10/31/2024 por Sergio León

Eclipse de luna, daguerrotipo e imaginación

Por Elena Ferrufino-Coqueugniot

(Texto leído en la presentación de Sombra de la tierra sobre la luna, Editorial 3600, octubre 2024) 

“Sombra de la tierra sobre la luna. 1:43 de la mañana comienza. A las 4:16 sigue, pero se muestra de a poco la luz. El tren del desierto de Mauritania es levantado por la arena con carga de hierro. Me recuerda los barcos que viera el loco Aguirre en las copas del Amazonas, suerte de naves fantasmas, de holandeses errantes, veleros al viento y del viento. El tren de Mauritania lleva miles de kilos consigo y las dunas lo mueven como cubos de hielo en algún whisky. Inmensas palas pegadas a las ruedas van barriendo los granos, y los obreros agitan las suyas casi en concierto barroco.”

Así, con la prosa robusta y rotunda que lo caracteriza, Claudio esboza la imagen que le sirve de título para la compilación que presentamos hoy. Como sucede a lo largo de su obra, urdida a fuerza de imaginación y palabra, este nuevo libro que publica hoy la Editorial 3600, nos regala 54 joyas, pulidas a golpe de lenguaje y magia, fruto de la impresionante erudición y la imponente experiencia de vida de este boliviano, que ya es universal.

Hay mucha memoria entre las páginas. Y mucha vida. Infancia, familia, amores, historia… Mucho pasado que transcurre en las palabras. A manera de simbólica arca, el libro nos invita a un viaje en el que veremos el transcurrir del mundo; de este y de cualquier otro. De lo que es hoy y de lo que fue en alguno de los recovecos que el autor confabula a cada paso. En fino entramado inter discursivo, cada página nos seduce con culturas, mitologías, tradiciones, países y personajes. A veces, nos reconocemos en ellos. Otras, descubrimos, nos transformamos, crecemos…

Porque en el universo ferrufinesco, coincidimos con Cesárea Évora, así como con Gogol. Recordamos al “Señor Don Rómulo”, mientras perdemos la mirada en un cuadro de Chagall. Caminamos por el cerro Ticti o recorremos alguna “Desconocida calle de Drohobych”. El violinista en el tejado traduce en baile las “Divagaciones que vienen del frío” y, así, en derrotero casi infinito.

La poderosa metáfora que constituye la literatura de Claudio parece no conocer límites. Son dos los años que transcurren por entre estas líneas; y en ese reducido espacio, hemos visto acontecer la vida misma. Y la muerte. Ayer y hoy; aquí y allá.

 El esfuerzo estructural del texto nos embauca, nos somete. Prosa y poesía juegan al espacio que no muere; que cobra vida a cada instante. Silencios, frases aisladas, líneas solas, romances para violín que se han hecho letra…

Singular poder de la palabra en manos de Claudio. Cada estampa, cada libro podrían ser la imagen de la humanidad. Su literatura es como un espejo rajado, que se cierne sobre la vida y la refleja de inusitadas maneras. Infinitas facetas que se descubren cada vez que el lector deshilvana las palabras y las páginas.

Sibarita exquisito, refinado, como diría alguien, Claudio “cocina” cada uno de sus textos saboreando cada letra, cada silencio. Se extasía con cada evento que provoca, en espasmos confidentes. Descubre cada espacio, cada recuerdo, cada nota musical y cada color, en fina elaboración y delicadeza de sabor. Así, en este libro como en toda su producción, no podemos sino paladear espacios, palabras, geografías e historias. Nos regodeamos ingresando a la serie de laberintos que nos hospedan, regalándonos siempre una salida construida con envidiable destreza.

“Mi boca tendrá ardores de averno”, murmura Apollinaire. “Eu fiz tudo para você gostar de mim,” repite en eco Claudio, mientras mandinga y la salamanca zapatean la nostalgia de Ligia y el Café “Fragmentos” … Todo el universo en una línea; los jueves y los martes de lechuza; Theodorakis y Borges; Juan Araos y un sol con hielo… Fantástico pasaje por la vida, que se repite en reiterado júbilo de palabra; de crónica y semblanza agazapadas en cada página de este libro.

Luna de sangre… Sombra de la tierra sobre la luna. “Luna mitad llena. Vaciarían el resto entre gitanos -nos comenta Claudio- Lorca y Leonard Cohen -continúa-, en el vals que nunca bailé con mi madre.”

Fuente: lecoqenfer.blogspot.com/