10/25/2007 por Marcelo Paz Soldan

Crítica a Los ingenuos de Verónica Ormachea

Los ingenuos de Verónica Ormachea
Por: Ramón Rocha Monroy

Tuve el gusto de presentar y recomendar la novela Los ingenuos (Ed. Alfaguara, 2007, Mención Honrosa del IXº Premio Nacional) de Verónica Ormachea Gutiérrez, por la intensidad dramática con que narra uno de los períodos de mayor enfrentamiento en nuestra historia, que va desde el colgamiento de Villarroel hasta la Revolución del 52 y el intento más serio por derrocarla en noviembre de 1953.
Los ingenuos es la visión de los vencidos, una familia de terratenientes que Verónica pinta en sus claroscuros, para subrayar la brecha insalvable que preexistió al 52 y acaso pervive hasta hoy en una sociedad caracterizada por el “sentimiento de otredad”, pues unas clases no se reconocen con otras por razones sobre todo étnicas. Como suele suceder, la visión de los vencedores suele convertirse en hagiografía; en cambio, la visión de los vencidos produce novelas como Doctor Zhivago, de Boris Pasternak y tantas otras que tienen en común con Los ingenuos la fuerza expresiva para retratar una sociedad que se derrumba y otra que no acaba de nacer.
Pero la historia la escriben los vencedores y la memoria popular ha canonizado a Gualberto Villarroel, en tanto que tiende a olvidar los excesos de la represión en el período que transcurre en esta novela. Así como somos deudores de Arguedas, quizá hasta hoy, así también lo somos de Montenegro y Céspedes, pues los tres han tatuado la memoria de nuestros días algunas veces con intuiciones extraordinarias y no pocas con sus prejuicios sociales o étnicos.
Los ingenuos no tiene experimentos vanos con el lenguaje, pues lo subordina al drama. Otra virtud es la construcción de los personajes a trazo seguro que permite diferenciarlos y les da vida propia. Es singular el caso de la madre, tan bien retratada en su energía de casta y en sus prejuicios, como también la historia de amor que transcurre en la novela quizá tan sólo para subrayar que somos una sociedad tan enfrentada que el encuentro es imposible.
Esto me induce a confirmar que somos una sociedad desencontrada con una peligrosa vocación por el libelo, que es la ausencia de debate, y por el linchamiento. Dos cuadros pinta Verónica Ormachea que han de perdurar en la memoria de sus lectores: el colgamiento de Villarroel y la trágica muerte del padre de Juliana, la protagonista, en su finca de Comanche. Esta forma de hacer “justicia” por mano propia es una opción rápida y gratuita, pero también primitiva en exceso. Si leemos nuestra historia desde la óptica del linchamiento, es posible que varios tomos no sean suficientes para recordar tanta sangre derramada de uno y de otro lado.
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