¿Cómo leer a Giovanna Rivero?
Por: Sebastián Antezana
Desde un punto de vista estrictamente periodístico, es a destiempo que llego a Niñas y detectives, libro de relatos que Giovanna Rivero publicó en 2009 con la española Bartleby Editores.
Desde otro punto de vista, digamos, el del lector regular, despreocupado del vértigo de la coyuntura y regido, más bien, por el mero instinto o el azar, llego al libro a buen tiempo.
Para empezar, quisiera allanar el camino de cualquier duda: Niñas y detectives es un buen libro, un conjunto de historias inteligentes y bien escritas que conforman un todo poderoso y envolvente.
Si me permiten, no quisiera que ésta sea una reseña valorativa, por lo que prefiero zanjar esta cuestión de entrada. Catorce son los cuentos que componen el libro, varios de los cuales ya aparecieron en obras anteriores, y son una muestra representativa de la distancia que Rivero es capaz de recorrer.
Lo que Niñas y detectives pone en cuestión -ciertamente lo hizo en mi caso- es algo que no necesariamente está presente en otros textos, una sutil llamada a nuestra vena reflexiva que se traduce en una simple pero poderosa pregunta: ¿cómo leer?
No quiero pecar de grandilocuente pero tras leer el libro de Rivero se me planteó el problema de la conformación de una cierta ética, una responsabilidad lectora.
¿Cómo leer, pues? ¿Cómo hacer una lectura que no parta de ningún reduccionismo, el feminismo o la cuestión geográfica, la situación poscolonial o la generación, la excepcionalidad mediterránea o las fronteras genéricas?
Sin necesidad de hablar de toda la obra de la cruceña, concentrándome exclusivamente en este libro -que, por otra parte, bien podría funcionar como muestra representativa-, diría que sus temas principales son la corporeidad, la sexualidad, los límites y vínculos que existen entre lo erótico y lo violento, la maternidad, el compromiso genético.
Por supuesto que éstas no son todas las preocupaciones de la autora, sino, simplemente, una lista de constantes que podrían leerse como expresiones de esa categoría tumultuosa y mutante que conocemos como lo femenino.
No quiero decir aquí que la escritura de Rivero sea esencialmente femenina; digo, simplemente, que por libros como Niñas y detectives, la narración de la psique femenina, del cuerpo femenino y sus intersecciones con lo real, se ha vuelto parte de la marca Giovanna Rivero, de la misma forma que, digamos, la noche y la muerte son parte de la marca Jaime Saenz, el disfrute sensorial y la exploración histórica son parte de la marca Ramón Rocha Monroy y la experiencia migrante es parte de la marca Edmundo Paz Soldán.
Lo femenino, en efecto, está presente en Niñas y detectives. Claro que lo está y eso uno lo nota el momento en que abre el libro. Pero su presencia es engañosa. Es casi una presencia retórica, un estar en lugar de, un espejo trizado.
Aquí y en el resto de su obra, se configura como un espacio de posibilidades, un terreno de multiplicidad, no como un régimen de figuras petrificadas. Entiéndase: Rivero no es una buena escritora porque acude constantemente a lo femenino ni tampoco lo es a pesar de ello; Rivero es una buena escritora porque ha hecho suyo, a base de originalidad y destreza, ese campo particular de la experiencia.
Bien, imagino que, en este punto, si la autora lee esta reseña, podría sentirse, al igual que usted, quizás algo cansada. Algo cansada porque hasta aquí no se ha hecho sino volver a algunos de los viejos titulares con que la crítica ha saludado buena parte de su obra.
Titulares como: El erotismo de Giovanna Rivero; Rivero y la literatura femenina; Rivero, el cuerpo y la sexualidad. Si éste es el caso, si reconocemos en este tipo de análisis tópicos o poca agudeza -yo de cierta forma lo hago-, estaríamos tal vez dejando de ver el bosque por culpa de los árboles.
Eso porque, en efecto, hay muchas lecturas posibles de la obra de la cruceña más allá de lo femenino, pero, sobre todo, porque en ella lo femenino se reinventa constante y exitosamente, por lo que no se configura como tópico sino como motor generador.
Rivero, visitante de varios géneros, es hoy un referente de la narrativa boliviana. Se ha ganado a pulso un lugar en nuestro horizonte literario porque ha hecho suyos algunos temas y conceptos que en otros autores no son más que ejercicios, simulacros.
Éste no es un dato menor. Personalmente, no puedo pensar en narrativas bolivianas sobre corporalidad, sexualidad y violencia, sin pensar en la obra de Giovanna Rivero. Y ése es un logro.
Es, creo, lo que caracteriza a un buen escritor: su capacidad de reinventar ciertas áreas de nuestro imaginario, su habilidad para adueñarse de algunas parcelas de nuestra memoria, de imprimirle una huella reconocible a nuestra experiencia en el mundo.
En la escritura de crítica y de reseña, el desafío de leer códigos nuevos en las tramas cotidianas, de descubrir cadencias inéditas en las temáticas usuales, se presenta como una tarea necesaria.
¿Qué sería de Saenz si dejáramos de buscar en su obra nuevos tonos de su vieja relación con la muerte? ¿Qué sería de Wiethuchter si dejáramos de explorar en la suya las profundidades del vínculo amoroso?
De la misma forma, ¿qué sería de la escritura de Rivero si dejáramos de apreciar en ella la potencia innegable de su relación con lo erótico y con lo sexual desde el universo femenino?
La obra de un escritor no se vuelve un clásico porque agota los sentidos de una instancia de lo humano, porque explota hasta volver inútil una parcela de la experiencia. Una obra clásica lo es por su capacidad de seguir extrayendo connotaciones, motivos e historias de dos o tres temas que le pertenecen.
Giovana Rivero es, como dije, un referente de nuestra narrativa y, a riesgo de hacer futurología, diré que de aquí a algunos años será un referente ineludible, entre otras cosas por su forma particular de encarar el asunto de lo femenino.
El desafío de lo viejo conocido es arduo pero debe ser asumido con seriedad, porque lo contrario sería negarle a la lectura un centro neurálgico. Así, habrá que leer a Rivero desde la novedad pero también desde espacios tradicionales, desde cierta cercanía que, por otra parte, debe ser incómoda, porque para ser crítica debe buscar entre la maleza y encontrar aristas intocadas.
Pongo un punto final sugiriendo leer literatura boliviana. Nuestra literatura es buena, rica, poderosa, diversa y apasionante. A veces es difícil, tiene algunos altibajos, pero es un viaje que vale la pena. La literatura boliviana vale la pena.
Fuente: Página Siete