El Alto, la ciudad que pudo no ser y fue
Por: Alexis Arguello
El Alto se ha quedado con aquello que La Paz no ha podido quedarse… quizá más bien con lo que La Paz ya no quiere mostrar: una población urbanopopular ya no emergente, sino establecida espacial y económicamente. Es la ciudad que se constituye a diario gracias a sus hijos, jóvenes quienes hoy, conectados al mundo, son una fuerza de trabajo comercial demasiado importante, irrenunciable, testigos todos ellos del acceso gradual a servicios básicos en sus barrios y a un número limitado de comodidades, testigos de lo que pudo no ser y ha sido, responsables de las transformaciones ya realizadas por sí mismos y para sí mismos, responsables de lo que aún queda por hacer.
Cada quien considera al barrio desde el que viene como importante para El Alto y a la vez, cada año, aparecen barrios nuevos. Si bien de forma desordenada, o más bien no a ojos de la teoría del caos, la ciudad sigue creciendo horizontalmente. Sigue llegando gente. Ya no solo mineros o migrantes de poblaciones próximas al lago Titicaca. Cada fin de semana llegan paceños o no que se suben a micros de inmobiliarias que ofrecen terrenos próximos a las carreteras a Oruro, Viacha y Laja. Gente que, partiendo de su condición de migrante, debe acomodarse económica y socioculturalmente y… lo hace, asume el ritmo de una ciudad donde el comercio no duerme, donde casi todos los barrios tienen su feria y donde todos se compran y venden unos a otros.
Nuestra gente no se ha encerrado todavía dentro de cuartos u oficinas, no, al contrario, si se ha encerrado ha sido afuera, ha tomado las calles, se ha apropiado de ellas al punto de convertirlas en su espacio de trabajo, de interacción sociocultural; aquí no hay apellidos que se remonten a una tradición y linaje duros; aquí se puede ser uno un día y otro al día siguiente en el juego de explotadores y explotados, comenzar un oficio y abandonarlo por otro.
El acceso a vivienda ha implicado un gran sacrificio para nuestros padres, para ellos y también para nosotros que como hijos apenas hemos podido disfrutar de nuestra infancia, tuvimos que hacernos duros, aprender a trabajar, mientras mermaban los deseos impuestos o propios de mejores condiciones alimentarias, recreativas, educativas y laborales. El tiempo usado para estudiar tuvo que emplearse sobre todo en el autoaprendizaje de profesiones técnicas, de oficios heredados, poco al registro y estudio de la historia de nuestra ciudad; hoy en día, menos mal, ya existe un Congreso de la Historia de la Ciudad de El Alto, cuya segunda versión fue celebrada el 1 y 2 de marzo de 2018.
La cantidad de migrantes venidos generó una población base para El Alto que al principio no fue más que el rebalse de todos estos espacios donde no se quería recibir a nadie más… qué mejor si menos gente. Hablo, por ejemplo, de la personas a las que expropiaron terrenos sobre lo que hoy llamamos Autopista, durante la dictadura de Banzer, parte de una población que en su momento perteneció a la ciudad de La Paz, pero luego comenzó a pertenecer a esta otra ciudad anárquica, misma a la cual se sigue intentando anular más por temor que por otra cosa; los paceños temen un nuevo Cerco, no se olvida el Cerco de 1781… hoy, quizá cual Sucre en 1898, La Paz teme que El Alto se la coma, que más pronto de lo que se quiere La Paz sea de El Alto, no El Alto de La Paz.
El estereotipo, el suyo, el que han intentado imponernos como imaginario colectivo, nos es ajeno a los alteños. Han sido los que no pertenecen a El Alto quienes han asumido que nuestra ciudad se reduce a la Ceja, la 12 de octubre, la feria 16 de Julio y a Octubre de 2003. Tal imaginario no se acerca al aura que, lejos de la mirada oficial, continúa construyéndose, haciéndonos parte o no. Lastimosamente el prejuicio, ni siquiera estereotipo ya, se ha transmitido por décadas a nivel nacional e internacional. Los periódicos, por ejemplo, crearon secciones dedicadas a El Alto en que los hechos delictivos y de precariedad eran lo que se consideraba noticia. ¿Esto ha cambiado? Apenas un poco, pero recién luego de lo ocurrido en Octubre de 2003, incluso habiendo ya en El Alto radios como Pachamama, San Gabriel, Comercio, FEJUVE, periódicos como El Alteño y, ya para el año 2017, series como Sigo Siendo el Rey. Todo esto nos ha afectado, al punto de reproducir lo que hasta ahora hemos “mostrado”, lo que se ha querido que mostremos, mejor dicho, limitándonos desde afuera.
