07/11/2012 por Marcelo Paz Soldan
El Bukowski boliviano

El Bukowski boliviano


El Bukowski boliviano

El Bukowski boliviano, y no se diga más. La obra Borracho estaba pero me acuerdo del secretísimo boliviano Victor Hugo Vizcarra, escritor y alcohólico (no necesariamente en ese orden), muerto de cirrosis hace unos años, se publica en Argentina.
Dice la reseña de Nicolás Recoaro en Radar Libros:
“Soy antropólogo: soy experto en antros”, decía Víctor Hugo Viscarra para presentarse como relator del submundo boliviano. Viscarra escribió sobre lo que conocía: el laberinto de las calles, las cantinas de mala muerte, la cárcel, el alcohol barato, la delincuencia, la adicción al pegamento y la marginalidad. Borracho estaba, pero me acuerdo –su tercer libro de relatos ahora publicado por primera vez en la Argentina– recrea la vida de un hombre que pasó más de tres décadas viviendo a la deriva entre las ciudades de La Paz y Cochabamba. A mitad de camino entre la crónica, las memorias y el cuento corto, los cincuenta relatos reunidos en el volumen pintan un feroz fresco del bajo fondo andino. “Jamás podrán decir que Viscarra escribía sobre lo que no sabía, como ocurre con varios escritores borders de moda”, explica la escritora Virginia Ayllón, desde las alturas paceñas. Esas calles donde Viscarra no tenía nada que perder, donde caminar la noche con un escuálido abrigo y su botellita con alcohol puro a la espera de los salvadores rayos del alba fueron construyendo su universo. Delincuentes de prontuarios flacos que penan en granjas de rehabilitación; humildes emigrados del campo que subsisten a los tumbos cargando sus penas en los mercados populares; lustrabotas que vuelan entre vahos de thinner; viejos proxenetas venidos a menos; expertos en cuentos del tío y otras sableadas; voluptuosas cholitas dedicadas al strip-tease. Se puede pensar que la de Viscarra es una literatura menor que asume una doble marginalidad: desde lo que dice –sus personajes, sus escenarios– hasta cómo lo dice. Voces quechuas, aymaras, campesinas, lúmpenes y siempre explotadas. Sus memorias tejen, en primera persona, la política marginal de las urbes andinas.
(…)
En su libro, Viscarra traza una cartografía marginal sobre mercados negros, comedores populares, basurales, puteros, comisarías, bares, cabarets y barriadas. Viscarra sobrevivía merodeando una ciudad de La Paz semiclandestina; la de antros fantasmagóricos como La Casa Blanca, La Curvita, Las Cadenas (con sus vasos y ceniceros encadenados a las mesas), El Pezón de la Mariposa, El Averno (con sus paredes decoradas con imágenes de La Divina Comedia), El Abismo y El Volcán; cuevas donde los tragos servidos en latas oxidadas cuestan centavos y la regla es amanecer muerto o, con suerte, desnudo. Con su especial manera de narrar su resistencia, Viscarra también luchaba por ser un extranjero en su propia lengua y construir un espacio al margen del canon literario boliviano que lo condenó a un frío ostracismo. En la última entrevista que dio, pocos meses antes de su muerte, Viscarra decía: “El mío es un trabajo contraliterario. Hay muchos que se sienten ofendidos con mi literatura. Con mi libro Borracho estaba, pero me acuerdo he tenido tres juicios por difamación. Pero como no tengo un lugar fijo donde vivir, no pasó nada. Además, todos los que me homenajean son unos hipócritas que viven en la porquería. El Apocalipsis dice que vendrá el Juicio Final y habrá gente que se irá al infierno por sus actos, pero yo digo: me da igual, porque he vivido toda mi vida en un infierno”.Desde los callejones paceños y cochabambinos, Viscarra supo transformarse en la punta de lanza del grupo de narradores que comenzaron a gestar sus proyectos literarios algunas décadas después de que el cimbronazo político y social de la Revolución del ’52 haya quedado empantanado en reformismos tibios. Pero no tan alejados de la dura herencia de los gobiernos militares y los años dulces de la cocaína y el neoliberalismo. Los relatos de otros escritores paceños, como la extensa obra del maldito Jaime Sáenz, los cuentos de Adolfo Cárdenas, Wilmer Urrelo y William Camacho encuentran fuerte sintonía con la obra de Viscarra. Relatos urbanos, textos con un manejo erudito del argot callejero y sus códigos; historias autobiográficas donde el humor ácido y la ironía se beben de un saque. Cuentan que en varios de sus relatos, Viscarra vaticinó su muerte antes de llegar a los cincuenta años (“Nacionalizo una pistola y me pego un tiro”). El tiro del final se lo dio una cirrosis fulminante, que se lo llevó en mayo de 2006.

Fuente: Web de Iván Thays