Poeta de la tierra y el árbol, y fue publicado en 1977 en los Cuadernos de Cultura de la Universidad Boliviana Juan Misael Saracho.
El epígrafe que utiliza para este ensayo también está relacionado con el canto: “Maduro de vida / el árbol retoña / en cantares…”
De la poesía de Campero Echazú, Roberto dice: “Hablar de la obra de Campero Echazú, es hablar del romance en Bolivia (…) / Y es a través del arraigo de donde surge ese peculiar e inconfundible acento del poeta”.
Recuerdos personales
La primera vez que vi el nombre de Roberto Echazú fue en un libro percutido que formaba parte de una biblioteca que heredé de mi tío Luis Murillo Aliaga. Tal libro llevaba una “faja de distinción a la mejor producción literaria de 1966” otorgada por la H. Municipalidad de La Paz. Generalmente soy reacio a las distinciones, y tal vez por eso no leí a Roberto Echazú inmediatamente sino hasta tres años después del hallazgo, después de conocerlo personalmente.
Lo conocí en la challa de su libro Memorias cercanas Memorias recurrentes (2002), y quedé asombrado por su buen humor a prueba de balas. Debo admitir que –desde entonces– la manera en la que challó los libros de los amigos y los míos propios está claramente influenciada por el espíritu de Roberto Echazú a quien debo un puñado de alegrías cercanas, recurrentes y francamente cantarinas.
Fuente: Letra Siete