En El Alto no tenemos un número importante de íconos culturales como en la mayoría de ciudades que han ido envejeciendo, sí, eso es cierto, y es quziá bueno por ahora. A diferencia de aquellas ciudades donde tales íconos han sido ya identificados, nosotros estamos todavía en camino: no hemos llegado a creer con resignación que todo lo que se pudo hacer ya ha sido hecho, no estamos resignados a que ya no exista propuesta. Es diferente lo que ocurre en La Paz, que se mira con tristeza a sí misma y actúa como si pudiera resistirse a entender que su propuesta intelectual y de lucha política casi se ha agotado, lo mismo que su aporte artístico; se ha visto o se sabe reducida en su capacidad de crecimiento. Sufre quizá síndrome de Diógenes. No lo dice, pero lo siente. Es hoy una ciudad en que la gente de tercera edad vende sus casas para mudarse a departamentos, vende los bienes culturales sucesibles que conformaron o solventaron una tradición familiar intelectual, hijos y nietos se deshacen de bibliotecas familiares, se quedan con casi nada, rompen lazos. Así, resignados, a los paceños no le queda más que construir haciendo escombros de lo que alguna vez fue: edificios hay y se siguen construyendo sobre donde alguna vez hubo una casa patrimonial, le restan la importancia que merece a su Archivo, por ejemplo, y sí, me refiero al Archivo La Paz. Los paceños se van quedando sin historia y La Paz, rodeada por sí misma, ve hoy apenas lo que se le permite ver. Ya Mariano Baptista Gumucio, preocupado, dijo que «La Paz es una ciudad que se mira a sí misma», lo hizo en un prólogo que es más bien una advertencia en La Paz vista por viajeros extranjeros y autores nacionales. Siglos XVI al XX (1997).
Es aquí cuando alguien viene a cuestionar, a preguntar si somos alteños o no o qué somos quienes pasamos la mayor parte del día en La Paz. Autoproclamarse alteño para oídos atentos y bocas que cuestionan es más cosa de marca, más una identificación política, algo más o algo menos quizá. Este sentido de pertenencia si es algo, entonces, es liminal. Las cosas no han cambiado, están cambiando. Hoy se sigue hablando mucho de los alteños que trabajamos en La Paz, pero no se dice que también hay paceños trabajando en El Alto, ya sea para el Gobierno Autónomo Municipal de El Alto o para industrias establecidas aquí; estos son los paceños que han hecho de La Paz su ciudad dormitorio, cosa que antes era incuestionablemente al revés. Las cosas, como se ha dicho ya, no han cambiado, están cambiando.
Resta preguntarnos casi a diario de dónde venimos, ya no a dónde vamos. Es importante hacerse esta pregunta para quienes decimos venir de abajo. Poco está hecho y es por eso que a nosotros todavía nos queda mucho por hacer. Todo es horizonte más allá de un barrio llamado Nuevos Horizontes. Todo es pregunta más que respuesta. ¿Quién hace a quién en El Alto? ¿Padres o hijos? ¿Qué nos hace o nos hizo? ¿Nuestro “resentimiento” es contra el mundo entero o contra la ciudad de La Paz? Estas y otras preguntas son la que animan a convocar a escritores y periodistas ya reconocidos, también a emergentes que merecen reconocimiento, convocarlos a escribir crónicas ambientadas en El Alto, a intentar al menos salir del estereotipo impuesto, narrando hechos increíbles o creíbles, pero ciertos todos: un pingüino que aparece en la feria 16 de julio, un panadero de Villa Oro Negro que nos cuenta cómo al hacer pan él se hace persona, gente que muere atropellada o esperando dentro de minibuses que no avanzan, una testigo de lo que pasó en lo que mal fue llamado Electro Preste, brujos que en tiempos de la UDP se asentaron sobre las rieles de trenes que ya no existen, el primer drone boliviano y los estudiantes alteños en la Olimpiada de Informática, el comercio brutal de la Ceja y otro más amable en la feria de Ramos, hombres que rondan el Barrio Chino en busca de compañía en los llamados api-porno, adultos y jóvenes que se separan de sus parejas y quieren saber por qué, gente libre y rebelde a la que se le da bastante bien vivir estido o morir bien, un pub rock para metaleros que ha sobrevivido, la complicidad entre policías y ladrones que pudieron haber sido linchados en Villa Mercedes G., la vida y obra del padre Sebastián Obermaier más allá de Villa Adela, el secuestro en Cosmos 79 del primer equipo alteño que fue parte de la Liga del Fútbol Profesional Boliviano, la cicatriz que dejó la muerte de la poeta Emma Villazón, el monumento de un perro al que no le faltan flores, Ciudad Satélite y sus habitantes que no se sienten alteños. Historias todas sucedidas en la ciudad de El Alto. Apenas una parte de lo que no se ha mostrado antes o se ha mostrado superficialmente.
Fuente: La Ramona