06/22/2015 por Marcelo Paz Soldan
Cuatro puntos de apoyo para analizar la narrativa boliviana

Cuatro puntos de apoyo para analizar la narrativa boliviana

Primeras Jornadas

Cuatro puntos de apoyo para analizar la narrativa boliviana
Por: Daniel Averanga Montiel

(Ponencia leida en las Primeras Jornadas de Literatura Boliviana, en la 19 Feria Internacional del Libro de La Paz, 2014)
UNO: TEMAS RECURRENTES
Amor-odio, paz-guerra, justicia-injusticia, humanidad-deshumanización, vida-muerte, libertad-reclusión.
Si uno lee “Lluvia de piedra” de Rodrigo Urquiola, “El hombre” de Álvaro Pérez, o “Vacaciones permanentes” de Liliana Colanzi, ha de darse cuenta que todas estas producciones tienen una o más de esas palabras dobles, como tema recurrente. En realidad “El hombre” no es más que una novela sobre el sentido de la “humanidad-deshumanización”, mientras que “Lluvia de piedra” se enfoca en la relación “vida-muerte” y “Vacaciones permanentes” juega con temas como la “vida-muerte” o la “felicidad-infelicidad”.
Puede que a muchos de los escritores bolivianos les interesen los temas clásicos. Lo cierto es que hay una dispersión temática en la literatura boliviana actual, y hay pocos, poquísimos temas recurrentes que han logrado convertirse en referentes; como lo demostró, por ejemplo, la tendencia a confundir la literatura con la misma vida, esa tendencia de principios de nuevo siglo: su mayor representante fue Victor Hugo Viscarra, quien hizo crónica del mundo de los bajos fondos, y que fue seguido por más de una treintena de oportunistas que lo “adoptaron” como maestro. El resultado fue terrible. Viscarra tuvo el talento y la sal para contar lo que era suyo por propiedad: su forma de pensar, su tendencia, su misma vida; pero los demás, los que lo “adoptaron”, quisieron repetir esa fórmula, sin éxito alguno.
Por otro lado, novelas y cuentos sobre “paz-guerra” han evolucionado coincidentemente en la narrativa boliviana como temas recurrentes desde la tendencia hacia el intimismo. Rodrigo Hasbún profundiza, desde su novela “El lugar del cuerpo”, la clave de la violencia sexual como sombra del pasado; Edmundo Paz Soldán, en su novela “Los vivos y los muertos”, estudia la violencia y su influencia totalizadora en el entorno civilizado norteamericano, y Wilmer Urrelo hace otro tanto en “Hablar con los perros”, mostrando el infierno de la familia y la inútil búsqueda de la “paz”.
Esta dispersión de intereses temáticos demuestra el problema de la diversidad; pero este será analizado junto a otro problema en la narrativa actual: el de la forma y el estilo.
DOS: TENDENCIAS DE FORMA – ESTILO
El arte de escribir debería ser aprendido a solas y con lecturas a conciencia. Hemingway puede ser buen maestro, pero también lo pueden ser Faulkner, Sábato, Mauriac, Cerruto o Beauvoir… ¿Y qué tienen en común estos autores?, algo que no tienen en común la mayoría de los narradores actuales bolivianos: renovarse en cada publicación.
Cuando uno escribe algo que es bien recibido por los pocos lectores que hay en Bolivia, y además es laureado por otros lectores y autores de otros países, puede decirse que ha dado en el clavo; este autor puede repetir su éxito si sigue la misma fórmula, pero eso es muy riesgoso, porque nada es mejor para garantizar el fracaso de un escritor que el hecho de repetir el chiste creativo; aunque, hay que ser sinceros, en Bolivia, el estilo y la forma todavía no alcanzan el nivel de escuela que poseen otros países, siendo esta una base y una oportunidad nacida del mismo vacío.
En cuanto a forma o estilo no hay un “Boom boliviano” todavía. No existe una novela como la que escribió Quiroga Santa Cruz, hablo de “Los deshabitados”, aparecida a finales de los años cincuenta, y que creó una escuela intimista que dura hasta la fecha. No tenemos todavía un nuevo “Los deshabitados”, aunque intentos sí los hubo, pero no necesariamente planificados por los autores.
TRES: GÉNEROS NARRATIVOS E IDENTIDAD
La aparición de cultores de géneros narrativos específicos ha sido el verdadero “Boom” en Bolivia, pero un “Boom” que es onomatopeya de explosión y muerte: miembros, troncos y cabezas volando entre sangre que se dispersa en mantas purpúreas de humedad posmodernista… Escribir cuentos de terror para algunos escritores significa “halloweenizarlos”: los adornan con dibujos de brujas feministas, vampiros mariconazos o esqueletos sionistas, y terminan cayendo en el ridículo; otro ejemplo se da en el hecho de hacer juntuchas, como algunos escritores de “ciencia ficción”, esto ya es patético e irracional por la misma premisa de representatividad; es decir, que la pinta haga más que la función.
