De la responsabilidad con el lenguaje
Por: Ana Rebeca Prada
Los idiomas son organismos vivos. Infinitamente complejos, pero organismos a fin de cuentas. Contienen cierta fuerza vital, cierto poder de absorción y desarrollo. También pueden experimentar la decadencia y la muerte.
George Steiner
(El 15 de septiembre, el novelista Ramón Rocha Monroy publicó, en el periódico Página Siete, el artículo “El Sur también existe”. En él, cuestionó un supuesto “ninguneo” de algunos narradores “no-paceños” por parte de un grupo de seis críticos, invitados al VI Foro de Escritores Bolivianos (21 al 24 de agosto) para discutir el tema propuesto por la institución organizadora, la Fundación Simón I. Patiño: “Rupturas en la novela boliviana del siglo XX”. Ana Rebeca Prada, que fue parte de ese grupo de críticos, ofrece aquí una reflexión sobre la acusación de Rocha Monroy.)
Creo que quienes trabajan con el lenguaje desde los más diversos espacios de especialidad u oficio, y sea el que sea el objetivo de ese trabajo, tienen una cierta responsabilidad con la materia de esta labor. Está claro, además, que los que tienen acceso a medios y a editoriales, a foros y a debates, a aulas llenas de estudiantes, a lectores atentos a su producción, tienen además un poder.
Lo que dice Steiner es, pues, que el lenguaje está vivo y que los sujetos que lo utilizan, las comunidades que lo hablan, pueden hacer que éste cambie, que se torne mecánico o ambiguo; o que se degrade. Ricardo Forster añade que “si hay algo que jamás es inocente es la escritura”. Los que trabajan con y sobre el lenguaje, entonces, saben que éste puede afectarse, claro, para bien, pero también para mal. Y que cuando acceden y ejercen la escritura, este acto nunca es inocente.
Vivimos en un contexto donde la tendencia a la intemperancia, la intolerancia y la automática descalificación han cobrado gran vigencia. Sobre todo porque esto se ha convertido en una tendencia que impera en el gobierno y su mega-aparato de propaganda. Pero no hablemos del gobierno, sino de aquellos que trabajan con el lenguaje: profesores, escritores, investigadores, críticos; aquellos que, además, ocupan diversos lugares del ámbito institucional (en el sentido más amplio: el ámbito institucional del aparato letrado en la sociedad). Hablemos pues del uso del lenguaje y en la posibilidad de su lamentable empobrecimiento.
El diálogo se hace muy difícil al interior de ese ámbito cuando no se respetan algunos mínimos protocolos de la comunicación. Por ejemplo, el de la verificación de las fuentes, o el de la confirmación de la información, o el de la revisión de materiales antes de proferir tal o cual idea, parecer u opinión. Abandonar estos protocolos hace que termine por no importar lo que uno diga, que se opte por la vía fácil: abandonar los protocolos de hecho y decir lo que a uno buenamente le dé la gana. Creo que esto tiene nomás que ver con lo dicho en el párrafo anterior: este es terreno fértil para la mentira, para la descalificación, para el insulto.
Lo preocupante es que esto pueda ocurrir en personas (de la institución letrada) que tienen una larga historia de publicación de libros, de recepción de premios, de trabajo periodístico. Es el caso del señor Ramón Rocha Monroy. Un escritor a quien se le han olvidado, precisamente, todos los protocolos, y que en dos diatribas sacó un ventilador de insultos y lo prendió para echar porquería sobre muchas personas acerca de las cuales claramente no tiene ninguna idea y sobre otras que creo le debieran merecer un poco más de consideración. Pero imagino que este señor, quien alude a su avanzada edad y a lo cuerudo que con ella se ha vuelto, y con eso justifica su derecho a difamar y a mentir, ya le deben tener sin cuidado la reflexión sobre lo escribe y la consideración a las personas.
No voy a responder a la acusación que me hace, pues ya mi colega Mauricio Souza, un crítico y un investigador muy importante en nuestro medio, le ha aclarado la cuestión. Y porque su acusación está tan irresponsablemente argumentada, que más que molestarme por mentirosa, hasta vergüenza ajena me ha dado. Más bien voy a responder a la porquería que le echa a gente de talla mayor, como Jaime Saenz y Jesús Urzagasti, a quienes, obviamente, les tiene una rabia que no puede ocultar. Y a Luis H. Antezana, a quien critica por no haberlo incluido a él y a otros escritores en su ponencia sobre literatura urbana. Cuando lo que estaba haciendo este magnífico lector era apuntar allí donde nace para la literatura boliviana lo urbano no sólo como escenario, sino como personaje.
En las diatribas de Rocha lo que domina es un regionalismo estrecho que realmente resulta deplorable. ¡Qué grave evaluar a un escritor por su origen y no por la calidad de su escritura! Qué criterio tan peligroso. Yo imagino que varios escritores a los que le gusta listar a Rocha están más ocupados dirigiendo toda su energía a escribir bien y no a calcular el valor de lo que hacen por su origen. No incluye en su lista a escritores importantes que viven en o son de Cochabamba: Juan Cristobal MacLean, Rodrigo Hasbún y Eduardo Mitre, por ejemplo (y para mencionar sólo algunos), que son personas a quien nadie lee porque sean del valle, sino porque son excelentes escritores y punto. Yo no estoy dispuesta a cambiar el criterio que guía mi cátedra, mis investigaciones y mis trabajo crítico (que Rocha no conoce, obviamente, pero a él esto lo tiene sin cuidado), que es un criterio vinculado al valor y la importancia del lenguaje, por un criterio regionalista que pareciera determinar listas que deben ser cubiertas sí o sí, más allá de cualquier otro criterio.
Además el criterio regionalista de Rocha se basa en una gran falsedad: la lista (ya que le gustan tanto) de tesis de la Carrera de Literatura de la umsa, en la Licenciatura y en la Maestría, incluyen a Rocha Monroy, Gonzalo Lema, Edmundo Paz Soldán, Augusto Céspedes, Adela Zamudio, Marcelo Quiroga Santa Cruz, Nataniel Aguirre, Rodrigo Hasbún, entre muchos otros, cochabambinos y no cochabambinos, trabajados durante décadas y décadas en la institución. El trabajo de investigación de los docentes, así como sus cátedras, integran a una multiplicidad de escritores bolivianos (es una carrera especializada en literatura boliviana), poetas, ensayistas, narradores, dramaturgos de todas las regiones del país. Pero este hecho comprobable no importa, porque Rocha –y otros señores muy enojados que lo aplauden no importa qué diga o a quién difame– han decidido que La Paz odia a Cochabamba y a las otras regiones y punto. Un delirio que los lleva a insultar a la Fundación Patiño, a escritores ya fallecidos, a profesores universitarios, a críticos y a todo aquel que se cruce en el camino de un pre-juicio ya armado y cerrado y por lo tanto muy cómodo.
Volviendo al principio: apena ver que los que tienen la responsabilidad y detentan el poder sobre el lenguaje en la esfera letrada se den a la tarea de reproducir en sus escritos el empobrecimiento de un lenguaje que, más bien, debería mantenerse como una reserva ética frente al envilecimiento propiciado por el Estado. Creo que la juventud que nos lee, que estudia con nosotros, que escribirá también en el futuro, merece vernos intentando preservar un mínimo de responsabilidad con el material de la comunicación y la escritura. Qué triste figura de todo ello emerge de las diatribas de Rocha, vulgares, erráticas; y pensar que es el autor de Potosí 1600 y de Crítica de la sazón pura. Increíble.
Fuente: Nueva Crónica