Crítica a Siete casas vacías
Por: Paula Guarneros
(Samantha Schweblin fue recientemente publicada en nuestro país, bajo el sello de Editorial Nuevo Milenio. Su colección de cuentos Siete casas vacías, Premio Ribera del Duero, está disponible para los lectores bolivianos desde hace algunas semanas.)
El efecto del primer acercamiento a Siete casas vacías es inesperado y brutal. En esta recopilación de cuentos, Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978) encuentra la manera de incomodar al lector con situaciones cotidianas y, si bien en un principio la angustia provocada por la lectura parece soportable, hacia el final se torna asfixiante. El límite entre lo extraordinario y lo real se vuelve difuso y los fantasmas de los protagonistas adquieren formas físicas que los ahogan poco a poco.
Merecedor del IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero, Siete casas vacías posee una prosa precisa capaz de transmitir la inquietud que se respira en los espacios descritos, casas de las que nace un deseo de huir: el mismo intento de escape llega a enturbiar la paz de quienes rodean estos lugares y a sus habitantes. El estilo de esta obra contrasta con el de su colección anterior, Pájaros en la boca (2009), en donde es necesario repasar los relatos una y otra vez para terminar de unir los puntos clave de la trama (un ejemplo de ello es “El cavador”, en el que ni siquiera el narrador está seguro de qué es lo que está sucediendo a su alrededor). En Siete casas vacías esta se manifiesta de forma explícita, incluso cruda, ante el lector. Los protagonistas, conscientes de la pérdida de su cordura, abrazan su dolor y se dan cuenta de que no hay solución.
La voz de Siete casas vacías mantiene un tono reconocible en cada uno de los cuentos. Si bien estos se dejan en manos de diferentes personajes y se abordan desde distintas perspectivas, la sensación provocada por la distancia entre el narrador y la desesperanza de los personajes es similar en cada uno. Al igual que en “Nada de todo esto”, somos nosotros quienes salimos a mirar casas ajenas sin terminar de decidir si lo que sentimos es gratitud por no ser uno de los personajes acosados por la muerte o si, por el contrario, nos sabemos iguales a ellos. Esta colección de Schweblin retrata un sentimiento de vacío y desgano frente a la vida. Como señala en “Cuarenta centímetros cuadrados”, nuestra existencia se reduce al lugar que ocupamos: “Pero ella tenía las manos vacías. Y no iba hacia ningún lugar… estaba sentada en cuarenta centímetros cuadrados, y que eso era todo lo que ocupaba su cuerpo en el mundo” (p. 103). Dicha aproximación es más pesimista que la dada en “Inmar”, historia con la que abre Pájaros en la boca, donde todo parece girar en torno a la inutilidad de un enano que trabaja en una cafetería en la que los estantes son muy altos.
Quizá el punto más alto de la desesperanza y desolación de esta obra se observe en “La respiración cavernaria”, pues es aquí en donde el paulatino desgaste del cuerpo, de los sentimientos y del ser humano en su totalidad se hacen evidentes. Lo que prevalece, en cambio, es la certeza de que la desgracia forma irremediablemente parte de lo cotidiano y de que cada uno de nosotros permanece cercano a la posibilidad de convertirse en un cuerpo que se oxida, en una mente más condenada al olvido. En un principio pareciera que el propósito de Lola, la protagonista, es retratar una serie de conductas repetitivas; sin embargo, poco a poco, se deja ver cómo su cuerpo se consume y se hace viejo, al mismo tiempo que el dolor se filtra en cada uno de los aspectos de su vida y le roba la capacidad de cumplir su deseo más profundo: morir. “Entonces Lola regresó a su cuerpo, y su cuerpo le regresó el dolor… En sus pulmones, una punzada aguda llegó con su última revelación: no iba a morirse nunca, porque para morirse tenía que recordar el nombre de él… Pero el abismo se había abierto, y las palabras y las cosas se alejaban ahora a toda velocidad, con la luz, muy lejos ya de su cuerpo” (p. 96).
En el otro extremo está “Un hombre sin suerte”, que posee un tono radicalmente distinto al de los demás cuentos. A pesar de no estar incluido en el manuscrito del concurso por el premio Ribera del Duero, durante la edición se optó por colocarlo casi al final del libro. Esto propició que se perdiera la contundencia de la obra. Si bien trata temas como la confianza y la justicia, es poco afortunado en comparación con el resto. Es evidente que los cuestionamientos de carácter moral que surgen de este relato no están a la altura de las demás partes de la obra. Así, queda en duda si la incorporación de “Un hombre sin suerte” gira en torno al título de la colección de cuentos (porque era necesaria una séptima casa) o si cumple un propósito específico para la misma.
A pesar esto, Schweblin demuestra ser capaz de moldear las voces de los relatos y adaptarlas a las necesidades del texto. Sus cuentos generan diversidad de emociones, se introducen en la mente del lector y permanecen ahí. Siete casas vacías se construye en torno a los miedos humanos universales: la muerte, el olvido y la enfermedad. Es a través de ellos que despoja al lector de toda serenidad.
Fuente: www.criticismo.com/