Distancia de rescate, Samanta Schweblin
Por: Raül Jiménez
Casualidades literarias, tras la sorprendente Eisejuaz de Sara Gallardo, hoy regreso a la Argentina rural, ahora de la mano de la multipremiada autora bonaerense Samanta Schweblin y su celebradísima Distancia de rescate —nominada al Man Booker, Premios Ojos Crítico y Tigre Juan, próxima película de la directora peruana Claudia Llosa—, que acaba de alcanzar su séptima edición con Literatura Random House —publicada originalmente en 2015—. (Publicada en Bolivia, por la Editorial Nuevo Milenio) Una nouvelle terrorífica con elementos sobrenaturales. Una pesadilla que nos habla del lado más monstruoso de la naturaleza: la que nos rodea, y la humana.
No es nada fácil explicar la trama superficial de Distancia de rescate sin caer en los espóilers o una cierta interpretación —por fuerza subjetiva— de la misma. Sostenida en una estructura dialógística ominosamente minimalista —lo que le proporciona un ritmo implacable a la novela—, nos encontramos con Amanda, narradora moribunda, incapaz de moverse, que intenta rememorar el por qué de su repentina convalescencia, y lo que puede haber sucedido con Nina, su joven hija. Esta reconstrucción de los hechos la alimenta David, un niño alarmantemente inquisitivo y adulto, cuya voz —¿o es alucinación?— exige a ésta indagar en su memoria en busca del fatídico instante en el que ella perdió «la distancia de rescate» respecto a su retoño y aparecieron «los gusanos»…
¿Confuso? Y turbio, ponzoñosamente turbio, tanto o más que el agua contaminada del arroyo que arrasa con la fauna —imágenes estremecedoras de caballos y pájaros desfigurados— y envenena a los humanos de ese pueblo asolado y mórbido, espantoso opuesto de la bucólica imagen tradicionalmente asociada a una estancia en el campo. El lugar al que Amanda y Nina van a pasar unos días de vacaciones, y en el que conocerán a Carla, vecina que les confesará la espeluznante historia de la enfermedad de su hijo… David —el género está atiborrado de críos diabólicos, pero ni siquiera el de Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver daba tanto miedo—. En ese sentido, Distancia de rescate es un juego, un artificio literario retorcido, entre dos planos temporales indisociables, el aislado y agónico presente de Amanda y David rastreando —demandando en el caso de éste—, significados en el pasado inmediato y, muy concretamente, en ese encuentro entre Amanda y Carla, que les señala a ambos. Un perverso círculo cerrado…
… Por el que asoman diversas cuestiones y miradas que empujan el texto en diferentes direcciones. La amenaza, clásica en el género, que viene de fuera y aquí adquiere difusas formas, virus —en plena histeria mediática del Coronavirus «pincha» incluso un poco más— y gusanos para, en realidad, hablar de nuestros demonios interiores. La desoladora visión del paisaje y la naturaleza que rodea a los personajes, un entorno habitualmente protector, que ofrece una lectura nada halagüeña de la situación medioambiental. O la omnipresencia de la enfermedad, impregnando Distancia de rescate de un sobrecogedor tono fatalista, acorde con un futuro más que próximo, que en la novela se antoja no solo terrible, sino inevitable.
Y, por encima de todo, Schweblin aturde con esa complejísima visión de la relación materno-filial —nótese la elocuente ausencia, casi total, de los padres—, opresiva y delirante. Cuerpos, almas y los vínculos que se deterioran o corrompen, pero también pueden albergar otras voces y presencias. El miedo y la extrañeza respecto al propio hijo junto al concepto titular del libro, esa distancia variable, constantemente recalculándose por la madre ante la posible amenaza de que algo pueda sucederle a su vástago. Un cordón post-umbilical, invisible y en permanente tensión, que jamás debería cortarse… pese a la sospecha de que, a la postre, es efímero, incluso inútil.
Pero, más allá de lo arriesgado de su estructura narrativa —no, no es una novela precisamente sencilla, pese a su concisión—, o de las posibles interpretaciones de esta singularísima fábula de terror —¿puede vislumbrarse una respuesta al misterio al acercarnos a su desenlace?, el apremio de David, verdadero motor del texto, a que Amanda sepa, corrijo, asuma la verdad, y algún detalle-pista en apariencia menor, apuntan en una dirección—, la potencia de Distancia de rescate reside en las reacciones viscerales que provoca. Inquieta. Asusta. Te impele a desconfiar y darle vueltas a tu propia lectura. Y a vigilar tu espalda…
Distancia de rescate es una novela tan «impresionística» como desasosegantemente indeleble, cuya trama va más allá de la historia relatada. Y todo en apenas un centenar de páginas, una brevedad que Samanta Schweblin, como excelsa cuentista que es, transforma en otra virtud. Su pegada es brutal. Sí, en definitiva, es un must-read. Léase con precaución y las puertas bien cerradas, pero sin demora…
Fuente: indienauta.com/