Echazú y la palabra comprometida
Por: Vilma Tapia
Roberto Echazú no hacía diferencias: para él no eran importantes ni las clases sociales ni el abolengo. Ese modo de ser hacía que gozara de muchos amigos y que todos ellos lo tuvieran en alta estima. Su obra no es “abundante”, pero en la concentración que tiene hay una complejidad que trasluce su vida, sus reflexiones, sus lecturas, su fe y, sobre todo, una ética.
Nada de esto es ajeno a obra alguna, sin embargo, aquí la presencia del otro se impone como expresión de una ética pensada y presente en el lenguaje. Y la observación casi contemplativa de un paisaje que ha de tomar consistencia como mundo —el mundo en el que le fue dado vivir a él mismo, poeta; el mundo en el que le ha sido dado vivir al ser humano y las maneras en que el poeta ha de nombrar ese mundo, en que ha de hablar de él—; todos estos aspectos dan cuenta de una estética.
Ese mundo encontró una palabra en la escritura de Roberto Echazú: “tierra”. Signo, significante que se repite en su obra nombrando territorio y lugar, pero también una condición.
La obra de arte se entrega sola. Revisar datos de la biografía del artista no es una exigencia para recibir lo que la obra ofrece, sin embargo, tratándose de una edición de la poesía completa y corregida de este gran vate boliviano, y de un libro acompañado por otros textos referenciales, creo pertinente detenerme en algunos aspectos de su vida y de su personalidad, los cuales son tan poéticos como su escritura.
Desde su poemario “1879” se encuentra en la poética de Roberto Echazú un trato sumamente cuidadoso del lenguaje. El estilo de Roberto Echazú se distingue por la mesura con la que es tratada cada palabra. Una depuración minuciosa de lo excesivo e inútil es lo que define al poema. Respecto a sus maneras de trabajar, declaró en una entrevista: “En todos mis poemas trato de captar los sentimientos con la menor cantidad de palabras. Como el dibujo que hace un niño (…) me siento horas observando (el poema) para ver cómo tendría que estar. Al final de cuentas he podido cultivar esa paciencia creando no un lenguaje propio, sino una forma propia”, dijo en una entrevista en El Nuevo Día de Santa Cruz en diciembre de 1997.
Hay un libro que se destaca de manera especial por el tono y también por la estructura de los poemas, “Akirame” (1966), su segunda producción.
Akirame es un vocablo japonés que significa, literalmente, “resignación desapegada”. Fue Pedro Shimose quien influyó decisivamente en la elección del título. Los amigos se encontraban en La Paz y juntos leyeron el manuscrito, que en muchos momentos reflejaba el pesar y los profundos sentimientos en los que se había sumido el poeta después del accidente que sufrió un cuñado suyo. Concluida la lectura, Pedro pronunció la palabra akirame. Cuando Roberto preguntó por su significado, Pedro respondió: “resignación ante lo inevitable”. Definición y concepto que marcó el trabajo poético de Echazú.
Él no supo entonces que al apropiarse del vocablo japonés como título para su libro estaba marcando, de una manera muy sutil, el pensamiento y el modo de ser de su escritura futura. Muchos años después, en una conversación con Jesús Urzagasti publicada en la revista Hipótesis, al referirse a esa anécdota, Echazú opinaba con humor que había sido un error “forzar al lector a que tenga que averiguar el nombre del título”. Entonces Urzagasti replicaba: “Hay una protección en el título, una solicitación al lector”.
Echazú consideraba que recién con “Akirame” asumió un compromiso con la poesía. En ese sentido, son muy precisas las declaraciones que hace en una conversación con Luis H. Antezana J., amigo suyo. La publicación de dicho libro tuvo grandes repercusiones. El año de su aparición ganó el premio municipal de poesía Franz Tamayo de la ciudad de La Paz, además, la crítica le prestó una importante atención justamente porque su contenido tiene el peso de la manifestación poética de recepciones sumamente particulares. En la primera página, “Akirame” plantea dos preguntas fundamentales (¿y qué otra potencia tiene la pregunta en el poetizar sino la del brote, iluminación y surgimiento?). Se pregunta por lo que ha empezado a tener alguna luz, por lo esencial que viene asomándose de alguna manera.
El poeta principia dirigiéndose al hombre como especie. Ser humano que en un tiempo, en una era de fundamento abrió el debate sobre las grandes abluciones del espíritu.
En una sola pregunta Roberto Echazú concentra tres grandes visiones poéticas, la del tiempo del hombre en la tierra, esa presencia presente, actual, imperante; la visión del espíritu, y la de la necesidad o no de las abluciones a las que se ha de entregar el espíritu.
Fuente: Lecturas
05/05/2017 por Marcelo Paz Soldan