Por Alba Balderrama
Con ese viento que acompaña a las escritoras oaxaqueñas actuales acunadas por la voz salvaje y nocturna de Marosa Di Giorgio y Sor Juana Inés de la Cruz. Una voz entrenada en la poesía con dos poemarios previos, Anamnesis (2016) y Silencio (2018), llega la primera novela de la escritora mexicana Clyo Mendoza (1993) que lleva como título una sola palabra contenida, suspendida, poderosa como una semilla o como una ojiva atómica lista a explotar con toda su potencia, Furia. El libro llega al país como una propuesta editorial de Dum Dum Editora que se une a ese sentimiento, esa fuerza devastadora que es el reclamo por los cuerpos, los territorios y las mujeres violentadas.
La novela pareciera traer los ecos del desierto, de aquel páramo cargado de muerte y pérdida de la novela de Juan Rulfo, Mendoza escarba la tierra, levantar polvo para mirar lo que está vivo, lo que se mueve debajo de lo aparentemente muerto. Y lo que encuentra y revela para nosotros es la vida de cuerpos, especialmente de dos soldados que después de la guerra no quieren perder su amor, movidos por el puro y crudo deseo, que en muchos casos es más fuerte que el amor y el odio. Lo que está vivo en Furia es todo lo que queda a la devastación causada por el abuso y la conquista de los cuerpos como territorios, como paisaje.
Esta novela funciona como un cuerpo, sensible, caliente, que sangra y sufre. Tiene cinco partes que dan cuenta de esta corporalidad, de esta sensibilidad de las “novelas de los hijos” o los “relatos de filiación” donde los hijos miran de nuevo su origen, al padre (Vicente Barrera un vendedor de hilos, que expande su decendencia sin orden ni concierto cargando a su prole de “sangre maldita”), la madre, el Estado, solo para cuestionarlo, narrarlo de nuevo y construir un relato “anagramático” que les permita seguir adelante. Furia, grita ante la idea del cuerpo como territorio de guerra, de abandono.
Fuente: La Ramona