Por Rodrigo Simons
Es la víspera de la Nochebuena del año 2042, el capitán Aníbal Choque y el sargento José Flores revisan el cuerpo —¿asesinado?— de una niña de 6 años en una calle de La Paz. Es el inicio gris que paulatinamente se convertirá en noire: la ciudad y todo el país están atestadas de antihéroes o criminales, narcotráfico, políticos corruptos con desviaciones sexuales y buscando su reelección, policía comprada, empresarios inescrupulosos, desastres naturales, estafas digitales…
Un momento. Detengámonos un poco. ¿Estamos seguros que es el año 2042? Algo no cuadra, o por lo contrario, cuadra muy bien; en nuestro país han pasado casi 20 años, pero aparentemente nada ha cambiado, excepto que la tecnología ha dado un gran salto dentro de nuestras mismas fronteras: tecnología de punta donde podemos conseguir exóticos animales a tamaño conveniente porque en este “ahora” que les relato los clones y androides pueblan las calles, son indistintos de nosotros, incluso patrullan las ciudades, deciden la justicia y se organizan exigiendo los mismos derechos que los llamados “biennacidos”. Eso podemos contar de Nacida de mujer y de hombre, novela de ciencia ficción escrita por Rudy Terceros, sin ingresar en el terreno de los espóilers, sí, esa palabra recién adoptada por la RAE.
“Pide lo que desees” es el título del primer capítulo y “¿Lo que sea?” la primera frase del libro. ¿Qué podríamos desear en este mundo hiper tecnológico donde las pastillas, la cirugía y las empresas se encargan de realizar casi todos tus sueños? ¿Deseamos justicia? Desde que el hombre es hombre, y desde que el boliviano se hace llamar así y antes, la ha anhelado y muy pocas veces recibido; quizás es mucho pedir. ¿Desearíamos igualdad? Probablemente. Pero no nos engañemos, como uno de los protagonistas, desearíamos algo de lo más egoísta: placer. Desde el inicio se establece que nuestros (anti) héroes son humanos sencillos, aunque la definición de humanidad esté entre diluirse y volverse más densa a medida que la acción se va desarrollando.
La distopía en que nos sumerge Rudy —la utopía es un paraíso aburrido en que todo funciona bien, bonito, todo lindo, por lo tanto, para encontrar algún emocionante conflicto tendremos que tender al opuesto— no es la de la ciencia ficción de los hombrecitos verdes creando caos, destrucción y mil quebrantos de cabeza (léase Marciano, vete a casa de Fredric Brown), o de los viajes intergalácticos en naves controladas por inteligencia artificial o aventuras con genios tecnológicos o detectives en galaxias lejanas (véase Los Viajes de Turf de George R. R. Martin). Nos encontramos en un mundo del futuro que nos hace preguntas acerca de nosotros mismos, de cómo interactuamos ante el cambio: el inmediato y el paulatino. El mundo donde decidimos si nos arrojamos ciegamente a los brazos de la ciencia, al seno de un grupo de tecnócratas o sí aún seguimos confiando en nuestros básicos instintos de humanidad, en que la supervivencia de nuestra descendencia y seres queridos puede depender entre consumir una papilla súper avanzada o dar los cuidados de una madre o padres a la antigua.
Nuestra sociedad del futuro, como hemos mencionado antes, no ha cambiado mucho en relación a nuestra sociedad actual; no hay héroes a cabalidad que supuren virtud por cada poro, estos tienen una cola que se le puede pisar en cualquier momento, un secreto oscuro que los obliga a mantenerse en la oscuridad y que, a la vez, demuestra que son verdaderamente de carne y hueso en algún momento más metafórico que literal; la virtud es moneda devaluada que no sirve para alcanzar los objetivos económicos o personales, al contrario, cada persona debe hundirse —ya sea de forma institucionalizada o a voluntad— en la miasma de la corrupción hasta que sus ojos estén a la misma altura de los demás enfangados, quienes a su vez miran desde abajo a los intocables; políticos y empresarios: los villanos presentes y modernos.
Entonces todo apunta a la misma porquería de hoy solo que con cambio de fecha. ¿Pesimismo? No en todos los casos. Para algunos esto representará conseguirse un hígado nuevo o algo de compañía. No es blanco ni negro, es el gris de la realidad que se arrastra como un cocodrilo miniatura; bien alimentado pero estéril, un animalito más comprado a la multinacional de ambigua moral que domina todo este ecosistema: CLONAL.
