¡Regálenme un libro!
Por: Fadrique Iglesias Mendizábal
El 23 de abril se rinde homenaje a Shakespeare, a Cervantes y al Inca Garcilaso por la supuesta coincidencia en la fecha de sus muertes. A propósito, en 1996 la UNESCO aprobó tal data como “Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor”.
Este día está cargado de simbolismo también por la celebración de San Jorge, patrono cristiano de varios países, de algunas regiones catalanas en España o del Movimiento Scout Mundial.
Cada 23 de abril, en Barcelona, digamos que capital editorial de Iberoamérica, existe la tradición de que los hombres regalen un libro a sus parejas y éstas una flor a cambio. Aunque el género y los regalos ahora ya casi se intercambien indistintamente.
Sea como un signo de reivindicación de la catalanidad o por una tradición ancestral, el resultado de la fiesta de “Sant Jordi” en Barcelona conlleva un movimiento editorial sin parangón, muy destacable y que, en cuanto a la difusión del libro, podríamos desarrollar también por aquí.
No se trata de copiar festividades ajenas ni de dejarnos imponer tradiciones por las librerías (como lo han hecho las tarjeterías el 23 de julio). El sentido es otro. Se trata de hacer un homenaje al gran invento de Gutenberg: la imprenta. Gracias a éste, se ha podido desarrollar el conocimiento del ser humano. Gracias a la aparición del libro en serie, se han podido democratizar y compartir los saberes. En la antigüedad la sabiduría estaba localizada en ciertas bibliotecas o universidades. Ahora se ha generalizado mucho más su difusión y desconcentración, y gracias al legado del conocimiento mismo.
Además, el libro es uno de los regalos más nobles, ya que aunque conduzca a una adicción (la lectura), consta de un reconocimiento de fraternidad, que lleva incorporado capital intelectual y que además es una herramienta educativa. También puede tratarse de un elemento lúdico y de ocio. Regalar un libro es dar un pedacito de patrimonio humano y de sabiduría, a veces más grande y otras más chico.
Actualmente el ámbito de los viejos libreros, esos espacios cargados de sorpresas y curiosidades editoriales, está desapareciendo para sobrevivir en sitios puntuales a modo de yacimientos de arqueología intelectual.
Las grandes superficies (hipermercados), el comercio electrónico (con sus innegables efectos positivos) y sobre todo la piratería, hacen que la labor del librero se convierta en una tarea casi heroica pero profundamente sensible. Para mayor ejercicio nemotécnico, en Cochabamba es fácil evocar a Werner Guttentag.
Consejo: si hacia el final del día, querido lector, nadie le ha obsequiado todavía un libro, dese prisa antes de que cierren las librerías y dé un homenaje a Shakespeare, a Cervantes, al Inca Garcilaso, a Gutenberg y sobre todo a usted: regálese un libro. O regálemelo a mí.
Fuente: www.clavo.blogspot.com y ecdotica-6413e4.ingress-bonde.easywp.com