Detrás de la puerta: la historia de Kurt Wörner en Bolivia
Por: Cecilia de Marchi
Kurt Wörner Pfund llegó a Bolivia en 1929 con un contrato de la Casa Junkers para construir aviones, repararlos y enseñar a pilotarlos. Bolivia había recibido poco antes el primer avión de su historia, donación de la colonia alemana: un Junkers con un motor BMW de 185 Hp. Este avión se convertiría en el primero de una flota que cambió la cara de Bolivia.
Los primeros vuelos se pensaron para poder unir el oriente del país con servicio de pasajeros y de correos. Se pasó a viajar en tan solo tres horas lo que tomaba unos quince días recorrer por tierra. Además, permitió hacer exploraciones aéreas para diseñar el nuevo camino que uniría a Cochabamba con Santa Cruz y buscar fuentes de agua que pudieran abastecer Cochabamba. Se escogió una laguna encontrada por la cordillera, llamada Misicuni.
Wörner trabajó en la Escuela de Mecánica y Pilotos de Aviación, recién creada por el Lloyd Aéreo Boliviano, estableciendo un canon de seguridad y de calidad que serían claves en el desarrollo de la aeronáutica boliviana. Su trabajo era rescatar aviones, incluso después de accidentes, para reacondicionarlos para el vuelo. Además, daba clases de mecánica y de pilotaje a los nuevos tripulantes bolivianos.
Tenía una gran creatividad para el uso de herramientas y la transformación de piezas, cosa que fue muy útil durante la guerra del Chaco. Participó además llevando medicamentos, vituallas y armamento al frente de batalla y retornando con heridos y enfermos que necesitaban atención prioritaria.
En 1941 el gobierno de Peñaranda acusó a la comunidad alemana de querer hacer un golpe de estado nazi. Detuvieron a los altos ejecutivos del Lloyd, a varios militares bolivianos y a gran parte de la comunidad alemana y los expulsaron del país. Entre ellos, expulsaron a Kurt Wörner y su familia, que debieron refugiarse en Buenos Aires, lugar que fue su residencia final. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el Estado boliviano lo invitó a retornar a sus funciones, pero Kurt se negó rotundamente a regresar. Según su nieto, Mark, respondió diciendo que “de donde me botan no vuelvo”.
Mark Christie Wörner, nieto de Kurt, me pasó el manuscrito del libro que escribió sobre su abuelo para que le diera una revisada. “No tengo muchos fondos” me dijo, “pero puedo pagarte en películas, tengo muchas”. Me las trajo a la oficina. La mayoría eran pelis que ya había visto o que jamás vería. Por supuesto, acepté.
Cuento esto porque ayer terminé de leer el libro de Liliana Colanzi, “Nuestro mundo muerto”, y me acordé de la historia de Kurt Wörner. Colanzi es una hábil tejedora de historias (extra)ordinarias que están aquí, que pasan al lado, que pasan a uno como uno, y que tienen en las últimas líneas una especie de revelación, una epifanía de algo inminente que está por suceder, una puerta a la magia o al horror que se ha dejado por olvido abierta y se puede ver por la rendija que en la oscuridad algo se mueve.
La historia de Wörner bien pudo haber sido un personaje del mundo muerto propuesto por Colanzi, quizá con una diferencia: la experiencia de llegar a un lugar del mundo todavía por crear, mágico y tenebroso, estuvo presente en la vida de Kurt mientras vivía en Bolivia, mientras que tras la rendija de la puerta no hay una epifanía, sino solo queda el resentimiento.
El libro “Los aviones Junkers en Bolivia”, donde se encuentra la historia de Kurt Wörner, ha sido publicada por su nieto Mark Christie Wörner en un esfuerzo personal. Les recomiendo contactarlo para pedírselo, tiene fotos maravillosas y un trabajo hemerográfico en el intento de recuperar la primera historia de la aviación boliviana. Es una joyita.
Por otra parte, el libro “Nuestro mundo muerto” de Liliana Colanzi ha sido publicado por la editorial El Cuervo para el mercado boliviano. Valdría la pena que se detengan en el catálogo de esta editorial, tiene maravillas.
Fuente: medium.com/