Hay dentro de las situaciones y personajes de la novela algo que nos recuerda las palabras de Isaac Asimov en su ensayo ¿Hay alguien ahí? Acerca de El culto de la ignorancia: “Pese a que un autor de ciencia ficción piense siempre en escribir con dignidad (…), jamás puede escapar al atractivo de narrar una historia inteligente, educadora, científica. Este es el producto secundario o inevitable de la ciencia ficción”. Dicho de otro modo, y relativo a la novela de Rudy: aún cuando el objetivo primigenio de la obra sea entretenernos o distraernos, y que con ello el autor obtenga alguna remuneración intelectual o monetaria, cuando una historia está bien escrita tiene también el objetivo subyacente —o quizás primordial— de hacernos reflexionar, de llevar a analizarnos, observar nuestro entorno y, en un fin aún más sublime, provocar en nosotros un cambio, hacer que esa leña de nuestro interior provoque un fuego que se extienda y arrase con modos de pensamiento que nos tienen atrapados como personas y como sociedad. Es, por supuesto, una crítica acerba como en su tiempo lo fue La máquina del tiempo de H.G. Wells, ya que se está lejos—como sujeto pensante u honrado— de aceptar como norma la corrupción o la estupidez generalizada; se la ve fluir como un río de aguas oscuras, pero siempre se evitará nadar en ella.
La biografía de Rudy Terceros en el libro es parca y sobria; es tal como lo recuerdo cuando lo conocí. Esto también parece un detalle interesante —entre líneas—, no está centrada en rimbombantes premios o una abultada sucesión de datos y números que convierten al autor en el partícipe de algún ranking o carrera; no, nos dice simplemente que existe y nos aleja así de algo muy molesto: tratar de relacionar al autor con su obra. Muchos lectores imaginan —y no tienen reparo en comentarlo— al personaje de las obras con las particularidades físicas y mentales del autor, lo ven como el héroe autobiográfico de lo que es muy probable sea solo fantasía —en lo personal no me imagino viendo fantasmas danzando en mi techo—. Separemos al autor de la obra como agua y aceite y tendremos un mayor deleite en las letras. Dicho esto, nos podemos centrar completamente en la lectura del escrito que nos atañe, sin ponerle una cara ni un cuerpo prefabricado.
Como se sabe, y siempre se comenta en los círculos de lectores o escritores, los géneros de la ciencia ficción y el terror son de los terrenos menos explorados en la literatura boliviana; en esta novela tenemos el ejemplo de que Rudy se maneja con mucha destreza en el primer campo, lo que ya nos había dejado claro con el cuento que abre el compilatorio de ciencia ficción Caminata espacial de Juan Carlos Zambrana, “El día más feliz el mundo”, obra que también deben explorar si quieren tener un panorama acerca del género entre los autores bolivianos. En el apartado del terror ya tenemos claro ejemplo de la obra de Rudy con la magnífica compilación de cuentos Monstruos y obsesiones, de lo mejor que he leído en un autor boliviano.
Es esta versatilidad de Rudy que se desenvuelve en la distópica ciudad de La Paz del 2042. Los personajes variopintos desfilan por sus páginas, cada uno con sus aflicciones, sus anhelos, su pasado y su futuro; este futuro tan gris como la lluvia que envuelve la ciudad y que inevitablemente nos hace imaginar a un Rick Deckard subiendo estas empinadas calles en busca de pistas. En cierto momento la narración pareciera estar llena de caracteres aleatorios, pero como todo en esta novela, toda persona —o androide o humano o animal— tienen su significado, cada palabra dicha y acción realizada tiene su función.
A la pregunta que nos hicimos al principio, mientras los bolivianos del hoy —año 2025— soñamos con dólares eléctricos, podríamos decir que este sueño intranquilo de los clones y los androides —sueño no literal— forjan sus luchas internas y sus luchas sociales, sueñan en alcanzar la igualdad, ser aceptados como ciudadanos nacidos de mujer y de hombre; esa figura legal que es el mayor reconocimiento de su humanidad y ciudadanía, invitándonos a meditar si el mundo —y país— de aquí a 20 años es el mismo en el que vivimos hoy, para enterarnos de cómo el capitán Aníbal Choque y el sargento José Flores logran o no desentrañar el misterio de la niña de 6 años, para saber si logra iniciar la revolución de los que no son “biennacidos”, de cómo podemos “pedir lo que deseemos” a la bruja-pitonisa-artista, para enterarnos de todo esto solo debemos dejar viajar a nuestros ojos a través de las 190 páginas de esta novela que nos va llenando de interrogantes, de odio y pena a sus personajes, de fascinación y miedo al futuro.
Ya sabes, pide lo que deseas, y seguramente, ahora deseas este libro, así que pídelo.
Fuente: La Ramona