El mago de la botella
Por: Víctor Montoya
Otra vez frente al Diablo, el corazón acongojado y la botella de aguardiente en la mano.
–Desde el maldito día en que empezaste a beber como un condenado, has perdido la dignidad y el decoro –me regañó el Diablo–. No eres ya el mago de la palabra, sino el mago de la botella.
Me estremecí al oír sus palabras. Suspiré y me quedé callado. Lo miré desde abajo y él me devolvió la mirada con desprecio, mientras sus colmillos, afilados y de blanco esmalte, centelleaban como la ascua de sus ojos.
–Has llegado al extremo en que tu tufo espanta a la gente y sólo atrae a las moscas –dijo el Diablo, en tanto yo procuraba mantener el gollete de la botella en los labios–. Primero has perdido tu casa y tu trabajo, después a tus hijos y a tus amigos. A tu mujer nunca la perdiste, porque nunca la tuviste. Ella se burló de tus nobles sentimientos y te puso cuernos conmigo. De nada sirvió que le entregaras tu amor y le demostraras tu fidelidad de perro. Ahora es tarde, demasiado tarde. No pararás de beber hasta que la muerte te encuentre tirado en el piso cual un miserable diablillo entre los diablos…
Permanecí callado pero sin derramar lágrimas, aunque sus reproches me dolían en el cuerpo y en el alma, con la misma intensidad con que le duele a cualquiera que no tiene el corazón de piedra ni el puño de hierro.
Aligeré otro sorbo y, moviéndome como la llama de una vela mecida por un soplo, le pregunté entre hipo e hipo:
–¿Y qué debo hacer para dejar la botella y volver a ser el mago de la palabra?
–Debes sobreponerte a tus debilidades, liberarte de los fantasmas del pasado, superar las frustraciones del presente y tender tu mirada altiva en el horizonte del porvenir. Sólo así lograrás vencer las tentaciones del alcohol que, tal cual habrás constatado, son mucho más fuertes que mis propias tentaciones.
–Si me ayudas –supliqué sintiendo que la angustia me devoraba por dentro–, estoy dispuesto a darle un giro a mi vida, desterrar la botella y volver a ser un ratón de bibliotecas; es más, quiero que me conviertas otra vez en el mago de la palabra, aunque tú sabes, en lo más hondo de tu ser, que no soy una maquinaria de palabras, sino un artesano que me rompo las manos para escribir lo poco que escribo, con un esfuerzo que a veces me deja postrado como a todo aquel que padece la enfermedad de las palabras. Pero eso sí, y esto también lo sabes bien, estoy dispuesto a consagrarme como el mago de la palabra, a seguir escribiendo los dictados de la razón y del corazón, y, de pasadita, seguir escribiendo tus dictados que, de un tiempo a esta parte, me traen de cabeza como a un loco de remate. Pero con todo, quiero que conviertas la botella en un tintero y me devuelvas las ganas para continuar escribiendo lo que pienso y siento.
–Si ése es tu deseo, retirarte del vicio y no caer en un tonel sin fondo, así lo haré –dijo el Diablo–. Te concederé tu deseo como el genio de la lámpara maravillosa concedió los deseos de Aladino, pero…, pero con una condición…
–¿Qué condición?
–Que me rindas tributo y no me reclames tu alma, porque tu destino no está ya en tus manos sino en las mías; más aún ahora que convivo contigo noche y día, en tu casa y en tu cuerpo.
–¡¿Cómo?! –retrocedí tambaleante, mirando doble y la botella todavía en la mano.
–Sí –reafirmó el Diablo–. A estas alturas de nuestra relación, tu vida vale más que la mía. Eres mis cinco sentidos y mi voz. Eres mi carne, mis huesos y mi sangre. Además, a diferencia de lo que ocurrió entre Fausto y Mefistófeles, tú no me vendiste tu alma a cambio de conservar una eterna juventud, sino que yo te la arrebaté desde el primer día en que me viste, en mi estado más natural, en la galería principal de la mina en Siglo XX. ¿Recuerdas?…, ¿recuerdas?
Me quedé atónito, cabizbajo, hasta que de pronto, como quien retorna a la sobriedad bañado por un cubetazo de agua fría, reflexioné un instante y repliqué:
–Si la condición para volver a ser el mago de la palabra es que te entregue mi vida y te rinda tributo por el resto de mis días, entonces prefiero seguir siendo el mago de la botella así me cargue la muerte.
–¡No seas pendejo! –gruñó el Diablo, con el rostro encendido como por las llamas del infierno–. Cómo puedes permitir que el alcohol se lleve tu vida. Cómo puedes creer que el mal de borrachera sólo se cura con la muerte. En lugar de vivir cual fantasma errante, agarrado de la botella como un crío de su mamadera, piensa en que si me sigues idolatrando, tendrás lo que andas buscando, no sólo salud, dinero y amor, sino también la capacidad de convertir en literatura todo lo que toques; de desnudar tu alma como los poetas, de transformar tus pensamientos más profundos en metáforas alucinantes, de atravesar los corazones enamorados como los flechazos de Cupido; en fin, serás un mago entre los magos de la palabra y no un pobre diablillo entre los diablos…
Fue entonces cuando me cargué de coraje, alcé el tono de la voz y dije:
–No es el alcohol el que se lleva mi vida, ni el que me roba el alma. Eres tú, solamente tú, quien anda metido en el fondo de la botella como el genio andaba metido en la lámpara de Aladino…
El Diablo me miró por el rabillo del ojo, con un aire de solemne superioridad, y sentenció:
–Si quieres dejar de ser el mago de la botella y volver a ser el mago de la palabra, y seguir escribiendo cada día como si fuese el último de tu vida, ya sabes, no tienes otro remedio que someterte a mis designios y temerme como el siervo le teme al amo, porque quien teme al diablo, no teme a la muerte…
–Quizás sea cierto –dije acercándome hacia él, mientras un sudor pegajoso cundía en la palma de mis manos–. Me rendiré a tus pies y me someteré a tu voluntad, pero sólo hasta que se me rompa la botella y tú desaparezcas de mi vida como por ensalmo.
El Diablo, aunque intentó inclinarse hacia atrás, recibió una repugnante tufarada en el rostro. Luego, malhumorado, frunció el entrecejo en actitud de reproche. Me clavó su mirada diabólica, se restregó las manos ante el fuego de sus ojos y, consciente de tenerme atrapado en sus redes, se dispuso a decirme algo, pero…
En ese instante, cuando la botella se me resbaló de la mano y saltó en pedazos contra el piso, desperté de un sueño alborotado, el cuerpo terriblemente machucado y una resaca pidiéndome a gritos hacer aparecer más botellas destiladas por el Diablo.
Fuente: Ecdótica