Control, de Anton Corbijn
Por:Claudio Ferrufino-Coqueugniot
Control, Anton Corbijn/Reino Unido, 2007 Tomó un director holandés para retratar a uno de los últimos grandes y trágicos iconos del rock and roll: Ian Curtis, vocalista de The Joy Divison. Eso da la pauta de la extensión inusual de la música de este grupo inglés, en el sentido de que su falta de ubicación precisa entre los movimientos musicales le presta universalidad. Joy Division surge en las postrimerías del punk, dándole quizá categoría post-punk; sin embargo, ya muerto Curtis, y en un plazo inmediato, Joy Division se convierte en New Order, grupo inaugural de lo que vino a llamarse el New Wave.
A decir del propio Corbijn, Joy Division no pertenece a los setentas ni a los ochentas, pero su música simple -y hermosa- se arraiga en ese espacio ubicuo de los momentos predispuestos a la inmortalidad. Aparte que las letras de Ian Curtis son poesía de un nivel que se ha perdido ya en el multitudinario espectro del rock.
El actor Sam Riley, que hacía poco doblaba camisas como dependiente, logra una magnífica interpretación del personaje, mientras que los músicos, que recrean en vivo al grupo, dan un inusual espaldarazo de solidez y poder a la cinta.
Basada en el libro de la viuda de Curtis, Touching from a Distance, la película carece de la gran parafernalia de los trabajos dedicados a este tipo de arte. Es más bien sencilla y melancólica, como fuera Ian Curtis, quien desecha el rol de estrella para continuar siendo un muchacho normal, aunque triste, de cierta pequeña geografía británica: Macclesfield.
El rodaje comienza con un joven introvertido de 17 años y la aparición de una muchacha que se convertirá pronto en su esposa. Curtis se encierra en su dormitorio, agobiado por la monotonía de semejante lugar y la austeridad de la sociedad inglesa. En su encierro, que algunos han llegado a pensar muestra naciente de futura depresión, Ian escucha la música de David Bowie, elemento primordial y singular del rock; uno de sus grandes letristas también.
En un concierto de los Sex Pistols encuentra a los miembros de una banda en busca de vocalista. De allí saldrá Warsaw, el nombre original de los Joy Division.
A medida que se adentra en la formación del grupo, y en la creatividad que exige el arte para descollar, el personaje olvida por decirlo así su trabajo y a su joven embarazada esposa. Con el éxito viene un encuentro con una amateur periodista belga que se convertirá en su amante, motivo que desencadenará la tragedia del film, con el suicidio, por ahorcamiento, del músico (escena presupuesta, no filmada). Corbijn intenta, a pesar de su presentación casi coloquial de este efímero drama, dejar pendientes las razones de la autodestrucción tan común en el arte. Aunque un affaire extramarital puede derivar en situaciones tales, la idea es que existe mucho más que la simpleza de un adulterio en la mente del artista para decidir su muerte. Obviemos la lacra sicologista que intenta reducir todo a una problemática de paranoia y enfermedad y quedemos con la casi glorificación del derecho del hombre a vivir o morir por decisión propia en un mundo impropio. No es, no se malentienda, apología del suicidio. No hay tal, son derivaciones personales mías de un asunto delicado y demasiado común en la historia del arte.
El título: Control, viene supuestamente de la historia de una cliente de Ian Curtis, siendo funcionario gubernamental, que tiene un ataque epiléptico mientras se entrevista con él. Epiléptico él mismo, el instante lo marcará profundamente y se convertirá en la letra de una notable canción: She”s Lost Control. El control es prerrogativa de los imbéciles; el caos de los dementes y los genios.
Fuente: Los Tiempos