Por Jorge Larrea Mendieta
“Es muy fácil iniciar una guerra, lo difícil es terminarla.”
En tiempos donde los tambores de guerra retumban cada vez más cerca, Trapos manchados de sangre se alza como un grito lúcido y urgente. Carlos Decker-Molina, periodista boliviano con mirada global que actualmente reside en Suecia, nos entrega una obra que no solo documenta el horror: lo transforma en conciencia.
Este libro no es una colección de crónicas al uso. Es una travesía por las heridas abiertas del mundo, contadas desde la piel de quienes las sufren. Mujeres mutiladas para que no hablen, niños que aprenden a sobrevivir entre ruinas, migrantes que cargan con el peso de una historia que nadie quiere escuchar. Cada testimonio es una pieza de un rompecabezas que revela el rostro más crudo de la humanidad.
¿Qué queda después de la guerra? ¿Quién recoge los pedazos de los cuerpos, de las memorias, de las palabras que ya no se pueden pronunciar?
Carlos Decker-Molina no busca respuestas fáciles. En Trapos manchados de sangre, las preguntas se clavan como astillas. Este libro es una travesía por el dolor humano, narrado desde la mirada de un periodista que ha estado allí: en los márgenes, en las trincheras, en los silencios que gritan.
Con 16 relatos que recorren conflictos en Bosnia, Kosovo, Siria, Ucrania y América Latina, el autor construye un mapa de la barbarie contemporánea. Pero no lo hace desde la distancia del análisis político, sino desde la cercanía del testimonio. Cada historia es una voz que se niega a desaparecer.
“La mujer tenía los labios cosidos con alambre. No era metáfora. Era castigo.”
¿Puede el periodismo narrar el horror sin caer en el morbo? Decker-Molina demuestra que sí. Su estilo es sobrio, contenido, pero profundamente humano. No hay adornos. Hay verdad. Y esa verdad duele.
“No hay héroes en esta historia. Solo sobrevivientes que aprendieron a caminar sin mirar atrás.”
El autor no se limita a contar lo que vio. Reflexiona, interpela, denuncia. Su escritura recuerda a los grandes cronistas que entendieron que la palabra puede ser trinchera: Rodolfo Walsh, Svetlana Alexiévich, Kapuściński. Pero Decker-Molina tiene una voz propia, marcada por la ética, la empatía y la lucidez.
“La guerra no termina cuando se firma la paz. Termina cuando el último niño deja de temblar en las noches.”
Lo que hace que este libro sea esencial en este momento histórico es su capacidad de conectar lo íntimo con lo geopolítico. Las guerras que retrata no son solo conflictos lejanos: son espejos de nuestras propias tensiones, advertencias de lo que puede venir si seguimos ignorando las señales. En un mundo saturado de información, Trapos manchados de sangre nos obliga a detenernos, a mirar, a sentir.
Cada capítulo tiene el peso de una sentencia. Cada título —“La mujer sin rostro”, “El niño que no lloró”, “La frontera que no existe”— es una puerta hacia una historia que no se puede olvidar. El libro no busca conmover: busca incomodar. Y en esa incomodidad, hay verdad.
¿Para qué sirve un libro como este hoy? Sirve para no olvidar. Para entender que los conflictos no son cifras, sino vidas. Para mirar más allá de los titulares y escuchar lo que el ruido intenta tapar.
Porque donde la memoria sangra, la vida exige justicia. Y este libro —como los trapos que no se lavan, como las voces que no se callan— nos recuerda que el olvido también es una forma de violencia. Trapos manchados de sangre no busca cerrar heridas: las expone, las nombra, las deja abiertas para que nadie pueda decir que no sabía.
Fuente: Ecdótica