Uno puede escribir cuentos de ciencia ficción, fantasía y terror sin necesidad de sociedades de escritores que más parecen sindicatos de licenciados buscando parecerse a “The Avengers” o “Los Súper-amigos” en sus fotos de solapa.
El problema está en los productos. La idea de escribir desde un género en particular no significa enajenarse. Recuerdo que cuando compilaba cuentos para la segunda antología de terror que publiqué el año pasado, la mayoría trataba de los problemas que aparecen al tener pareja, como si tener una novia (o novio) significara el principio del horror … (bueno, casi), o que los cuentos de fantasía se puedan apoyar en la evasión de la realidad o que traten la realidad a manera de radionovela: que un adolescente descubra que es un semidiós mientras sufre un enamoramiento imposible, o que un grupo de mocosos sean nombrados son los elegidos para un fin fantástico pero que no pueden luchar contra sus impulsos reproductivos (es decir, “Furia de Titanes” y “Floricienta” en una sola novela).
Este problema, el de no profundizar en el contexto que uno crea (aunque este contexto sea futurista o fantástico), hace que la narrativa parezca más minimalista de lo que pretende ser; y es que la concreción de una identidad propia y única es imposible en Bolivia: por ejemplo, soy orureño de nacimiento, vivo en El Alto, sé hablar inglés y mis amigos son más aymaras que Felipe Quispe, más quechuas que Jesús Lara y más germánicos que Otto Von Bismarck, y eso al final es secundario para mí, porque me gusta tener amigos así, como también me gusta escuchar a Riz Ortolani y a Yarita Lizeth Yanarico, así, con apellido y todo, una después del otro, mientras escribo, y no me hago lío. No me voy a aburguesar, indianizar o vulgarizar por escuchar y/o escribir sobre lo que me gusta, ¿verdad?
Creo que el patetismo al escribir, demostrando que uno ha sufrido y que ha trabajado la tierra con sus manos hasta hacerlas sangrar, ya ha pasado de moda. A mí no me interesa que me lean las europeas y sientan pena por lo que les cuento de mí o de mis antepasados, al menos no deliberadamente…
Por ello, creo que los argumentos de “campesino-noble-se-venga-de-patrón-violador”, o “burgués-también-noble-sufre-exilio-y-lucha-contra-dictadores-con-disfunción-erectil” ya no se toman como principios… Este nuevo “Boom” ha borrado estos argumentos pero ha dejado en su lugar otro tipo de problemas…
Y esto me lleva al último punto de mi intervención.
CUATRO: EL ROL DEL ESCRITOR
Hay una enfermedad dentro de la mayoría de los narradores en Bolivia: el exceso de solemnidad.
Creo que uno no escribe para sí mismo. A eso se le llama “Autosatisfacción con vaselina”. Si yo quisiera escribir solo para mí, no andaría publicando. Tampoco escribo para aportar grandiosamente a la literatura boliviana; aquella no es mi intención…
Cuando me preguntan por qué escribo, siempre contesto que es para comunicarme con el lector. Pero muchos de los otros escritores, amantes de lecturas como las de Roth, Pynchon, Burroughs o Auster, y que leen y releen a estos autores con una pasión casi sexual, siempre contestan que escriben para sí mismos o pensando en sí mismos; nunca piensan en el lector.
Esta desvinculación con el lector hace que se sobreentienda el producto escrito como algo realmente significativo. La narrativa debería ser objetiva desde su proceso, y esto es, que el escritor pueda desconfiar de su esencia de “vaca sagrada”: hay que reinventarse, hay que trabajar, hay que demostrar que uno escribe por oficio, no por intentar mostrarse a los demás como el hijo bastardo de Roberto Bolaño.
Falta que los escritores vuelvan a estudiar a los autores clásicos y a los modernos que sí cuentan historias, no solo pensamientos o reflexiones…
Es necesario esto para comenzar a hablar recién de tendencias de estilo y de forma en la narrativa boliviana: el hecho de que el mal manejo de géneros (como el terror carnavalesco desde las portadas, o la ciencia ficción que más parece un remedo de ensayos sociopolíticos dignos de licenciados de psicología) sea un fenómeno de doble filo activo todavía, no ayudará a determinar una evolución en la narrativa boliviana.
En definitiva, el principal rol del escritor con respecto a todo lo que he dicho hoy, es el de hacer un trabajo serio, comprometido consigo mismo, mas no tanto con su imagen. ¿Por qué?, a nadie le importa si quien les ha hablado es moreno o chato o narigón. Con tal que ese alguien los entretenga (o inquiete), vale.
Fuente: Ecdótica