Por Daniel Averanga M.
Después de las calles (Colección popular, 1971) de René Poppe es una novela sobre la vida política en la universidad, en un tiempo difícil, como lo fue 1971 (Banzer y su gobierno impuesto desde principios de ese año podría ser el pilar para esta aseveración). Lo que en ese tiempo era un tema innovador, hoy quizá es un lugar común: buscar protagonismos en la clase media alta “tardía” (o como se dice, jailones con conciencia de clase, esa decisión política de pensar más allá de los privilegios, tan falsa en la práctica, tan acartonada en el papel), a través de sus hijos universitarios que, simpatizantes de una tendencia de izquierda en su mayoría, no dejan de demostrar que el estudio es irrelevante frente a lo que pasa afuera de las aulas de su entorno.
A diferencia de sus cuentos (muchos de ellos extraordinarios en uso de tiempo, espacio y polifonía), en esta novela Poppe trata de construir la base de lo que debería ser la novela social boliviana. Basta con ver la ilustración de la portada, desconozco quién la diseñó, el nombre del ilustrador, porque la copia que poseo carece de este detalle, pero solo un vistazo basta para comprender lo que Poppe plantea en sus páginas: los universitarios que estudian sociología en los 70’s en Bolivia lo hacen por un sentimiento de empatía social. Una rubia agarrando un libro de sociología, atenta más allá del libro agarrado a su realidad; la “culpa blanca” por ser privilegiado en tierra de indios sometidos, en tiempos violentos, hace que los protagonismos caigan en la gente que,sin pertenecer al contexto barrial, extiende sus miradas protegidas a esos recovecos y se indigna y compromete a trabajar para que las desigualdades percibidas acaben. ¿Acaso los estudiantes de carreras técnicas, los llamados cholos, no podían ser protagonistas de una novela así? No, porque no tienen la “sensibilidad” que Poppe pretende dar a sus personajes clasemedieros altos y “tardíos”, de esos que sí te aceptan un fresco de orejón en la calle porque si no, parecerán como los jailones de siempre.
El argumento oscila en varias situaciones, algunas tremendamente actuales, como la corrupción política naturalizada, el resentimiento de clase, la visión impuesta del otro y su “estereotipación” en función a rumores (la novela está plagada de rumores, de “dicen que dicen”, lo cual la convierte en altamente verosímil en su mayoría de desarrollo), la fricción social cuando todos, independientemente de sus privilegios, sufren imposición política de los de arriba, entre otros más.
Se agradece la fluidez narrativa, la carencia de metáforas innecesarias o el recurso manido de meter frases profundas a cada rato, como si los personajes hablaran dentro de un universo poético donde todos parecen personajes carverianos, y la influencia que esta novela de seguro tuvo en Chuquiago (1977) de Antonio Eguino, particularmente en la última historia: la protagonista viene de una familia jailona pero ella tiene esa mentada “conciencia de clase” a partir de su culpa vestida de empatía, por ello está en la UMSA y no en la Cato o en otra universidad privada, por algo se mete con el pobre ñojo zurdo y por algo termina casándose con el niñito Jesús cuzqueño al final, la historia de siempre.
Más allá de eso, Poppe debería ser leído por esos escritores que sociologizan la literatura, como si de por sí la misma literatura no valiera si no se meten temas sociológicos cada dos páginas.