La filuda brújula del capitán
Por: Bartolomé Leal
(A propósito de “Norte”, cuentos de Edmundo Paz Soldán)
Está demás decir que Edmundo es el mayor escritor boliviano del momento, y en este año en que recién cumple 40, no nos queda sino esperar las grandes obras que vendrán. Todo escritor es antes que nada una persona de un tiempo y un suelo, un cielo y un inconsciente colectivo… El transterrado perspicaz no se queda por ello en la nostalgia, en la patria natal, en las frustraciones o en los logros. Sabe cuánto hay allí de inversión (en ambos sentidos).
Por ello Edmundo observa, en los cuentos de Norte, al país que lo cobija, con la paciencia y lucidez de quien no se siente un pasajero de un mundo ajeno, sino un protagonista, algo marginal y peregrino tal vez, pero no indiferente al compromiso; un testigo que no tiene por qué rendir culto a los mitos de otros, sino dar esa mirada distante, irónica, acre, que ha generado tan buena literatura. Y tan buenos relatos: me permito recordar, al precio de ser arbitrario, a Robbe-Grillet, a Conrad, a Daudet, a Hemingway.
Es mezcla de visión que bordea el mejor documental, junto con una cierta ternura ante hechos o factores que tal vez los gringos no perciben, es uno de los encantos de esta recopilación de 16 cuentos de Edmundo Paz Soldán. Cada cuento es un mundo aparte, donde hay de él mismo y de los demás.
Como aficionado a los cuentos me gustan varias cosas de Norte: la opción por un elemento unificador: admirable, por ejemplo, la percepción de la locura yanqui en “Anaheim, California”; la libertad que los cuentos mismos muestran al no limitarse formalmente (el a menudo deplorable minicuento), sino que se desenvuelven con el cuerpo apropiado según lo que se relata; el odio al cliché (tan bien expresado en “En el cementerio” y “Fotografías en el fin de semana”) y el cuidado por el lenguaje, esa concepción del cuento como un poema, donde cada palabra contiene sentido; la sensación de que todo lo que uno escribe ha sido escrito antes (“The Masks of Nothingness) y total, para qué, la muerte es nuestro destino (“En Durant y Telegraph” y “Tiburón”). También destaco la multiplicidad de voces narrativas, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, ex esposas y periodistas, estudiantes universitarios y vividores…
Mi preferido, lo confieso, es el cuento “Faulkner”, donde Edmundo expresa tan bien la búsqueda de un tiempo y un suelo, un cielo y un inconsciente colectivo, que produjeron a un escritor amado como pocos, el que mejor ha expresado la fuerza de la sangre antigua que todos llevamos por dentro y por fuera, y la deuda con ella, ineludible, que arrastramos a lo largo de la vida.
(Fuente: ecdotica-6413e4.ingress-bonde.easywp.com)
09/28/2007 por Marcelo Paz Soldan